Esta nota está escrita un poco con la razón y mucho con el corazón, y se la quiero dedicar a mi papá, que quería al CASMU más que a su vida.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Dicen algunos que antes de los cinco años no hay recuerdos. Yo tengo uno. Es un pedazo de mi memoria que he ido perfeccionando con algunos relatos de mi padre y cotejando con breves lecturas y fotos de la época.
Es un recuerdo viejo, no es un sueño, aunque parece salido de un tiempo imaginado. Yo iba con mi papá en una ambulancia del CASMU por la calle Andes y cruzábamos 18 de julio. Aún no había semáforos y un policía ordenaba el tráfico parado en medio de la calle girando sobre sus pies según diera paso a los vehículos que circulaban por una u otra calle en una u otra dirección.
En ese entonces al guardia civil de tránsito le llamaban “varita” y cumplía la misma función que un semáforo. Estaba parado en medio del cruce sobre una pequeña tarima blanca. El policía que vestía de azul con arreos blancos, uniformado, era más o menos siempre el mismo en los mismos turnos horarios y el conductor de la ambulancia, el “gordo González”, era un personaje querido, folklórico, casi icónico del Montevideo de la época.
Bromista, bohemio y terrible hincha de Colón, González pesaba como 170 kilos e inclinaba la única ambulancia del CASMU en sus interminables viajes por toda la ciudad. González era 100 % pueblo, barrio, boliche, tablón.
La ambulancia rodaba con esa chuequera, visiblemente achatada a estribor por el peso del chofer. A González se le gastaban los pantalones debajo de la cintura por el roce de la dirección de la camioneta.
Curiosamente, mi papá, que era un joven médico, hacía los llamados y me sacaba a pasear en ambulancia en una ciudad con poco tránsito y mucha modorra.
La ambulancia en donde hacía los llamados no iba muy rápido, simplemente acompañaba el andar cansino de la ciudad.
Yo tenía cuatro o cinco años e iba sentado entre el conductor y mi padre.
Con el propósito de hacerme reír, cuando el policía de espaldas miraba el monumento a Artigas de la Plaza Independencia, el gordo al que yo festejaba, le tocaba de atrás su gorro y, acelerando, le gritaba: ¡chau Pirulo!
Mientras el policía sonriente saludaba a ese gordo bueno y se agachaba para recoger el sombrero, González y yo nos reíamos a carcajadas.
Todo este cuento de un tiempo que ya se fue, un gurí haciendo llamados de “urgencia” en una ambulancia, un gordo inmenso que la conducía haciendo bromas y saludando a todo el mundo, un policía que se dejaba sacar el sombrero para divertir a un niño, no es una historia de realismo mágico sino un relato ubicado muy precisamente en el Uruguay de 1950 Tal vez , pudiéramos enfocarla pocos meses antes de que Uruguay ganara en el Maracaná y mi padre comprara su primer auto, un Opel Olympia de 1951, que el viejo tuvo hasta que lo cambió por otro Opel doce años después.
No era casual el cruce de Andes y 18 en la ambulancia, sino que el mismo se repetía decenas de veces al día, toda vez que González regresaba a “la base”, aquella sede del CASMU en una vieja casa de Andes y Colonia.
El CASMU había sido fundado unos quince años antes, impulsado por Carlos María Fosalba, y era un sueño de los médicos agrupados en el Sindicato Médico, inspirados en la idea de crear una institución de salud, gremial, igualitaria, democrática, altruista y no lucrativa con una amplia vocación social.
Ya existían otras instituciones médicas sin fines de lucro, las asociaciones mutuales, la mayoría vinculadas a comunidades de inmigrantes, particularmente italianas, españolas, judías o religiosas, católicas o evangélicas.
Mi papá se sentía parte de ese sueño de Fosalba y, luego de trabajar toda la mañana en el Hospital Maciel, hacía los llamados en la urgencia del CASMU, atendía en sus policlínicas y hacía las guardias de 24 horas en ambos lados, dos veces a la semana.
A la vez, concursaba en la Facultad de Medicina y competía en exigentes pruebas de concurso con quienes en los años siguientes fueron destacadísimos profesores, como Carlos Oehninger y Atilio Morquio.
En una de esas difíciles pruebas con los mencionados profesores, papá sufrió, con algo menos de 40 años, un grave empuje de hipertensión arterial y aunque sus dos contrincantes generosamente ofrecieron suspender las pruebas hasta la recuperación, mi padre abandonó el concurso y la carrera docente y, una vez recuperado de ese injusto y sorpresivo episodio, volvió a su trabajo de médico en la Facultad en su sala del Maciel y del CASMU, que realizaba con tanta pasión y dedicación.
Un año después la asamblea del Sindicato Médico lo eligió como administrador general del CASMU y se desempeñó en ese cargo durante casi veinte años en que fue cesado por la intervención de la dictadura, intervención que sólo finalizó al fin de la misma.
Cuento esto porque conozco el CASMU desde muy chico. Recorría de la mano con papá las obras del sanatorio de Arenal Grande cuando un artesano albañil de apellido Soto colocaba las baldosas de vinílico con el esmero de un artista. Vi asombrado la primera computadora que comprara el CASMU cuando sólo había en Uruguay una en el Ministerio de Defensa Nacional. Era, si mal no recuerdo, una IBM 360 que ocupaba un salón inmenso y que probablemente tendría la memoria que hoy contiene una tablet. Acompañé al viejo a ver un enorme terreno en el Prado que el CASMU compró para hacer una sanatorio modelo y que tengo entendido que la intervención de la dictadura malvendió. Vi poner la piedra fundamental de las obras de los policlínicos de 8 de octubre.
En esos veinte años en que papá fue administrador de la institución, el CASMU se transformó en la entidad de salud más importante del país, construyó el Palacio Sindical de la calle Arenal Grande, los sanatorios de la calle Garibaldi y Luis Alberto de Herrera, y los policlínicos de la calle 8 de octubre.
Llegó a tener 250.000 socios y ser la más numerosa institución médica de asistencia colectiva.
Yo pienso, y lo digo con mucho orgullo y nada de vanidad, que papá fue el más fervoroso, pasional, sincero y honesto servidor del CASMU, y probablemente el mejor administrador que tuvo la institución a la que amó hasta su muerte.
Es obvio que no fue el único. Los médicos y funcionarios que amaron al CASMU y los sirvieron con devoción y plenitud se cuentan por miles.
El CASMU introdujo a su influjo los seguros de enfermedad de diferentes gremios, fue referente en las más diversas especialidades médicas y llegó a contar con más de doscientos cincuenta mil afiliados. Dignificó el trabajo médico, implantando el libre ingreso en una profesión donde sólo se entraba a dedo en todas las instituciones salvo en la Facultad de Medicina, incluyendo en la salud pública. Implantó la obligatoriedad de los concursos para los cargos centralizados, fue un apoyo fundamental en los consejos de salarios de lo que entonces se llamaba el grupo 50. Además la AFCASMU fue un puntal en la conformación de la Federación de la Salud.
Médicos y estudiantes de medicina tuvieron desde el origen representación gremial en la directiva del CASMU en elecciones democráticas, con representación proporcional.
Su origen y conducción gremial, su vocación democrática y no lucrativa, su padrón social obrero y muy popular, lo hizo siempre un botín deseable para la clase dominante que simultáneamente proponía otro modelo de medicina, elitista y mercantil.
La historia del CASMU no es la historia de un negocio redituable ni tuvo por propósito procurar ganancias, porque esa no fue nunca su vocación.
Obviamente los cambios que se produjeron en la sociedad y la mercantilización de la medicina, los efectos nefastos de la conducción de la institución por los interventores de la dictadura, la persecución contra los médicos de izquierda y la organización gremial, la intervención de la Facultad de Medicina y la destitución de sus principales autoridades y numerosos docentes y académicos, iban a dañar al CASMU que, sin embargo, logró sobrevivir y seguir sirviendo a muchos de aquellos ideales que habían sido motivos de su creación.
En verdad, siempre el CASMU tuvo problemas y su modelo asistencial, su base social y las ideas de Fosalba siempre fueron un botín deseado por el modelo lucrativo y empresarial que se mostraba como alternativa.
En la mesa de mi casa siempre se hablaba de las dificultades económicas de la institución y siempre sabíamos que la construcción y la sostenibilidad del CASMU era un sacrificio que los médicos, los funcionarios y directivos de la época vivían con alegría y generosidad porque compartían los valores de la institución, de los cuáles la masa social estaba orgullosa.
A lo largo de las décadas se sucedieron autoridades, cambiaron las tendencias políticas y sindicales que la conducían, los dirigentes de los trabajadores y los intereses de los médicos.
Hubo conductores y dirigentes buenos y malos, resultados buenos, malos y peores. Hubo momentos en que el CASMU peligraba y otros en que se destacaba por sus logros técnicos, el desarrollo de su infraestructura y su calidad asistencial. Con todas las conducciones hubo conflictos sindicales, críticas en los medios, topetazos con los gobiernos, elogios y disconformidades en su masa social.
El CASMU está lejos de ser perfecto, pero aún hoy es un baluarte fundamental de la medicina no lucrativa en Uruguay y el buque insignia del sistema nacional de salud.
No es la única institución de salud de calidad, pero su modelo es único, tal vez no el mejor, pero es insustituible y necesario.
Hace ya 14 años el CASMU estaba en una grave crisis que hizo peligrar su sostenibilidad y se puso en discusión la viabilidad de su estructura como institución de salud propiedad de un sindicato.
Su relación con el conjunto de otras instituciones hacían imprescindible que poseyera una razón social y una personería jurídica propia En ese momento adoptó una forma jurídica con caracteres de capitalismo social en que los médicos funcionarios de la institución asumían la conducción contribuyendo con sus haberes a constituir el capital inicial.
En ese momento se había alcanzado un patrimonio negativo que hacía jurídicamente inviable la institución.
El Gobierno de Tabaré Vázquez contribuyó a esta solución jurídica que permitió que el CASMU haya sobrevivido, se haya recuperado y continúe siendo una institución sólida y de vanguardia en la prestación de salud y en la medicina nacional.
Buenas o malas, las actuales autoridades han sido elegidas en 2019 y reelegidas en 2022 democráticamente, en elecciones controladas por la Corte Electoral. No soy yo el indicado para defenderlas y todas las autoridades van a ser juzgadas cuando deban ser sustituidas o reelectas en elecciones libres ..
Como el lector imagina, no todo es oro lo que reluce, y hay unas cuántas acciones que se toman que no comparto y no sería capaz de defender, y tal vez me costaría justificar.
Las actuales autoridades tal vez no son las que yo elegiría, pero son mejores que las que les precedieron.
Todas, buenas y malas, han logrado en estos trece años disminuir el patrimonio negativo inicial en un 40 %, lo que constituye una mejoría clara si tenemos en cuenta que en el año 2020 la pandemia afectó muy significativamente los resultados financieros.
Con pandemia y todo, entre los años 2021, 2022 y 2023, el CASMU tendrá probablemente un superávit de más de 400.000.000 de pesos y un incremento del patrimonio, entre 2019 y 2022, de un 17 %, más de 3.500.000 de pesos. Para ser más gráfico, el superávit fue de 10.000.000 de dólares que se refleja en un aumento similar del patrimonio.
Los salarios se pagan al día y el aguinaldo ya se pagó en la primera semana de diciembre. Se disminuyó fuertemente la masa salarial sin despidos, acordando un convenio tripartito con la Asociación de Funcionarios.
Hoy el CASMU tiene 185.000 socios y hace 12.000 cirugías por año, se producen más de 1.000.000 de consultas y 15.000 internaciones. Estas cifras están auditadas y me fueron proporcionadas por una fuente creíble, independiente e insospechable.
Hablo del CASMU y doy estas cifras con alegría. Tal vez otra conducción pudiera hacer las cosas mejor que esta. La larga historia habla de alternancia y ha demostrado que el CASMU tiene una cultura institucional que le permite navegar en aguas agitadas y mantener el rumbo en los temporales.
Lo que no me gusta y motiva esta nota editorial, es cuando, desde los círculos más estrechos de este Gobierno tan sospechado de corrupción, y más precisamente desde la Torre Ejecutiva, se montan emboscadas y se propalan rumores con propósito de debilitar al CASMU, imaginando la posibilidad de distribuir el botín entre los amigos del poder.
Lo que rechazo es que infamemente se construya una debacle para repartirse en patrimonio material y social y que, como lo hicieron con Casa de Galicia y antes con la MIDU, se destruya desde el Gobierno a una institución maravillosa de carácter no lucrativo, única en el mundo, puntal de un sistema de salud nacional, universal, equilibrado, público y privado y con una auténtica y probada vocación social, entre empresas que representan valores absolutamente opuestos.
Espero que todo sea una falsa alarma, que la razón y la justicia se impongan y no que aparezcan complicidades inocentes y no tan inocentes, mezquinas y espúreas.
Para beneficio de los socios del CASMU, de los médicos y de los funcionarios que ya habrán aprendido dónde van a quedar si escuchan los cantos de sirena, quiero que nadie se duerma y se velen las armas, porque hay vivos que hace tiempo que le han echado el ojo al CASMU.