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Editorial Milei | ajuste | asalariados

Arranco la motosierra

Milei y la doctrina del shock

Las primeras medidas adoptadas por el Gobierno de Milei suponen una reducción drástica de la capacidad de consumo de la mayor parte de la población argentina.

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La devaluación radical del tipo de cambio oficial, la liberación total de los precios y la supresión de los subsidios a las tarifas de transporte y servicios públicos, sin ninguna medida compensatoria sobre salarios y jubilaciones, representan un hachazo sobre los ingresos de una magnitud de la que no existe memoria democrática.

Si el combo del ajuste no fuera suficiente para anticipar los perdedores y ganadores del experimento libertario de Milei, una serie de medidas adoptadas para favorecer a los sectores más poderosos, en forma simultánea al ajuste, deberían relevar de pruebas adicionales: estatización de la deuda de empresas importadoras por 30 mil millones de dólares, presumible derogación de ley de alquileres, nuevo blanqueo de capitales para tenedores de dinero en negro y un paquetazo desregulador en ciernes.

La formidable transferencia de ingresos de los sectores asalariados, a los que en Uruguay llamaríamos malla oro, se completó con un conjunto de medidas demagógicas para llenar el ojo de los incautos que no mueven ni un milímetro la aguja del gasto público: eliminación de la publicidad oficial por un año y supresión o fusión administrativa de ministerios; otras medidas que atacan directamente a la infraestructura, como la suspensión de obra pública o la supresión de las transferencias a las provincias; y otras lisa y llanamente fiscalistas (aumento de impuestos) y desestimulantes de la actividad industrial, al punto que se fija un impuesto para los que exportan productos manufacturados, algo pocas veces visto en la historia de la humanidad.

Las consecuencias previsibles de este ajuste astronómico, alineado con la doctrina del shock, tan bien descrita por la periodista y escritora canadiense Naomi Klein en el ensayo que lleva ese título, publicado en 2007, son un aumento inusitado de los precios, despidos masivos y un incremento de la pobreza que puede alcanzar tranquilamente al 70 % de la población argentina. Y todo eso en un plazo tan breve como dos o tres meses.

Después de ese empobrecimiento rápido de la Argentina, el Gobierno espera que la destrucción de la demanda modere los precios y haga caer la inflación y que la destrucción del empleo modere los reclamos y haga caer para siempre los ingresos. En ese escenario, con una moneda súper devaluada, pobreza rampante y precios completamente dolarizados, seguramente intenten sustituir el peso argentino por el dólar y completar una entrega absoluta de la soberanía monetaria, a la vez que ya muestran una adicción geopolítica indisimulable con los Estados Unidos.

Como la sostenibilidad política de un experimento de esta naturaleza es algo hartamente improbable, al menos en paz, el Gobierno de Javier Milei intentará contener la conflictividad social de los sectores asalariados con represión pura y dura y la conflictividad de los sectores más humildes con medidas de transferencia que, en cualquier caso, no significan nada en el producto bruto, además de una dosis conveniente de palo, siempre que sea necesario. A la vez, contarán con toda la propaganda habida y por haber, puesto que las grandes corporaciones mediáticas cobrarán por otras vías la pauta retirada y, además, forman parte del poder real detrás de este camino liberal libertario.

Así empieza el Gobierno de Milei. Con una monstruosidad fiscal sin parangón, descargando el peso de la crisis y mucho más sobre la espalda de la gente común y disponiendo medidas que tienen un alto grado de irreversibilidad en el corto plazo, así el gobierno fuera sustituido en un sólo período; medidas como aquel endeudamiento turbio y monumental que contrajo el Gobierno de Mauricio Macri con el Fondo Monetario Internacional el último año de su administración y que selló la suerte de Argentina desde el día que se aprobó, más allá de cualquier intento de renegociación ensayado por el fallido Gobierno de Alberto Fernández, cuya debilidad ante el poder no podrá ser rápidamente olvidada.

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