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Entrevista con Pablo Olalla

El capitalismo excluye la democracia

Según sus palabras, las democracias actuales no están operando actualmente ya que están muy lejos de conseguir el interés común y de corregir las desigualdades.

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Existe un conflicto estructural actualmente, ya que el capitalismo “va en contra de la democracia” y promueve el brote de populismos fascistas como el de Jair Bolsonaro en Brasil o el de Donald Trump en Estados Unidos, dijo a Caras y Caretas el escritor y profesor español Pedro Olalla, quien ha publicado más de 30 obras traducidas a diferentes lenguas.

Según sus palabras, la democracia tiene como objetivo salvaguardar el interés común, pero el capitalismo tiene otra finalidad: su interés es transformar el deseo de unos pocos en poder político.

Afirmó que las democracias actuales están muy lejos de conseguir el interés común y de tratar de corregir las desigualdades operantes de esta sociedad. Por tanto, consideró que el poder del pueblo no está operando actualmente, sino que nuestras sociedades son herederas del republicanismo romano.

“No olvidemos que la propuesta de que las decisiones sean tomadas por el pueblo es un reto que aún sigue […] El gran problema es que a veces se desvirtúan los conceptos y la gente cree que la democracia sólo puede ser esto que tenemos. Todas las ideas por las que lucharon los griegos, como la democracia, la libertad, la política, la ciudadanía y la igualdad, las hemos ido perdiendo poco a poco. Si seguimos así, no será difícil que un día nos impongan el fascismo y que lo hagan en el nombre de la democracia”, agregó.

Ante este contexto, dijo que la emergencia de Trump o Bolsonaro tiene que ver con esta nueva concepción de la política, que ampara los “intereses excluyentes” del neoliberalismo. “Obviamente que la emergencia de Trump o Bolsonaro tiene que ver con esta nueva concepción política, porque evidentemente las fisuras de este sistema dominante que imponen los mercados en todas partes del mundo está dejando descontento en las clases medias […] Ese sentimiento es el que están intentando capitalizar determinados políticos […] Es evidente que muchos de estos populismos ofrecen soluciones excluyentes, etnocentristas y fascistas. Los casos de Trump y de Bolsonaro son claros”.

Aseveró que el gran reto que tiene la sociedad es generar un discurso alternativo que promueva un “patriotismo democrático y progresista”.

Olalla es un especialista de la cultura griega y ha sido declarado el miércoles como visitante ilustre de Montevideo y ha llegado a Uruguay en el marco de las celebraciones del 40º aniversario de la Fundación María Tsakos.

Por último, ha conseguido el reconocimiento de numerosas instituciones como la Academia de Atenas, la Fundación Aristóteles S. Onassis o la Universidad de Harvard. Por su labor en la promoción de la cultura griega, ha recibido el título de embajador del Helenismo.

¿Se puede decir que existe la democracia?

Si nos atenemos al valor ontológico del concepto, creo que nuestras democracias están muy lejos de conseguir aquello que fue en su momento la idea fundacional griega. La democracia es ontológicamente la identificación máxima entre los gobernantes y los gobernados. Es el sistema político que aspira a que el interés común sea definido y defendido constantemente por los ciudadanos y que ellos sean portadores activos y responsables de esa esencia política que infunde toda la sociedad. Es un sistema que aspira a que las desigualdades que hay entre la población sean corregidas a través de la igualdad política y sobre todo aspira a que no haya un enfrentamiento entre un ellos y un nosotros, sino a que haya una implicación de toda la sociedad en la toma de decisiones. Todo eso evidentemente no es así en ninguna de nuestras sociedades de democracia representativa. Son mucho más herederas del republicanismo romano que de la democracia original griega.

No olvidemos que la propuesta de que las decisiones sean tomadas por el pueblo fue en su origen una idea radical y revolucionaria, pero sigue siéndolo igual en nuestros tiempos. Ese reto aún persiste. Una de las cosas que los griegos nos aportaron fue precisamente la definición clara de ese proyecto y la experiencia histórica de haberlo llevado a cabo en condiciones muy adversas y durante un período de tiempo más largo que la vida de las democracias actuales. Eso es un gran legado que nos debería ayudar a definir los conceptos. El gran problema es que a veces se desvirtúan y la gente cree que la democracia es y sólo puede ser esto que tenemos. Todos los conceptos por los que lucharon los griegos como la democracia, la libertad, la política, la ciudadanía y la igualdad los hemos ido perdiendo poco a poco. Si seguimos así, no será difícil que un día nos impongan el fascismo y que lo hagan en el nombre de la democracia.

Usted define a la democracia como un sistema que busca el interés común ¿Puede este sistema político convivir con el capitalismo?

No hay democracia si en un sistema no se busca la salvaguarda del interés común. Pero lamentablemente la política ya no es eso, se ha convertido en una estrategia para proteger intereses privados y para darles legitimidad. Eso va en contra de la esencia de la política y de la esencia de la democracia.

Lamentablemente, en los intereses del capitalismo, del liberalismo y del mercado reside la soberanía, porque son los que marcan las pautas de lo que se debe considerar el interés común. Por tanto, el capitalismo va en contra de la democracia y la erosiona. Ella está estructuralmente en conflicto con los intereses privados.

El neoliberalismo tiene como interés transformar su poder económico en uno político que venga a servir a sus deseos y a legitimarlos. Eso está radicalmente opuesto a los intereses de la democracia. Además, hemos consentido que los políticos profesionales, quienes en el fondo sirven a esos deseos económicos, sean los que mayormente ocupen los gobiernos. Su presencia en los Estados se percibe como la normalidad y la solución y no como un verdadero problema.

¿La emergencia de los nuevos populismos que hay en todo el mundo, como por ejemplo Donald Trump en Estados Unidos o Jair Bolsonaro en Brasil, no tiene que ver con esta nueva concepción de la política?

Claro que tiene que ver. Todo está relacionado. Primero quiero aclarar que hay una utilización indebida del término populismo porque normalmente está utilizado como un sinónimo de demagogia. Es demagogo es aquel que propone algo en lo que no cree para captar apoyos populares y convertirlo en réditos electorales y políticos. Eso es lo que se conoce normalmente como demagogia y como populismo. Pero no se puede aplicar a todos los casos en los que los líderes del pensamiento único lo han utilizado. ¿Quiénes son esos líderes? Los servidores de esta ideología neoliberal globalizadora que se ha impuesto en el mundo y que habla despectivamente de populismo, refiriéndose a todo lo que periféricamente no se alinee con esa línea de pensamiento tanto si es por la derecha o por la izquierda. Pero esas descalificaciones no son lo mismo.

Obviamente que la emergencia de Trump o Bolsonaro tiene que ver con esta nueva concepción política, porque evidentemente las fisuras de este sistema dominante que imponen los mercados en todas partes del mundo está dejando descontento en las clases medias que se están viendo desmontadas, traicionadas, marginalizadas y privadas de derechos. Ese sentimiento es el que están intentando capitalizar determinados políticos a los que se les caracterizan de populistas, porque intentan sintonizar con la voluntad de una parte del pueblo y de la ciudadanía. Pero no toda disensión frente a ese sistema es igual. Es evidente que muchos de estos populismos ofrecen soluciones excluyentes, etnocentristas y fascistas. Los casos de Trump y de Bolsonaro son evidentes. En Europa tenemos tantos otros casos que cada vez están creciendo más.

Desgraciadamente siempre habrá gente dispuesta a creer que los males del capitalismo van a venir resueltos por la mano del fascismo, pero creo que la historia ya nos alecciona suficientemente en ese sentido. De todas formas, hay que tener cuidado porque muchos populismos de tipo excluyente, nacionalista y xenófobo acaban triunfando.

Frente a eso creo que nuestro gran reto es ser capaces de generar un discurso alternativo que no sea demagógico y que se base en hechos reales. Es decir, debemos poder crear un patriotismo democrático y progresista, que es lo que no son ni el sistema neoliberal globalizador ni los sistemas fascistas excluyentes. Debemos crear propuestas que les den soberanía real a los pueblos. Hay que desmentir la teoría de que la culpa es del desarraigado, del inmigrante, del que se ve obligado a irse de su patria para buscar un futuro mejor. Hay que mostrarle a la sociedad que la culpa de la pérdida de sus derechos no la tienen los desamparados que cruzan una frontera, sino que sus conquistas están siendo quemadas en otros foros de decisión. Lo que pasa es que esa opción es descalificada de populismo igualmente por parte de los “paganinis” del pensamiento único que se nos impone. Tenemos que hacer grandes esfuerzos para deslindar aquello que realmente puede ser una opción de progreso y de disidencia frente al sistema capitalista neoliberal globalizador y tanto o más frente al regreso de propuestas fascistas y capitalistas, que vuelven a defender los mismos intereses, aunque digan estar a favor pueblo cuando no tienen nada de progresismo ni de justicia.

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