Lo que hemos visto en estos últimos días son algunos de los más intensos y dramáticos episodios de una tragicomedia mediática, ejecutada a la perfección por una clase política y judicial que merece al menos una nominación al Oscar. Pero no podemos quedarnos en la ligereza de maldecir a quienes urdieron un plan de aniquilación electoral de Lula. En parte, porque las reglas del juego político, tan representativo de la porquería que ha demostrado ser la especie humana, son las mismas con las que debe contarse si se desea jugar en esa arena y con probabilidades de éxito duradero. En parte, porque hay errores propios que dieron pasto a las fieras. Y entonces, tanto debemos denunciar el complot y cuasigolpe, como reconocer que hubo errores claros, inmoralidades frecuentes e ilegalidades abundantes que también facilitaron una inculpación, en este caso muy dudosa, pero a la que seguirán otras inculpaciones más complicadas. La trama político judicial y su construcción mediática Es posible trazar el origen de la larga maniobra contra Lula en los intereses coincidentes de la elite dominante global y de la burguesía brasileña, ambas palanqueadas por los medios de comunicación hegemónicos globales y los hegemónicos brasileños. Brasil, especialmente desde que lideró la constitución y fortalecimiento del Brics, y desde que adhirió a la nueva generación de organismos regionales contrahegemónicos (ALBA, Unasur, entre otros), coincidiendo geopolíticamente con la Venezuela chavista, cometió pecados que lo hicieron merecedor del infierno político intranacional al que estamos asistiendo como espectadores. Henry Kissinger, la cabeza geopolítica de mayor peso en los últimos 40 años de la historia estadounidense, oportunamente afirmó que el rumbo más importante a controlar en el hemisferio sur era Brasil, líder eventual de iniciativas alternativas a las hegemónicas y dominantes, con suficiente peso político y desarrollo económico como para pesar y pisar fuerte. Simultáneamente, la burguesía nacional brasileña, muy vinculada a los grupos dominantes globales, sentía que la redistribución voceada y parcialmente ejecutada por el PT -y liderada por sus presidentes- era un claro obstáculo a sus tasas de ganancia y acumulación, anclados en un proyecto neoliberal que habitaba secretamente dentro de los caballos de Troya con los que se alió de forma suicida el gobierno petista. El mayor caballo de Troya fue Michel Temer, cuyo lento cuestionamiento político judicial distó tanto de la ‘justicia express’ que caracterizó el tratamiento de los asuntos relativos a Lula, y cuyos planes de gobierno lo mostraron como acérrimo enemigo de las políticas del PT, en sus antípodas económicas, políticas y sociales. La judicialización mediática de la política, que hace años estudiamos y sobre la cual hemos publicado varias columnas en Caras y Caretas, comenzó a abrirse paso en Brasil, como en tantos otros países. La clave para una judicialización de la política que tenga probabilidades de éxito radica en que la prensa hegemónica afine su armonía y convenza a la cada vez más estupidizada y alienada opinión pública mundial -y a las nacionales de los países elegidos- para digitar candidatos y ocupantes de cargos a partir de la producción de ‘pánico moral’ sobre personas elegidas. Para ello, se distribuyen golpes de efecto masivo a partir de posibles fallas morales de los personajes cuya injuria, difamación y calumnia los perjudicaría en su virtualidad y potencialidad como candidatos o referentes electorales. En este mundo icónico y express de Twitter y celulares en redes, nadie tiene tiempo, ni ganas ni formación como para evaluar con profundidad a nada ni a nadie. Es suficiente, entonces, con impactar con alguna acusación posible y hecha verosímil por la prensa, para que la gente decida precondenar al sospechoso visibilizado como posible tal. Y multiplicar su estúpida decisión por medio de las estupidizantes redes sociales y los incalificables comentarios que artículos serios merecen de gente sin voz pública y que se ampara en un anonimato cobarde para multiplicar simplismos y agresiones gratuitas. El pánico moral preelectoral que se construye por medio de la judicialización de la política no podría anclarse verosímilmente en la opinión pública si las prensas hegemónicas globales y nacionales no armonizaran como vehículo eficaz de la dominación mediante la organización del poder simbólico que la acompaña y aceita. Por eso, la única y eficaz judicialización de la política es la mediática, con su secuela novedosa en las redes sociales. No alimentar el complot La izquierda no tiene las mismas herramientas mediáticas que la derecha para judicializar la política con éxito. Esto es clave en este asunto y es lo que hace que no disponga ni pueda disponer de las hegemonías mediáticas que construyen opinión pública a partir de acusaciones morales y legales. De esa manera, todas las investigaciones que la izquierda pueda hacer para intentar devolver ojo por ojo y diente por diente a la judicialización derechista, conservadora y neoimperial de la política, no contarán con la necesaria mediatización. Una batalla de este tipo, en el escenario mediático, está básica y teóricamente perdida. Lo que debe hacerse es denunciar la judicialización mediática, recuperar la política y el debate político sustantivo y exigir que los ocupantes de cargos y candidatos a futuro no den pasto a las fieras, en parte, controlando a los advenedizos recientes, tan sospechosos de voracidad, rapacidad e infiltración. Porque muchas veces les han dado alimento fácil; pensemos por ejemplo en el escándalo Dirceu. Lula mismo les facilitó el juego, aunque luego se encarnizaron con él, cuantitativamente y cualitativamente, y sufrió la insólita velocidad de las instancias judiciales que intentó enfrentar. Otra cosa que debe evitarse es opinar muy drásticamente sobre el grado de evidencia o no con que las decisiones judiciales han contado. Porque hay que saber muchísimo de derecho, del brasileño federal, de las instancias estaduales, de doctrina, de jurisprudencias y de legalidad sustantiva y procesal, para hacerlo con responsabilidad. Hasta qué punto una convicción es formada fácticamente o no es un debate enorme, por lo que no se debe zanjar con simples afirmaciones de sospecha o por analogía con circunstancias nuestras. En cambio, en cuanto a la velocidad express de los juicios, como sospecha de obsesión por apartarlo de la presidencia y como referente eventual, eso es objetivo y se aprecia desde las duraciones y los plazos comparados con los de otros casos judicializados. Y siempre es aconsejable -como ya se dijo- no dar pasto a las fieras. Lula hizo las suficientes imprudencias, desprolijidades y movimientos sospechosos como para que cualquier exageración enemiga posterior pudiera argumentar y mediatizar su rectitud legal y moral, aspecto muy cuidado en las ampulosas y quisquillosas exposiciones de fundamentación de las posiciones que esos maestros de la seducción imperial que son los magistrados brasileños edificaron frente a cámaras, micrófonos y pantallas de Brasil y del mundo. Más allá de Lula Aunque pueda parecer paradójico, la desaparición de la candidatura de Lula perjudicará y no beneficiará a su principal rival electoral, el energúmeno de Jair Bolsonaro. ¿Por qué? Porque construyó su discurso anti-Lula y ahora perdió su objeto y deberá reconstruirlo con resultados inciertos y de difícil comparación con la efectividad electoral que el simple antilulismo tuvo. Aunque la derecha pueda argüir que la sentencia a Lula es una muestra de la corrección de funcionamiento de instituciones a las cuales no les tiembla el pulso para condenar -y con velocidad y contundencia- a un expresidente líder en intenciones de voto, por otro lado se puede pensar que es una prueba más de que el Judicial no es un poder autónomo, sino subordinado nacional e internacionalmente, que tiene la cinematográfica habilidad de fingir una cadena de incertidumbres para decisiones para las cuales el pescado ya estaba vendido. A esto se suma que la situación polarizada llevó a que los militares mostraran sus garras, largamente ocultas desde el fracaso económico y su derrota política en los años 80. Una vez más, dijeron ‘presente’ para apoyar a la derecha vernácula y a la neoimperial y esto es un evidente punto negativo para las aspiraciones electorales de la derecha. Porque la impertinente declaración militar contribuye a reforzar la letal convicción de que la ley y el Estado de derecho funcionan en tanto cuanto sean funcionales a los poderes reales de turno; cuando no lo sean, deben ser salteados, sea por izquierda o por derecha. En este caso, como se vio, fueron magníficamente funcionales a las burguesías y a las elites transnacionales; pero si no hacían bien los mandados, las armas militares los sustituirían con la violencia que fuere necesaria para que los mandados fueran hechos. El Estado de Derecho y la democracia son momentos en el fondo retóricos y utópicos, manipulables, subsirvientes para poder sobrevivir con su máscara utópica y su lógica cínica. Es más probable entonces, en un escenario futuro, que aumenten sus probabilidades electorales los candidatos que estén más al centro de ambos polos, porque las encarnizadas batallas mediáticas y en las redes han provocado un evidente desánimo racional entre los que intentan saber más para opinar, hartos de la obligación de tener que elegir entre ángeles y demonios, que son lo opuesto en cada alternativa mediáticamente impuesta.
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