Tiene 41 kilómetros de largo por 6 y medio de ancho y en ese estrecho espacio en la costa del Mediterráneo conviven 1.800.000 personas. Por cada muerte que la organización islamista Hamás produce en Israel, hay veinte en la franja de Gaza y la inmensa mayoría son civiles. Difícilmente los niños logren superar el horror ocasionado por la tormenta de bombas que les trajeron mayo y Netanyahu.
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La ciudad de Gaza, con menos de 630.000 habitantes, es la más poblada de Palestina y la más codiciada, debido a su ubicación entre Asia y África, su tierra fértil y su puerto marítimo.
La Franja tiene graves problemas de infraestructura y abastecimiento, debido al bloqueo por parte de Israel y Egipto. Los pobladores no pueden salir o entrar, importar o exportar libremente. Quedarse es poco menos que un suicidio; pero los palestinos resisten, como resiste Hamás, que no precisa ganar la guerra. Cada día que pase con Hamás gobernando, pese a los ataques israelíes, más se legitima en el poder, más allá de que lo ganó en elecciones libres en 2006. Lo que no te mata te fortalece.
Detonadores
Esta escalada bélica tiene detonadores tanto recientes como históricos.
Aparte de cerrar una plaza popular durante el comienzo del Ramadán, Israel prohibió las elecciones palestinas en Jerusalén Este (lo que le dio a Abbas la excusa para suspenderlas indefinidamente) y terminó de encender la hoguera al desalojar a cuatro familias palestinas de Sheik Jarrah para darles sus viviendas a colonos judíos. El conflicto estalló en un lugar que los musulmanes conocen como el Noble Santuario y los judíos como el Monte del Templo. El asalto a la mezquita de al-Aqsa de Jerusalén por la policía israelí el lunes 10 de mayo fue la gota que colmó el vaso. Los asistentes no estaban armados; se defendieron con piedras mientras la policía disparaba granadas paralizantes. La refriega dejó como saldo a centenares de palestinos heridos.
El desalojo fue suspendido; pero tarde; la mecha ya estaba encendida y nadie sabe cómo frenar esta locura que afecta a Gaza, Cisjordania e Israel. El conflicto no es solo por territorios; el fanatismo religioso de todas las partes, la necesidad de Israel de demostrar su poderío militar y la necesidad política y personal de Netanyahu de imponer su autoridad sobre tirios y troyanos, el carácter belicoso, tanto de palestinos como de radicales israelíes, y las desavenencias entre los partidos y agrupaciones de Palestina conforman este combo explosivo tan difícil de desactivar.
Los palestinos han tenido cuatro elecciones en los últimos dos años; pero las agrupaciones participantes continúan envueltas en disputas y la posibilidad de armar una coalición parece imposible. Las elecciones del 23 de marzo solo dieron como resultado más divisiones internas, lo cual, obviamente, beneficia a su enemigo externo. Hamás adquiere protagonismo en perjuicio del partido Fatah y erosiona el liderazgo de Mahmud Abbas, que aparte de dirigir a Fatah, preside la Autoridad Palestina.
En 2006, Hamás venció a Fatah en las elecciones parlamentarias de la Autoridad Palestina. Ambas facciones llegaron al enfrentamiento armado y, actualmente, la Autoridad Palestina (dirigida por Fatah) gobierna Cisjordania, mientras que Hamás (que ganó la guerra interna) gobierna la Franja de Gaza.
Tras los abusos de Israel en Jerusalén Este, Hamás disparó indiscriminadamente misiles contra Israel y la respuesta fue un ataque despiadado contra centenares de civiles palestinos y edificios. La comunidad internacional exige un cese al fuego; pero Netanyahu no acepta y avisa que los bombardeos aumentarán “tanto en poder como en frecuencia”.
La ONU deja en evidencia ante el mundo su impotencia; porque Israel domina a Estados Unidos (caso único donde el titiritero es más pequeño que el títere) y Estados Unidos controla la ONU, en forma directa e indirecta, por lo que Israel continuará haciendo a otros pueblos lo que no le gustó que le hicieran al suyo. Los palestinos se sienten no solo invadidos, sino impotentes y humillados. El Derecho Internacional no vale para ellos y la expansión israelí mediante la colonización ilegal, particularmente de sectores ultraortodoxos, continúa con total impunidad y ante los ojos de todo el mundo.
Nada de esto fue un error
Ahora, ¿cómo es posible que el ejército israelí, cuyo armamento cuenta con la tecnología más sofisticada, asesine a más de 200 personas y no logre eliminar a dirigentes de Hamás? Es que Benjamin Netanyahu apela a provocar dolor y terror para derrotar a sus enemigos. Él sabe perfectamente que sus bombas caen sobre hogares de familias que nada tienen que ver con el conflicto; pero es parte de su estrategia que incluye neutralizar a la oposición a su gobierno y consolidar su poder. Durante la Guerra de Gaza de 2014, murieron más de 2.200 habitantes de la Franja, la mitad eran civiles y 550 (la cuarta parte del total de víctimas) eran niños, según datos de la ONU.
El domingo 16 de mayo, la fuerza aérea israelí realizó otro ataque contra Gaza, matando a 33 palestinos e hiriendo a otras 50 personas, la mayoría mujeres y niños. El 25% de los fallecidos eran niños, lo que da lugar a suponer que cuando este conflicto cese, se repetirá el trágico porcentaje de 2014. Varios niños y niñas fueron sacados de los escombros con graves heridas y presas del pánico.
¿Dónde están las llamadas “operaciones quirúrgicas” de las que se jactan los ejércitos más poderosos del mundo? Si fueron capaces de destruir una torre de 14 pisos ubicada en el centro de Gaza, lugar donde Hamás tenía sus oficinas, ¿por qué bombardean casas de familia? Todo está fríamente calculado. No se trata de errores; es una estrategia de guerra. Cuatro edificios del programa para refugiados de Palestina fueron destruidos durante estos ataques, pese a estar claramente señalizados con la bandera de la ONU. El ataque viola la Convención de 1946, por la cual se consideran inviolables los locales de esta organización en medio de un conflicto bélico. No fue un accidente el ataque de la aviación israelí a un edificio de Gaza donde agencias de prensa internacionales como AP y Al Jazeera tenían sus oficinas.
En pocas décadas la historia da un vuelco y Netanyahu es el führer que desde Israel somete a un gueto habitado por palestinos.
Aunque Israel se retiró oficialmente de la Franja de Gaza en 2005, en los hechos, continúa ocupándola, controlando sus fronteras y sus espacios aéreos y marítimos. Es el proveedor de agua, electricidad y telecomunicaciones, servicios que corta cuando le da la gana. Además, se reserva el derecho de entrar en la Franja de Gaza cuando le parezca necesario. Más de la mitad de los palestinos están desocupados y viviendo en la pobreza.
Las acciones (o reacciones) de Hamás no ayudan a los palestinos frente a la comunidad internacional; pero los excesos de Israel alimentan las llamas de la rebelión. En ambos pueblos hay fanáticos religiosos, violentos y machistas. Cometeríamos un grave error si analizáramos este conflicto al estilo maniqueo; pero aquí no hay dudas de quiénes son los poderosos y quiénes los débiles; quiénes roban tierras y quiénes las defienden, quiénes llevan menos de 10 muertos en una semana y quiénes pasaron de 200.
En un conflicto tan extenso se llega a un punto en que cada parte es culpable de algo; pero Hamás quizá no existiría si los palestinos no tuvieran ese enemigo común, ese enemigo íntimo que entra y sale de sus casas, destruyendo hogares impunemente.
Netanyahu es un criminal de guerra; pero como es aliado de la potencia más poderosa de toda la historia de la humanidad, puede continuar con los asentamientos y ataques con cierta tranquilidad. Debido a que las últimas cuatro elecciones han quedado inconclusas, el primer ministro se ha dedicado a coquetear con líderes extremistas y racistas. Los ultraderechistas Itamar Ben-Gvir y Arieh King visitaron Sheikh Jarrah clamando que toda Jerusalén pertenece a Israel, a la vez que centenares de judíos marcharon por la ciudad en abril gritando “muerte a los árabes”.
Será difícil que los grandes medios de desinformación informen de estos pequeños detalles. Sin embargo; es tan obvio que Israel oficia de malo en esta película, que hasta CNN está informando de manera bastante imparcial y objetiva, lo cual nos provoca asombro. Incluso, el biólogo español José Levy, egresado de la Universidad Hebrea de Jerusalén, ha cumplido un digno papel como corresponsal jefe de la cadena en Israel, los territorios palestinos y el Medio Oriente, disimulando bastante bien su preferencia por Israel.
Por eso es inaudito que aun cuando hasta esta cadena internacional se doblega ante la realidad, el gobierno uruguayo, dejando de lado la imparcialidad que debería tener en este caso, haya declarado su apoyo a Israel sin hacer mención a los atropellos que dieron lugar a esta nueva escalada de violencia. Lo que correspondía era lamentar las víctimas inocentes de ambos bandos y condenar la violencia también de ambos bandos, convocando al diálogo; pero aparte de la declaración escrita, Lacalle llamó por teléfono para manifestar su respaldo a Netanyahu, mientras que Julio María Sanguinetti también escribió con la mirada flechada hacia la derecha; y mientras ambos lo adulan, continúa el proceso judicial contra el primer ministro israelí por soborno, fraude y abuso de confianza.
Lacalle juega con fuego al alentar los crímenes de Netanyahu; porque si el conflicto se extiende al Líbano y Siria con una alianza antiisraelí entre Hamás y Hezbolá, una tormenta de fuego se desencadenará sobre decenas de países. Lacalle no es consciente de esto (lo suyo es el surf) y Sanguinetti sí; pero no le importa.
No hay vuelta. Los países no tienen amigos; tienen intereses.