Venir al mundo es un suceso trascendental, pero hacerlo con garantías de respeto a la individualidad de la madre y su bebé es una lucha que viene hace décadas. Pero el derecho a nacer con respeto aún necesita calar en la sociedad.
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Nadie escapa a los estragos de lo rutinario, ni siquiera quienes asisten cotidianamente a algo tan maravilloso como un nacimiento, y las consecuencias suelen pagarlas madres, bebés y familia. De ahí el auge que adquirió de un tiempo acá el concepto del parto respetuoso, una práctica no tan novedosa como pudiera creerse, y que tampoco surgió en naciones del primer mundo.
Se trata de enfocar el alumbramiento con la prioridad de respetar los derechos de las mujeres embarazadas y sus bebés, proporcionando un cuidado respetuoso, individualizado y basado en la evidencia durante el proceso del parto y el nacimiento. Nada de protocolos estandarizados, sobremedicación ni violencia obstétrica: propiciar que la experiencia sea todo lo especial que se espera de ella.
La idea es que la embarazada participe en todas las decisiones que afectan su experiencia de parto, y en darle la información veraz que la ayude a tomar dichas decisiones, sobre la base de sus necesidades y preferencias individuales. El personal médico y de atención al parto no la ve como una más, y colabora estrechamente con la mujer y su familia para asegurar que se sienta apoyada y empoderada durante todo el proceso.
Esto tampoco va de consentir per se: esta práctica también se preocupa por reducir el dolor y el sufrimiento de la madre y su criatura, así como por promover el vínculo afectivo entre ambos desde el primer momento de vida. Para ello se vale de técnicas no farmacológicas para aliviar el dolor, como la relajación, la meditación y la respiración, y un cuidado cercano y respetuoso del recién nacido.
Orígenes
El concepto surgió en América Latina en los años 70’s del siglo XX, en países como México, Argentina y Brasil, donde las tasas de intervención médica excesiva e innecesaria eran altas, y además traían aparejadas un alto nivel de violencia obstétrica, problema que aún persiste, y en no pocos países ha sido normalizado.
Dicho término caracteriza un tipo de violencia de género que afecta a las mujeres durante el embarazo, parto y puerperio, y se expresa en una atención médica basada en el control y la dominación sobre la mujer, en lugar de respetar sus derechos y su autonomía. Puede manifestarse de diferentes maneras:
* Falta de información o de consentimiento informado
* Restricción o prohibición de la presencia de acompañantes durante el parto
* Aplicación de procedimientos dolorosos o innecesarios sin la aprobación de la mujer
* Negación del derecho a la analgesia
* Realización de episiotomías innecesarias
* Separación inmediata del recién nacido de su madre sin justificación médica
* Discriminación por motivos de género, entre otras.
Este tipo de violencia puede traer consecuencias graves para la salud física y emocional de la mujer y del recién nacido, así como para su relación afectiva. Propicia, además, sentimientos de vulnerabilidad, impotencia y humillación que pueden afectar la confianza de la mujer en su capacidad para asumir su rol como madre. De ahí la necesidad de los partos respetuosos hacia los derechos y la dignidad de las mujeres y sus hijos.
Humanizar el nacimiento
El enfoque más humano y centrado en la mujer para el cuidado del parto y el nacimiento crece y es respaldado por políticas, prácticas e incluso legislaciones en diversos países.
Uruguay fue una nación pionera en la humanización del parto, aunque sin darle a la práctica el nombre con el que se conoce actualmente. El doctor Juan José Crottogini introdujo al país en 1962 el llamado parto sin dolor, con respeto a la maternidad desde un abordaje científico y una implementación de diversos controles durante la gestación.
En Montevideo, el Hospital de Clínicas incorporó hace medio siglo un equipo de enfermería neonatal y médicos pediatras que daban continuidad a la familia desde el momento del parto hasta el alta médica, en una sala conjunta para la madre y el bebé. Hasta entonces, el protocolo generalizado consistía en separar a la madre de la criatura para una suerte de sala cunero, donde los bebés podían ser vistos a través de un cristal.
Un punto crucial de cambio sobrevino en 1985, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que la condición de embarazo no era una enfermedad: el reconocimiento de algo que parecería obvio propició una transformación en los modelos de atención, que poco a poco se abren camino para que la llegada al mundo sea una felicidad, aunque la vida luego no te la ponga fácil.