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Un debate de actualidad

El Estado en el artiguismo

Por Leonardo Borges.

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A lo largo del periplo artiguista, de la rebelión de los orientales contra sucesivos poderes -ya sea españoles, porteños y lusitanos-, se generó una enorme cantidad de documentación. Ese acervo ha ido acumulándose en el paradigmático -así como extremadamente mesiánico- Archivo Artigas (AA). La rebelión desarrollada a lo largo de nueve años -entre 1811 y 1820- ha sido historiada en incontables oportunidades. Y obviamente los planos interpretativos y la mitificación han superado con creces, en muchas oportunidades, a los análisis historiográficos desembarazados de intenciones políticas ulteriores.

El proceso que vivieron los orientales a principios del siglo XIX supera con creces a las interpretaciones que apuntan únicamente a un solo ser, semimesiánico y completo bautizado como José Pepe Artigas. Esto no quita un ápice la importancia del caudillo oriental en la lucha. Tanto como en los proyectos generados en el movimiento. Justamente sobre esto es que la historia nos abre una serie de interrogantes con respecto al alcance de los conceptos manejados por el líder de la rebelión.

En los documentos archivados en el AA uno puede encontrar una enorme cantidad de palabras. Todas ellas complejas y con diferentes significados dependiendo la época histórica y el contexto. Seguramente un análisis caso a caso nos abriría un abanico interesante de interpretaciones. Por ejemplo, el concepto de Estado, tan caro a las ciencias sociales a lo largo de la historia.

La terminología, el Estado y la historia

Cuando se menciona el término Estado en estos documentos, no se hace con la significación de nuestros días. Por más que le digamos de la misma forma, no es cuestión de confundirnos y generar juicios anacrónicos. Como dice el historiador argentino Juan Carlos Chiaramonti, podemos hablar de “elementos de estatalidad”, como la capacidad de un poder público de dominación de un territorio, de controlarlo militarmente, de generar una propia identidad, de proveer sustento financiero a ese Estado y de organizar una burocracia. No podemos hablar entonces de un Estado oriental en sí. Sino de un proto-Estado oriental -es simplemente una cuestión de términos-. Pero de lo que nunca podemos hablar es de una nación oriental. Ya que la identidad nacional no era buscada explícitamente.

Este Estado caudillesco (en apogeo en los tiempos de la villa de purificación) se diferencia profundamente de un Estado liberal, más cercano a nosotros. Pero no cometamos el error de juzgar a estos hombres con los conceptos actuales. Este tipo de Estado, estos elementos estatalizantes, era lo comprendido por aquella población.

Juan Manuel de Rosas (1793-1877), el tan famoso y controvertido caudillo federal, es un ejemplo de un poder caudillesco. Nobleza obliga, decir que la diferencia máxima es la idea de Artigas de la necesidad de una constitución y la negativa de Rosas a este respecto. Pero eso forma parte del plan (lo que se debía hacer), pero su presente (el de Artigas) era un presente caudillesco. Rosas tenía 29 años menos que Artigas. Nació en 1793 y desarrollaba en la Confederación argentina, tan cercana al caudillo oriental, una forma caudillesca de poder, no liberal.

Organización artiguista

El artiguista es un intento de organizar -basado en Norteamérica- un Estado liberal. Pero intento al fin que naufragó en un mar de intencionalidades y un océano de ignorancia. Intencionalidades de las demás provincias y los caudillos de estas, con todo su derecho. Y la capital, mandona por excelencia. Ignorancia; hay que estar preparado para ser ciudadano y esa preparación no existía. La constitución no podía subsanar un abismo cultural. Tanto lo sufrió Uruguay después de parido en la Convención Preliminar de Paz en 1828, que la fuerza de las palabras no pueden con los hechos, devastadores. De 1830 a 1904, en la “tierra purpúrea” de William Hudson, hubo 71 levantamientos, revoluciones, golpes, motines. Difícil en tiempos artiguistas forjar un contrato eficaz, un Estado liberal. Durante su mandato, esos nueve años, Artigas nunca realizó (y es poco discutible) “otra forma de gobierno que la directa y personal”. Sin resortes, ni mandos medios ni bancada ministerial. La diferencia radica, ya no en discutir esta afirmación, sino en explicarla. De diferentes maneras se ha logrado, desde aparecer como un protector -vaya ironía democrática- hasta la lisa y llana dictadura. Desde Guillermo Vázquez Franco (mencionando que Artigas era una especie de primus inter pares) hasta Lincoln Maiztegui (dictadura paisana) lo han escrito. O los marxistas Lucía Sala, Rodríguez y De la Torre, mencionando una “pirámide semifeudal”. O María Julia Ardao, tipificando como “gobierno patriarcal” al artiguismo, entre muchos otros ejemplos.

Pero no vista desde el punto de vista actual. No caeremos en ese error fundamental. El doctor Felipe Ferreiro, eminencia de otrora, no contaminado tampoco con los sedimentos de la dictadura (1973-1985), hablaba de la dictadura de Artigas.

El caudillismo no es un instituto ajeno a la Banda Oriental, a la Provincia Oriental, ni siquiera a Uruguay. Es la manera más elemental de organización en los primordios de una sociedad, en todas sus formas posibles y sentidos. Según Pedro Bustamante, epígrafe de un prólogo de J.E. Pivel Devoto, el caudillismo es una fase política, muy natural a las sociedades, si se me permite, bárbaras, siguiendo a José Pedro Barrán.

La constitución norteamericana

Con inteligencia, Alexis de Tocqueville marcó la infertilidad de la constitución norteamericana en otras manos. “La Constitución de Estados Unidos se parece a esas bellas creaciones de la industria humana que colman de gloria y de bienes a quienes la inventan. Pero que son estériles en otras manos”.  Y mucho más cercano y traspolable al Río de la Plata, diría que inquietantemente acertado.

“Los habitantes de México, queriendo establecer el sistema federal, tomaron por modelo y copiaron casi enteramente la constitución federal de los angloamericanos, sus vecinos. Pero al trasladar a su patria la letra de la ley, no pudieron transportar al mismo tiempo el espíritu que la vivifica […] Ahora México se ve constantemente arrastrado de la anarquía al despotismo militar, y del despotismo militar a la anarquía”.

Es así que son infructuosos los intentos de organizar un contrato eficaz y un Estado liberal. Terrible destino que une al norte y al sur de la América latina.

Pero quizás debamos ver un poco más allá y no buscar desesperadamente al caudillo oriental para apuntalar discursos o viejas divisas desteñidas (de todos los colores). Sino para comprender algunos de los problemas actuales.

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