No se trata de la UE, una asociación política, sino del Euro, que implica una sociedad monetaria y fiscal. Actualmente se utiliza en Alemania, Austria, Bélgica, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, España, Estonia, Finlandia, Francia, Grecia, Irlanda, Italia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Malta, Países Bajos y Portugal, a los que se suman Andorra, Ciudad del Vaticano, Mónaco y San Marino. En enero de 2010, mientras arreciaba la Gran Recesión en EEUU y Europa, el Foro de Davos declaró que la responsabilidad de los problemas del Viejo Continente, evidente consecuencia de la crisis hipotecaria global, la tenían Portugal, Irlanda, Grecia y España, países de muy escasa significación en la economía europea y a los que se bautizó cariñosamente “PIGS”. Sobre ellos arreciaron las malas notas de las calificadoras de riesgo y los anatemas del FMI, el Banco Mundial y la OCDE; se los obligó a restricciones presupuestarias y programas violentos de ajuste que resultaron en una mayor contracción de sus economías y aumento del desempleo. Un economista italiano escribió entonces que “el problema principal de Europa está en el euro, que constituye un corsé de hierro que impide a los países de la periferia efectuar devaluaciones nacionales y así equilibrar su competitividad y sus balanzas de pagos”. También pesaron las “medidas de austeridad fiscal” (los programas de restricción presupuestal, contractivos y recesivos) que la canciller alemana, Angela Merkel, y su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, impusieron a los países de la eurozona a través de las autoridades comunitarias de Bruselas, opuestas a las políticas monetarias expansivas recomendadas por John Maynard Keynes, que derrotaron la Gran Depresión de 1929, y posibilitaron, entre 1945 y 1973, “la Edad Dorada del Capitalismo”. Luego de la Gran Recesión tuvimos acontecimientos como la emergencia neonazi en Europa; la aparición de movimientos como Podemos, Syriza, Occupy Wall Street; el Brexit, la salida de Reino Unido de la Unión Europea, y el triunfo de Donald Trump en EEUU. El primer economista de renombre en advertir la inconveniencia del euro y augurar la crisis de la eurozona fue Milton Friedman, premio Nobel 1976. Lo hizo en 1997, cuando faltaban cinco años para que se pusiera en circulación y la soberanía de la política monetaria pasara al Banco Central Europeo. Friedman escribió en Project Syndicate: «Pienso que el Euro creará tensiones políticas, convirtiendo desequilibrios económicos que se podrían resolver acomodando el tipo de cambio en cuestiones políticas que dividirán a los países. El tipo de cambio es una herramienta para amortiguar los shocks”. Durante años, los principales economistas progresistas del mundo (Paul Samuelson, Lester Thurow, Robert Reich, Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Dani Rodrik y otros) defendieron la Unión Europea (el gran proyecto político de Konrad Adenauer, Charles De Gaulle, Robert Schuman y Alcide de Gasperi, entre otros) identificándola erróneamente con la, moneda única, a la vez que criticaban la “austeridad” merkeliana. La consideración monetaria cambió lentamente. En setiembre de 2016 vio la luz el libro El Euro/Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa, de Joseph Stiglitz. A lo largo de 483 páginas, divididas en 12 capítulos y un epílogo titulado El Brexit y sus consecuencias, el Premio Nobel fundamenta que la crisis europea tiene su origen en “la decisión fatal, en 1992, de adoptar una moneda única sin dotarla de las instituciones necesarias para que funcionase: los buenos acuerdos monetarios no garantizan la prosperidad, pero los malos convenios pueden desembocar en recesiones y depresiones”. Era relativamente fácil comprender que países tan distintos como Alemania, Francia, España y Grecia no podían regirse por la misma fiscalidad y menos por un signo económico común, pero Stiglitz abunda: “En 1992 la Unión Europea se propuso el proyecto de implantar una moneda única, el euro, que diez años después era ya una realidad, y es hoy compartida por los 19 estados de la E eurozona. Mientras que durante los primeros años fue celebrado y considerado un éxito rotundo, a raíz de la crisis de 2008 cobraron fuerza las voces en contra”. Además de ofrecer las claves de ese cuestionamiento, el libro plantea las siguientes preguntas: ¿hay algún modo de llevar el euro a su término sin provocar el caos en la región, y posiblemente en el mundo? “Europa ha experimentado casi una década de estancamiento, que en el caso de algunos países ha llegado a ser depresión. ¿Cómo es posible que en Estados Unidos, país donde se originó la crisis debido a la mala gestión del sector financiero, la recuperación esté siendo mucho más veloz? El problema de fondo es, sencillamente, el euro”. Stiglitz no sólo le adjudica una responsabilidad principal en la crisis (como “problema de fondo”) sino que también lo responsabiliza del aumento de la desigualdad: “El euro ha provocado un aumento de las desigualdades. Un argumento importante de este libro es que el euro ha ahondado la brecha, ha hecho que los países más débiles lo sean más aún y que los más fuertes se hayan reforzado: por ejemplo, el PIB alemán ha pasado de ser 10,4 veces el de Grecia en 2007 a 15 en 2015. Pero la brecha ha aumentado también las desigualdades dentro de los países de la eurozona. Y ha ocurrido incluso en aquellos que estaban consiguiendo reducir las desigualdades antes de la creación del euro. No debe extrañar a nadie: un alto índice de paro perjudica a los que están más abajo y hace que bajen los salarios, y los recortes de los gobiernos por las políticas de austeridad tienen consecuencias muy negativas para las personas de rentas medias y bajas que necesitan la ayuda de los programas públicos”. Stiglitz se asoma al presente: “El mundo se ha visto bombardeado con informaciones deprimentes sobre Europa. Grecia está en depresión, y la mitad de sus jóvenes, en el paro. La extrema derecha ha ganado enorme terreno en Francia. En Cataluña, una mayoría de los diputados electos en el Parlamento regional apoyan independizarse de España. En el momento de escribir este libro, grandes zonas de Europa afrontan una década perdida, con un PIB per cápita más bajo que el que tenían antes de la crisis financiera global. Incluso lo que los europeos consideran un éxito representa un fracaso: la tasa de desempleo en España ha caído de 26% en 2013 a 20 % al comienzo de 2016, pero casi uno de cada dos jóvenes sigue en el paro, y el porcentaje sería aún mayor si muchos, sobre todo los más preparados, no se hubieran ido del país para buscar empleo en otros lugares o hubieran dejado de buscar […] Europa cometió un sencillo error: pensó que la mejor vía hacia un continente más integrado era construir una unión monetaria, compartir una moneda común. Ahora es necesario hacer una profunda reforma de la eurozona y de su moneda, para salvar el proyecto. Y es posible salvarlo. El euro es una creación artificial. […] este libro está escrito con la esperanza de ayudar a Europa y darle cierto impulso para que emprenda esas ambiciosas reformas cuanto antes. Debe recuperar la visión de los nobles objetivos que perseguía cuando nació la Unión Europea. El proyecto europeo es demasiado importante para que lo destruya su moneda común”. La situación cambió parcialmente cuando en marzo de 2015, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, que asumió ese cargo a fines de 2011, en el marco de su lucha contra la crisis europea que afectaba a la periferia, puso en marcha el llamado Plan Draghi de expansión monetaria. A semejanza de la expansión cuantitativa (o Quantitative Easing, ideada por el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke y su equipo), Draghi inició, a través de los bancos centrales (y con la feroz oposición de Merkel y Schäuble), un programa masivo de compra de bonos por valor de 60.000 millones de euros al mes. El titular del BCE, ante la recesión y el desempleo que castigaban a España, Portugal, Francia, Italia, Grecia y en general, a todos los países europeos no pertenecientes a la órbita alemana anunció en 2012 que haría “todo lo necesario” para solucionar dicha situación que llevaba a los extremismos al poder. Era la solución que Keynes propuso a Roosevelt en 1933: aumentar la liquidez del sistema y estimular la actividad económica a cualquier precio, todo lo contrario de la falsa “austeridad” merkeliana (que hacía keynesianismo en Alemania), provocadora de recesión, desempleo, miseria y extremismos. El volumen inicial de 60.000 millones de euros mensuales subió a 80.000 millones en 2016. En 2017 se redujo de nuevo a 60.000 y luego a 30.000 y se consideró eliminarlo paulatinamente, pero la situación de la UE determinó su prosecución, sin perjuicio de haber fijado su fin para fines de 2018. El Plan Draghi logró que los países de la periferia salieran de la recesión (ver cuadro), pero no solucionó el tema de fondo que es la “dama de hierro”, el euro. Curiosamente, nunca fue impugnado por grupos presuntamente radicales como Podemos o Syriza. Lamentablemente, la salida del Euro es propuesta por movimientos de extrema derecha, como el Frente Nacional, de Marine Le Pen, o la Liga Norte. Los ingleses, inteligentes como siempre, nunca entraron en la trampa alemana, y en 2017 abandonaron formalmente la Unión Europea.
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