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EL CAPITALISMO EN QUE VIVIMOS

El falso concepto de neoliberalismo

El término “neoliberalismo” ha sido utilizado en los últimos años para sintetizar lo peor del funcionamiento del capitalismo en el mundo. Incluso suena peor que “capitalismo salvaje”. Sin embargo, en rigor, ese uso carece de seriedad y dice cosas contrarias a las que se propone.

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Por Víctor Carrato

Según la Real Academia Española, la palabra “neoliberalismo” proviene de “neo” y “liberalismo”, y significa: “m. Teoría política y económica que tiende a reducir al mínimo la intervención del Estado”.

Según Wikipedia, el neoliberalismo, en el plano económico, se asocia a Milton Friedman y al austríaco Friedrich von Hayek como los principales exponentes. Mientras que en el plano político, se asocia al presidente de Estados Unidos (EE. UU.) Ronald Reagan, junto a la antigua primera ministra británica Margaret Thatcher.

El neoliberalismo –también llamado “nuevo liberalismo” o “liberalismo tecnocrático”– es la corriente económica y política capitalista, inspirada y responsable del resurgimiento de las ideas asociadas al liberalismo clásico o primer liberalismo desde las décadas de 1970 y 1980.

 

Liberalismo no es lo mismo

Los defensores del neoliberalismo apoyan una amplia liberalización de la economía (que se traduce en liberalización para los demás y proteccionismo para mi país), el libre comercio en general (que también se traduce en ábranse ustedes, que yo sigo aplicando el proteccionismo) y una drástica reducción del gasto público (siempre y cuando no se trate de los países dominantes, sino de los dominados) y de la intervención del Estado en la economía en favor del sector privado, que pasaría a desempeñar las competencias tradicionalmente asumidas por el Estado (que se traduce en que el Estado debe proteger la ausencia de competencia en favor de las grandes empresas).

Más concretamente, en ese sector privado conformado principalmente por consumidores y empresarios, serían estos últimos quienes podrían pasar a desempeñar roles que en determinados países asume y financia el Estado con impuestos del contribuyente (que se traduce en menos impuestos para los ricos y más para los pobres).

Sin embargo, el uso y la definición del término han ido evolucionando en las últimas décadas y no hay un criterio unificado para determinar qué es “neoliberalismo”.

Originalmente, el neoliberalismo era una filosofía económica acuñada por el economista alemán Alexander Rüstow en 1938 que trataba de encontrar un “tercer camino” o un “camino entre medias” de la disputa que en ese momento se libraba entre el liberalismo clásico y la planificación económica. El impulso de desarrollar esta nueva doctrina surgió del deseo de evitar nuevos fracasos económicos tras la Gran Depresión y el hundimiento económico vivido en los primeros años de la década de 1930, fracasos atribuidos en su mayoría al liberalismo clásico. En las décadas siguientes, la teoría neoliberal tendió a estar en contra de la doctrina laissez-faire del liberalismo, promoviendo una economía de mercado tutelada por un Estado fuerte, modelo que llegó a ser conocido como la “economía social de mercado”.

 

La confusión

El término “neoliberalismo” es confuso y de origen reciente. Prácticamente desconocido en EE. UU., tiene alguna utilización en Europa, especialmente en los países del este. Está ampliamente difundido en América Latina, África y Asia. Forma parte del debate público que se produce en tales regiones, en el que la retórica –que es una ciencia autónoma– tiene un rol protagónico para darle o quitarle el sentido a las palabras.

 

“Neoliberalismo” quizás fue acuñado como término en agosto de 1938 por un muy destacado grupo de intelectuales liberales en París, a iniciativa del periodista estadounidense Walter Lippman.

Cuenta Louis Baudin, abogado y economista francés, que en esa discusión se acuñó, primero, y se propuso utilizar a partir de entonces, después, el término “neoliberal” para significar precisamente nuestra corriente de pensamiento.

Según Baudin, “neoliberalismo” se estableció como la palabra clave que describe cuatro principios fundamentales: el mecanismo de precios libres, el Estado de derecho como tarea principal del gobierno, el reconocimiento de que a ese objetivo el gobierno puede sumar otros, y la condición de que cualquiera de estas nuevas tareas que el gobierno pueda sumar debe basarse en un proceso de decisión transparente y consentido.

En esa reunión del año 1938, no hubo actas, y participaron Rueff, von Hayek, von Mises, Rüstow, Roepcke, Detauoff, Condliffe, Polanyi, Lippman y Baudin, entre otros. Y el libro de Baudin es recién de mediados de los años cincuenta.

 

El leninismo

El imperialismo, fase superior del capitalismo, publicado por Lenin en 1916, destaca que “lo característico del imperialismo no es justamente el capital industrial, sino el capital financiero”.

El elevado desarrollo de la producción capitalista se ha concentrado en unos pocos grandes monopolios y este fenómeno puede observarse en todos los países. Unas pocas empresas controlan cada sector (telefonía, transportes, etcétera) frente a los rasgos iniciales del capitalismo (donde en cada sector compiten muchos pequeños productores), sostenía Lenin.

El Estado ha dejado de ser propiedad de toda la burguesía para pasar a estar controlado solo por los sectores monopolistas de la burguesía. El Estado sirve ahora solo a los capitalistas dueños de grandes monopolios, subrayaba el líder bolchevique. De ahí que lo consideraba como capitalismo monopolista de Estado, en el cual la formación de asociaciones de capitalistas internacionales se repartían el mundo entre las potencias capitalistas más importantes.

La teoría leninista está lejos de la definición del neoliberalismo en tanto teoría política y económica que tiende a reducir al mínimo la intervención del Estado.

 

El consenso de Washington

Luego de los gobiernos de Reagan y Thatcher, se puso de moda en el mundo el término “consenso de Washington”, acuñado en 1989 por el economista John Williamson. Su objetivo era establecer un decálogo de fórmulas de reformas para los países en desarrollo azotados por la crisis, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. Las fórmulas abarcaban políticas que propugnaban la estabilización macroeconómica, la liberalización económica con respecto tanto al comercio como a la inversión, la reducción del Estado, y la expansión de las fuerzas del mercado dentro de la economía interna. Todo ello sin adaptar las estrategias a las circunstancias específicas de cada país.

Quizás fue en ese momento que se comenzó a hablar más de “neoliberalismo” por parte de los críticos de estas reformas.

El propio Joseph Stiglitz escribió por entonces que “las políticas del consenso de Washington fueron diseñadas en respuesta a problemas muy reales en América Latina y tenía sentido considerable aplicarlas”. Luego, Stiglitz se convirtió en un crítico abierto de las políticas del FMI y el BM tal como se aplicaron en las naciones en desarrollo.

Después de la cumbre del G-20 de Seúl en 2010, se anunció que se había alcanzado un acuerdo: el Consenso de Seúl para el Desarrollo. The Financial Times publicó que “su punto de vista pragmático y pluralista de desarrollo es lo suficientemente atractivo. Pero el documento no hará más que clavar otro clavo en el ataúd del ya fallecido consenso de Washington”.

Más tarde, la “lista” inicial fue completada, ampliada, explicada y corregida. Así, y en distintos foros, se comenzó a hablar del “consenso de Washington II” y del “consenso de Washington III”.

Las instituciones que forman el consenso comenzaron a suavizar su insistencia en estas políticas a partir del 2000, en gran parte debido a las presiones políticas asociadas a la globalización.

En realidad, se dejaron de lado esencialmente a raíz de la crisis financiera mundial del 2008, considerada como una crisis provocada por las políticas del liberalismo económico, al tiempo que el fundamentalismo de mercado perdía apoyo. La mayoría de las políticas fueron incapaces de prevenir o aliviar las crisis económicas agudas.

“Estabilizar, privatizar y liberalizar” se convirtió en la fórmua mágica de una generación de tecnócratas que se afilaban los dientes en los países en vías de desarrollo y en los de los líderes políticos que aconsejaban.

El economista Joseph Stiglitz denomina al neoliberalismo “fundamentalismo del mercado”, ya que, como ideología económica, sirve a los intereses de una minoría saltándose los controles y el funcionamiento de las democracias.

 

Globalización

En las últimas décadas los vínculos económicos a nivel mundial se han incrementado de forma exponencial. Es lo que se ha llamado la “globalización capitalista”.

El expresidente francés Sarkozy, en 2008, proclamó la necesidad de refundar el capitalismo para –siguiendo la lógica médica aplicada al colesterol– combatir el malo y reforzar el bueno.

Más recientemente, Emmanuel Macron tituló el libro que contiene sus propuestas políticas: Revolución. Entre ambos, otro político francés –el comisario europeo Moscovici, miembro del Partido Socialista– proclamó ante el español Pedro Sánchez que “ser de izquierdas no es estar contra la globalización”.

En esencia, la globalización no es otra cosa que la expansión de las mayores transnacionales del mundo que van en busca de mano de obra más barata, ventajas comparativas para obtener mayores utilidades y evasión de impuestos, sin importarles dónde se instalan.

Más que hablar de neoliberalismo, deberíamos hablar de capitalismo transnacional.

Los errores conceptuales llevan a equivocar las estrategias y se puede terminar como el Quijote, peleando contra molinos de viento.

 

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