El viernes pasado, bajo el título de Bolsonaro, el futuro y los errores de la Izquierda, escribí, bastante conmovido por el triunfo de ese nefasto personaje, cuyo impacto se sentirá en toda América Latina.
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Recordé el principio marxista de que los resultados mandan y la realidad es inobjetable.
En Brasil, no vimos que hubiera una respuesta popular acorde al progreso del proceso de derechización llevado adelante por las fuerzas reaccionarias. Es más, creo que hubo cierta ingenuidad, porque no se percibía que el golpe de Estado se había dado “para quedarse”.
Es seguro que hay que analizar todas las peculiaridades de la izquierda en América Latina, porque está ocurriendo que millones votan contra sus intereses.
Es claro que estamos ante fenómenos nuevos, que no se encarcelan en los dogmas y que deben ser analizados y pensados en las nuevas realidades.
Llama la atención el comportamiento de las capas medias, especialmente aquellos sectores que han salido de la pobreza por las políticas distributivas de los gobiernos progresistas y las que sienten que su contribución al bienestar de la sociedad resulta exagerada. Estas han resultado ser las primeras que se aterrorizan ante fenómenos como la inseguridad y las supuestas o verdaderas maniobras de corrupción de los gobiernos, pero también han votado, sectores obreros y campesinos, mujeres y otros colectivos que siempre son vulnerados y sometidos por los grupos tradicionalmente dominantes.
¿Cómo estamos por casa?
Muchas veces estas páginas han recogido pensamientos y referencias de escritos del cientista político Oscar Bottinelli.
Ya hicimos referencia a una columna anterior, en la cual señaló que el mayor adversario del Frente Amplio no está afuera, sino que está en sus propias debilidades. En tal sentido destacó que el altísimo número de desencantados se nutre de desilusiones para con banderas fundamentales de la Izquierda que perciben que han quedado por el camino.
El mismo viernes pasado Bottinelli escribió en El Observador una columna titulada: «Si el Frente Amplio no despierta», señalando que «bastó un swing del 6% para que la izquierda brasileña perdiese el poder».
Señala el politólogo que se produjo un huracán político, cuyo beneficiario político es Jair Bolsonaro, un sujeto que no es ni demócrata ni respetuoso de los derechos humanos. Al respecto remarca que en términos de nuestro país hay una diferencia significativa que opera para peor.
La misma radica en que, quien quiera abandonar el Frente Amplio, «no tiene que tragarse el sapo de un extremista de las características de Bolsonaro que ha hecho sonar la alarma en el Frente Amplio».
Pero agrega Bottinelli que ya no hay demasiado tiempo para que una parte de la dirigencia frenteamplista «siga mirando para el costado y barriendo bajo la alfombra», en obvia referencia a problemas que siguen sin tramitarse y que cada vez acumulan más presión en la interna.
Quiero agregar que yo, que no dramatizo la posibilidad de que el Frente Amplio pierda las elecciones, pero que soy consciente del riesgo que la restauración lleva consigo, para el bienestar y la convivencia democrática de nuestra sociedad, tampoco percibo en quiénes dirigen la fuerza política ni alarma ni gran preocupación por las consecuencias de una instancia electoral desfavorable.
Bottinelli comenzó con un detallado análisis de lo ocurrido en Brasil el domingo 29 porque vale la pena analizar lo que impacta en el comportamiento político y electoral de los uruguayos.
Remarca que el swing, o corrimiento electoral en el balotaje desde la izquierda a la derecha, fue importante pero no extraordinario, apenas 6 puntos porcentuales, en el entendido de que izquierda es lo que en 2014 votó a Dilma Rousseff y en 2018 a Fernando Haddad, y que la derecha es lo que en 2014 votó a Aécio Neves y en 2018 a Jair Bolsonaro.
Apenas 6% se movió y pasamos de una mayoría de izquierda a una que, por ahora, resulta difícil definir pero que en sus manifestaciones verbales, en algunas de sus acciones políticas más notables y en la incidencia que el capital financiero tiene en su inspiración, parece deslizarse hacia el fascismo.
Agrega Bottinelli que «en segundo lugar, el verdadero huracán se produjo a nivel presidencial en el espacio que va desde el centro a la extrema derecha, donde quedan minimizados tanto la centro derecha como la derecha moderada, y ven desplazar la abrumadora mayoría de su electorado hacia la extrema derecha».
Para aclararlo, remarca que el beneficiario, Jair Bolsonaro, no es ni demócrata ni respetuoso de los derechos humanos, defiende la dictadura militar en Brasil, «exalta la tortura y el asesinato político, promueve el gatillo fácil y el romperle la cabeza a los rojos, exhibe claro machismo, misoginia, homofobia, racismo. La descripción no es nada exagerada, exhibe las características opuestas a los valores exaltados en el mundo occidental desde mediados de los años ochenta del siglo XX hasta mediados de la década presente».
Ya entrando en las causas de esta verdadera tragedia, señala Oscar Bottinelli que «un elemento clave de este fenómeno ha sido la percepción de un segmento de la sociedad sobre la existencia de una profunda corrupción en el Partido de los Trabajadores o en los gobiernos liderados por el PT. Impacto que fue mitigado por la otra percepción: que hubo una campaña mediática contra la corrupción en torno al PT pero no en torno a dirigentes del otro lado y que el elemento más relevante desde el punto de vista político y electoral, la proscripción de Lula, fue parte de un proceso judicial politizado para incidir en las elecciones».
Y añade, que, a pesar de las medidas tomadas, el 6% del electorado giró en contra del PT, y no se fue a formas moderadas o de centro izquierda, sino que lo hizo hacia un referente ideológico de los valores de extrema derecha antes descritos.
«Lo clave, desde el punto de vista del resultado presidencial final, apunta Bottinelli, son precisamente esos votantes del PT (de Dilma) que giraron hacia Bolsonaro; los que abandonaron la izquierda. En términos uruguayos surge una diferencia significativa. Quien quiera abandonar el Frente Amplio no tiene que tragarse el sapo de un extremista de las características de Bolsonaro. Cualquier candidato presidencial en este país tiene claras credenciales de adhesión a la democracia en la forma y en la sustancia de este país».
Agrega que «puede haber desde la izquierda las mayores aprensiones sobre sus ideas políticas, económicas, filosóficas, pero no hay sapos a tragar del tipo Bolsonaro. Por tanto, el swing electoral no requiere de un salto mortal, sino de un deslizamiento», lo que vuelve la situación tremendamente más peligrosa en nuestro país, con vistas a las elecciones de 2019.
Adiciona otra observación de gran significación: «Además, de la justicia brasileña se puede dudar: solo el 27% de los brasileños confía en el Poder Judicial y es muy alta la desconfianza interna y externa en la proscripción de Lula. De la Justicia uruguaya nadie duda de su independencia en temas políticos; por tanto, un procesamiento es un procesamiento, sin más».
Y viene entonces una serie de párrafos medulares: «La percepción de corrupción, cuando existe, golpea más a la izquierda que a la derecha. ¿Por qué? Primero porque viene de relevo, y lo que viene de relevo llega con una imagen de mayor pureza que quienes están largo tiempo en el poder. Lo segundo es porque las izquierdas, en general, hasta no hace mucho, gozaban de lo que Rafael Bayce llamó un “aura de santidad”, aun para buena parte de los ajenos, sobre todo en lo referido a “meter la mano en la lata”. Esto era considerado algo absolutamente impensable para los propios. Cuando ocurre, cuando se considera que se violan principios éticos, la desilusión es mucho más fuerte, la condena social es más grave». Vale recordar que el propio Raúl Sendic, cuya conducta está en plena controversia, aún en el seno de la izquierda, declaró en una ocasión que quién se corrompe no puede ser de izquierda.
Bottinelli recuerda que lo ocurrido en Brasil demuestra que no se requiere que todos los izquierdistas cambien de opción política cuando se desilusionan por la corrupción, ni siquiera la mayoría, ni una significativa minoría, sino que tan solo necesitó que fuese el 6% del electorado, el 12% de los suyos.
Y remarca con énfasis: «Bolsonaro ha hecho sonar la alarma en el Frente Amplio. Ya no hay demasiado tiempo para que una parte de la dirigencia del Frente Amplio, en particular sus órganos dirigentes, sigan mirando para el costado y barriendo bajo la alfombra. Hay dos pronunciamientos clave del Tribunal de Conducta Política en que lo más grave de todo es que han sido ocultados a los propios frenteamplistas. Se presume lo que dicen pero no se sabe. Y no se discute sobre ellos. Mucho menos se vota sobre ello. En el último año y algunos meses se ha ido produciendo un viraje sustantivo, desde aquella unanimidad expresada en la bancada senatorial y en el Plenario Nacional en defensa de (Raúl) Sendic y de la gestión de Ancap. Ya nadie apela a polemizar con blancos y colorados, porque saben que el problema del Frente Amplio no es con ellos, sino consigo mismos, con los frenteamplistas desilusionados. Ya cada vez más son más los que piden pronunciamientos claros. Es allí donde se juega la elección, donde el Frente Amplio gana o pierde….”
Esta es una afirmación sustancial, de profunda gravedad, formulada por quien es uno de los principales de nuestros cientistas políticos.
«No es bueno para esos frenteamplistas desilusionados que aspirantes a la candidatura presidencial -no todos- o no hablen del tema o no lo hagan en forma categórica. Hay momentos en que no caben los eufemismos ni los circunloquios. Parecería que para ese segmento disconforme no basta con decir “si yo fuera usted, yo me borraría”. Las estimaciones indican que en este tema el Frente Amplio juega una parte de su suerte de aquí a fin de año. Después, parecería que no le da el tiempo», concluye Oscar Bottinelli.
Más allá de que sobre este tema yo he guardado un prudente silencio, me parece que ya no queda tiempo. Vuelvo a decir que no quiero que en Uruguay se nos venga una noche oscura y menos que nos sorprenda sin hacer nada, porque bien sabemos que en Uruguay no estamos vacunados contra el odio, la inseguridad, la corrupción, la decepción y la desconfianza, como les sucedió a los hermanos brasileños.
Yo escucho atentamente a Bottinelli, porque el que sabe, sabe…