Lo que se está haciendo con Sendic es una canallada sorprendente e indigna en la tradición política del país. No me estoy refiriendo a los medios de la derecha, porque la mentira es su hábito más notable: cuando hablo de indignidad hablo del sistema político, que casi siempre ha sido respetuoso de los hombres públicos, de su intimidad y de su honor.
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Con Sendic nada de eso ha ocurrido. Se han corrido rumores sobre su orientación sexual, se han tergiversado sus discursos, se ha insinuado que habría cometido delitos en su gestión pública, se ha mencionado que es imprudente cuando conduce su auto y hasta se ha dicho que no merece ser uruguayo. Que es bobo, incapaz y ambicioso. Sendic ha tenido que salir a la televisión a decir que no es homosexual, que no es ladrón y a desmentir que es un tiranuelo que repudia la libertad de prensa. Ha permanecido prudentemente silencioso cuando algunos compañeros frenteamplistas lo atacaron, ha mantenido una línea de respeto con sus compañeros y adversarios y ha tolerado los agravios con altura y entereza.
Yo no tengo que sacar la cara por nadie, pero en principio me solidarizo con todos los condenados a muerte, porque no todo es válido en política. Lo que se está haciendo con Sendic es de una bajeza increíble y me da asco. Conste que nunca voté a Sendic ni me une otra relación con él que la que me une con cualquier otro compañero. Pero me parece un hombre inteligente, humilde, valiente y respetuoso, con el que se está cometiendo una gran injusticia.
Tal vez lo que digo no le importe a muchos, pero tengo ganas de decirlo y la posibilidad de hacerlo. Al menos, para que conste.