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El problema no es la droga

Por Enrique Ortega Salinas.

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Caras y Caretas Diario

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“Me arrepiento de no haber disfrutado el crecimiento de las nenas… De haber faltado a fiestas de las nenas. Cumpleaños, creo que estuve en todos; pero algunos me faltan. Me arrepiento de haber hecho sufrir a mi vieja, a mi viejo, a mis hermanos, a los que me quieren… No haber podido dar el cien por cien en el fútbol, porque cuando se habla de droga en el fútbol, yo di ventajas. Yo, con la cocaína, daba ventaja. Nos drogábamos, no dormíamos, nos consumíamos… y después teníamos que salir a la cancha. Para el que se droga, cuando te viene el bajón, tenés que drogarte para seguir. Y es una cadena”.

Esto es parte de lo que el 10 respondía durante una entrevista a él mismo, hace algunos años, que parecen pocos, porque cuando se habla de Maradona, todo parece que hubiera sucedido ayer. Su vida fue vertiginosa y la correteó a los tumbos, siempre en los extremos, para bien y para mal.

 

El esclavo que fue rey

Tras su muerte, no faltan en las redes sociales quienes critican a Diego por sus adicciones, sin comprender que una adicción es una enfermedad y lo primero que destruye es el programa de la voluntad que todos tenemos en esa computadora biológica que es el cerebro. El adicto quisiera curarse; pero no puede; su mente es dominada por la ansiedad. Diego decía que a la droga le podías ganar alguna que otra batalla, empatar otras, mantenerla a raya; pero también perdías.

La palabra adicción proviene del latín addictus, que era el deudor insolvente que, al no poder pagar, era entregado como esclavo a su acreedor. Es considerada una enfermedad crónica del cerebro caracterizada por una búsqueda patológica de una recompensa, placer o alivio a través de una sustancia o acción. La ASAM Public Policy Statement agrega que “esto implica una incapacidad de controlar la conducta, dificultad para la abstinencia permanente, deseo imperioso de consumo, disminución del reconocimiento de los problemas significativos causados por la propia conducta y en las relaciones interpersonales así como una respuesta emocional disfuncional”.

Las adicciones pueden ser por las sustancias psicoactivas tanto como por el sexo, la comida, el juego, la pornografía, la televisión, el deporte, nuevas tecnologías (tecnofilia), el celular (nomofobia), internet e, incluso, el trabajo. Llamará la atención lo último; pero no pocas familias se han destruido por eso.

Sin embargo, los que condenan a Diego por sus adicciones ocultan el verdadero motivo de su odio enfermizo, porque no los vemos criticando, por ejemplo, a John Lennon. El problema, para ellos, no son los drogadictos; el problema es Maradona. Maradona siempre fue un problema.

Fue un problema porque siendo un plebeyo llegó a colocarse la corona y puso a la corte a sus pies. Fue un problema porque sin tener mucha educación, se rompió el alma para salir de la miseria y la fama, la gloria y la riqueza le cayeron encima sin estar preparado para asumir el impacto con moderación. Fue un problema porque, siendo un ídolo mundial, se reunía con Chávez y Fidel y no se arrodillaba ante la derecha, que tenía que soportarlo a regañadientes. Era imperdonable porque (por si a alguien le quedaban dudas) aclaró: “Soy completamente zurdo: con el pie, con la mano, con la cabeza y con el corazón”. Fue el primero en gritar a los cuatro vientos la corrupción reinante detrás del fútbol; y tenía razón porque varios de los señalados terminaron entre rejas.

Sí; era bruto para hablar y tenía un genio de puta madre. Sí, sacó a chumbazos a los paparazzi que tenían cercada a su familia en su casa. Sí; le gustaba la joda y la joda terminó destruyéndolo. Tuvo sus momentos de grandeza y sus momentos de miseria, como su tardanza en reconocer la paternidad de Santiago Lara.

Lo peor y lo mejor que le pasó fue nacer en Argentina, donde te idolatran de manera patológica tanto como se meten en tu vida privada para destrozarte. El chisme, en Argentina, es una industria nacional de la cual viven centenares de periodistas y empresarios mediáticos. Para colmo, con él, nunca faltaba material para titulares amarillistas. No es fácil lidiar con ese mundo; a menos que seas Moria Casán, quien le ha sacado el jugo toda su vida y si una semana no es noticia, sale a la calle y muerde a un perro. Lo de Diego era diferente. La presión era diferente, y demasiada.

Ni lo condeno ni lo glorifico. Era como tú o como yo; ni más ni menos y la fama es otro cuento. Quizá cuando alcancemos la perfección, nos ganemos el derecho de criticarlo; pero si llegamos a ella, dudo mucho que nos dé por jugar a ser jueces.

En estos días, las pequeñeces enferman. Me refiero, entre otros casos, a nuestro presidente, cuando,67 al ser consultado sobre si la noticia de la muerte de Maradona “lo emocionó, lo golpeó fuerte”, respondió: «No, es un gran jugador de fútbol, me quedo con Francescoli». Nadie le pide que sea hipócrita y diga lo que no siente; pero, en ese momento, no hubiera estado mal el silencio, en lugar de permitir que le corriera por las mangas su odio de clase hacia ese negrito mal hablado, indomesticable y nuevo rico.

La diferencia entre ambos es que Diego siempre trató igual a todos, sin importar la guita o el cargo que tuvieran. La similitud es que ambos crecieron en un barrio privado, pues tal como lo dijo el Pelusa: “Yo nací en un barrio privado: privado de luz, de agua, de teléfono y de gas”. Diego les pasaba dinero a sus padres todos los meses. Luis sacó a un médico de la Udelar en comisión para que dé asistencia personal a su padre y lo pague el Estado.

Todos tenemos una dosis de dualidad, nuestros claroscuros y ambivalencias. La humanidad entera es así. Como ejemplo, basta recordar lo que dijo un día el 10: “No me dejan entrar a Japón porque consumí drogas; pero dejan entrar a los gringos, que les tiraron dos bombas atómicas”.

Resulta tragicómico que los que más insultos y odio arrojan contra él en las redes son los que llenan su perfil con frases baratas extraídas de libros de autoayuda sobre el amor y sobre Dios. “Hipócritas”, les diría su propio ídolo crucificado.

Mejor recordemos al Diego en su mejor momento, mientras seguimos lidiando con nuestras propias miserias y a los que se regodean con su final, solo queda decirles que no nos engañan con su moralismo.

Para ellos, el problema no es la droga.

El problema es Maradona.

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