Es bien curioso el poder que tiene un Presidente en Uruguay, aunque su partido sólo haya obtenido un 29 por ciento de los votos, que es algo menos de un tercio del electorado.
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¿Cuál es el motivo de semejante poder de seducción que hace que sus aliados dancen la melodía de un personaje tan obcecado?
Sin duda, un motivo es el sistema electoral que permite la acumulación de los votantes de varios partidos en la segunda vuelta o balotaje, instancia en donde se debe elegir únicamente entre las dos opciones que hayan acumulado más votos a su favor en una primera vuelta.
También es determinante la convicción de todos los actores políticos de que el Presidente se mantendrá en sus funciones durante todo su mandato sea cuál sea la valoración que se haga de su gestión y las consecuencias óptimas o desastrosas de sus actos de gobierno.
En esta oportunidad en que gobierna una coalición conservadora que durante los últimos quince años fue desplazada por otra alianza de izquierda, tiene una especial importancia para apuntalar el poder del Presidente, la preocupación de los líderes de esa coalición gobernante de perder las prerrogativas del gobierno si este eventualmente fracasara.
Estas son las principales razones, las políticas, las institucionales, las ideológicas, el sistema electoral, la seguridad jurídica que supone el previsible respeto de los plazos de gobierno y el temor de los integrantes de la coalición gobernante a perder dentro de tres años y a fracasar en su gestión.
Pero hay otras razones, tal vez, más notables pero mucho más ocultas. Estas son las que tiene que ver con la ambición personal o institucional de los actores políticos quiénes creen disponer durante la gestión del Presidente de cargos públicos, beneficios y prerrogativas que el Presidente adjudica según su criterio aunque teniendo en cuenta el peso de cada sector y el grado de obsecuencia de los integrantes de su alianza que lo respalda.
Entonces el Presidente tiene mucho más poder que el que se desprende de su poderío electoral y de lo simbólico , la banda presidencial , su linaje, la prestancia, la elegancia de su indumentarias, el grosor y el largo de su pelo, sus músculos trabajados , su estatura napoleónica y su inteligencia y cultura digamos que, en este caso, modesta.
El Presidente pesa más que lo que se merece porque domina los resortes del poder, los servicios que controlan la burocracia, la llamada Inteligencia Estratégica, las fuerzas represivas los Ministerios del Interior, lo que es manejable de la Economía, las fuerzas del aparato militar y las Relaciones Exteriores.
Pero lo que más interesa a los integrantes de la curiosamente llamada “coalición republicana” no son estas entidades más o menos abstractas aunque orgánicamente poderosas. Lo determinantes son los cargos públicos.
A saber, el Gobierno gozará del apoyo parlamentario de sus aliados políticos mientras los mismos conserven su expectativa de ganar las próximas elecciones y la ambición de ocupar nuevamente la parcelita del poder que en el reparto reciban del Presidente.
Por eso no debería llamar la atención de que Julio M. Sanguinetti, Jorge Larrañaga, Guido Manini Ríos, Adrián Peña y Ope Pasquet, siguen apoyando a Lacalle Pou, aunque estén convencidos que frente a la pandemia y la crisis sanitaria, económica y social concurrente hay que hacer otra cosas y lo que se está haciendo o lo que no se está haciendo es poco, peligroso y temerario.
Es muy raro que militares conservadores y católicos, sectores populistas o nacionalistas populares, socialdemócratas, batllistas, blancos independientes, liberales colorados wilonistas y algunos más indescifrables como Pablo Mieres, apoyen un presidente que se ha revelado como un fanático liberal neofascista exhibiendo un discurso negacionista, antiestatista y paralizante frente a la catastrófica ascendencia de la epidemia de COVID 19 que se ha llevado la vida de 500 uruguayos en los últimos 8 días días y que en los próximos treinta contará otros 1500 muertos más.
¿Por qué apoyan lo que ellos no hubieran hecho en su lugar?
¿No es lógico preguntarse esto?
Que es lo que impide que cualquier de ellos se acerque a Lacalle y le pregunte , al menos, ¿porque no actúa como Joseph Biden, Angela Melkler, el inglés Boris Johnson, Emmanuel Macron o el israelí Benjamín Netanyahu, en lugar de hacerlo como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Mauricio Macri.
Que es lo que impide que gente que ha demostrado en su vida política y profesional realismo ,inteligencia y sentido común, independientemente de compartir o no con ellos convicciones o ideas políticas, no sean capaces de expresarle al Presidente que no debe menospreciar el papel de la oposición y de incluso sus compañeros de coalición y que su única opción inteligente es poner toda la carne en el asador para detener o amortiguar los daños enormes de la pandemia que no se olvidarán por decenas de años y condicionará todo el futuro político e institucional de este país y probablemente de toda la humanidad.
Yo no creo que nadie cambie, pero no estaría demás intentarlo. No es que sea fatal que la epidemia no se extinga con el aumento de la población vacunada, es que unos meses más son muchos muertos más, muchos evitables e innecesarios y muchos meses más son muchos pobres más, muchos comercios cerrados más, muchos desocupados más y muchísimo más dolor acumulado que va a perturbar aún más el clima político.
Yo tampoco quiero más división entre uruguayos, ni más reproches, agravios y grietas. Todavía estamos a tiempo.