Eran poco más de las 18 horas de aquel marzo de 1990. La asamblea vecinal estaba convocada por referentes históricos del barrio La Teja y otros que adquirían innegable peso político por su trabajo social.
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El exdirigente portuario y preso político Ruben Sassano; los hermanos Pilo, de la Federación Anarquista Uruguaya, con muchísima presencia en La Teja, a través del cuadro de baby fútbol La Cumparsita, y el Cerro, con su tradicional Ateneo; el Loco Rivera Yic, fundador del MLN-Tupamaros y casi una institución tejana construida en su peluquería, donde no se atendía a milicos ni carneros, y dirigía el Club Atlético Vencedor, una institución deportiva y social que tanta incidencia tuvo en el combate a la pobreza en la “cachimba del piojo”; el Colacho Ramírez y aquella legión de cooperativistas de vivienda de la Fucvam que venía de ocupar tierras y nucleaba a la combativa agrupación de la refinería de Ancap; el Cabeza Aquino, oriundo del barrio de destacada participación en los acontecimientos del “Tejazo”; los descendientes del Eduardo Pinela, aquel obrero de la construcción que pertenecía a una legión de militantes sociales fraguados al calor de las luchas obreras de sus vecinos “friyeros” del Cerro; los del BÂO, los trabajadores del vidrio.
“Representando” una postura cuasi oficialista del intendente recién asumido, el Pistola Marciscano, otra humana institución dentro de la Teja dirigente de Progreso y el club Arbolito; los Apostoloff, de histórica militancia comunista, el Gallego Iglesias y sus Diablos Verdes, el Gato Morgade y los de La Reina de La Teja.
Todos ellos y varios más, que quizás cometamos el error de no recordar, venían de durísimos debates internos en torno a cómo se llevaría adelante el primer gobierno de izquierda del Frente Amplio en Montevideo, pero todos, absolutamente todos, habían realizado la noche de vigilia del 14 para el 15 de febrero en los alrededores de la plaza Lafone para asegurar que Tabaré asumiera y entre los primeros anuncios para el pueblo trabajador, entre las primeras medidas de sello popular, la decisión de bajar el precio del boleto.
Hacia la descentralización política
Lo que allí se iba a proponer y discutir era cómo plasmar lo que el Documento Nº 6 Programático Departamental del Frente Amplio definía qué era la participación política ciudadana, como concepto general, pero en el que se dirimían distintas corrientes de pensamiento.
Algunos veían en ese instrumento una profundización de la democracia, una “Democracia Avanzada”, y otros aspiraban a poder construir, desde allí, gérmenes de construcción de un nuevo poder, un poder popular, tal como había sucedido en Nicaragua y las experiencias en El Salvador y Colombia.
Algunos imaginaban la realización de cientos de asambleas vecinales donde se definieran las grandes políticas municipales y las urgencias de la gente, de aquel Uruguay que se caía a pedazos, en particular su parque industrial. Otros apostaban a un encauce institucional de la participación ciudadana.
Nació institucionalmente, y no sin durísimos debates con la derecha en ámbitos legislativos, la subdivisión de Montevideo en 18 zonas denominados Centros Comunales Zonales, con sus respectivos secretarios, nombrados por el intendente, y una junta local integrada y definida por los partidos políticos (en el caso del Frente Amplio, en elecciones) y un concejo de vecinos, electo por la gente y, por aquellos años, con importante participación de organizaciones sociales.
Construyendo ciudadanía
Dejando de lado la experiencia de militantes políticos, sociales y sindicales acostumbrados a vivir en las peripecias del debate y de la organización, para muchísimos vecinos, el ser concejal vecinal o participar en las comisiones del concejo fue una “escuela de ciudadanía”.
“Vecino” pasó a tener la categoría de un concepto político relacionado con esta experiencia, y de aquella actitud demandante de esperar los servicios municipales, pasó a ser casi gestor, aunque en el proceso quizás faltó poder brindar mayor capacidad de decisión, sobre todo en temas presupuestales.
El debate interno dentro de la izquierda, fermental y enriquecedor, se fue posicionando sobre si era posible profundizar el proceso de descentralización política hasta lograr que los vecinos también pudieran gestionar temas presupuestales (que muchos años después tomaría la forma de Presupuesto Participativo) o este proceso solo había logrado desconcentrar los servicios municipales.
Pero fuera del universo político partidario, del corsé de los ámbitos orgánicos, el horizonte del vecino que apostaba a mejorar la situación de alumbrado, de caminería, de recolección de basura y limpieza de cunetas de su cuadra estaba más alto en la medida que ahora discutía prioridades, incluso resignando los intereses de sus representados.
En el ámbito general del concejo de vecinos, debían definir si era más importante una obra en otro barrio dentro de su comunal para que entren las ambulancias o la luz de su cuadra.
Pero, además, le dio un estatus institucional que le permitía vincularse con otros organismos del Estado.
Para cuando Tabaré culminó su mandato municipal, la experiencia de descentralización política en Montevideo no tenía marcha atrás y, poco tiempo después, fue replicado el modelo en la Intendencia de Canelones de Marcos Carámbula, el primer intendente frenteamplista de los canarios.
El Tabaré de las cercanías
Echado a andar desde 1989 el proceso de participación popular en Montevideo que sirvió de experiencia y medición de futuras proyecciones, Tabaré ejecuta en su primera presidencia nacional el concepto de “gobierno de cercanías”, con la realización de aquellos Consejos de Ministros que recibían demandas y tomaban definiciones informándolas en reuniones con participación abierta de representantes de los vecinos.
La derecha política ha cuestionado muchas veces la participación de representantes de colectivos, lo que es lógico a una concepción filosófica que hace pie en el individualismo, pero también un contra sentido de gestión. Si bien para cada persona su realidad es su mundo, lo que hace a la realidad del mundo en términos generales es la que engloba a la mayor cantidad de gente.
Por eso esta apuesta a la participación ciudadana y la creación de herramientas colectivas es el perfil más de izquierda que encarnó Tabaré.
Tercer nivel de gobierno
La segunda presidencia de Vázquez fue la que logró establecer el tercer nivel de gobierno, con las figuras de los municipios y los alcaldes en todo el país.
Un nuevo tablero político que obliga a un realineamiento de las fuerzas políticas locales y permite canalizar las aspiraciones de la gente en los territorios.
Acompasando todo este proceso, hay que mencionar la reinstalación de los Consejos de Salarios, la participación de la representación de los trabajadores en el BPS y en ASSE y una voluntad expresa de apostar a la participación de la gente, abriendo las puertas de una institucionalidad históricamente pensada para la gestión de pocos.