Hay muchos temas para escribir en estos días. Tenemos la tentación de hacerlo sobre el gobierno, el ascenso de la derecha neoliberal y el proyecto restaurador, la Ley de Presupuesto, la motosierra, el plebiscito sobre la Ley de Urgencia, los desajustes en la coalición multicolor, las expresiones aún aisladas pero peligrosísimas del neofascismo, los distintos énfasis del arco opositor y los documentos que se suman para la discusión autocrítica del Frente Amplio.
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No obstante, quiero hacer una breve advertencia sobre los brotes, aparentemente todavía controlados, de infecciones por covid-19 que se han producido en Uruguay y que alcanzan, en número de casos diarios, cifras récord.
Tal vez algunos lectores recuerdan que en los primeros días de marzo en estas mismas páginas llamábamos la atención, un poco alarmados, de los primeros casos de covid-19.
Nos adheríamos a la idea de que había que reconocer el peligro que nos acechaba, alertábamos por lo que pasaba en Europa y Estados Unidos y nos inclinábamos por adoptar medidas muy restrictivas a la circulación del virus, que incluían la adopción de una cuarentena que asegurara el distanciamiento social máximo posible.
El rumbo adoptado desde el gobierno fue otro y sin duda hasta ahora ha dado resultados positivos desde el punto de vista sanitario.
El número de casos ha sido controlado, la mortalidad se ha mantenido en cifras muy acotadas, las autoridades han aprovechado las muy buenas condiciones sociales, sanitarias y económicas que heredaron de los gobiernos anteriores, los brotes han tenido respuestas epidemiológicas adecuadas, la Academia y la ciencia han sido incorporadas como parte sustancial de la batalla, los recursos tecnológicos y sanitarios para enfrentar la posibilidad de la epidemia han crecido, la conciencia social del peligro se ha extendido, la respuesta de la población ha sido bastante responsable, el movimiento social y sus organizaciones han colaborado y la oposición política ha prestado su apoyo al gobierno en el manejo de la pandemia.
Este reconocimiento no obsta para que señalemos que el gobierno ha sido muy mezquino a la hora de hacer un balance de estos hechos. Ha menospreciado el impacto social de sus medidas económicas, ha invertido recursos económicos muy insuficientes para proteger a los sectores más humildes, ha castigado las políticas sociales y ha aprovechado las circunstancias para continuar imponiendo un proyecto neoliberal y restaurador que se propone desmontar muchos de los avances logrados en los gobiernos frenteamplistas, sustituyéndolos por leyes, decretos, acciones, políticas, proyectos y estrategias tendientes a incrementar la rentabilidad empresarial, debilitar a las empresas públicas, alinearse a la política exterior de Estados Unidos y reducir los derechos y conquistas sociales obtenidos por los trabajadores, los jóvenes, las mujeres y las minorías.
Luego de siete meses de los primeros casos en Uruguay, el presidente, algunos de sus principales colaboradores y los medios hegemónicos se han vanagloriado aquí y allá de los resultados sanitarios obtenidos y han menospreciado la base material y social que habían heredado y la colaboración y el apoyo que han tenido de la oposición, la izquierda, los sindicatos y la Udelar.
En las últimas semanas, aparentemente aconsejados por sus asesores, entre los que hay científicos de fuste, se han ido haciendo más laxas las medidas más restrictivas que procuraban el distanciamiento social de la población.
Es evidente que la demanda social por el restablecimiento de las actividades laborales, económicas, sociales, educativas, culturales y recreativas es muy grande por el natural perjuicio que para estas actividades causan las prohibiciones, los controles y las limitaciones preventivas impuestas.
También es evidente que las instituciones empresariales y los responsables de las políticas económicas demandan mayor apertura y que se ha creado en parte muy importante de la población una especie de triunfalismo que alardea de que parece que somos una isla en el mundo que es inmune a lo que padece el resto de la humanidad.
La suma de todo esto concluye, para algunos extremadamente optimistas y algo idiotas, en que hay un paraíso en el paralelo 35, al sur, que está dirigido por un fenómeno que se llama Lacalle Pou, que ha logrado lo que no ha conseguido ningún país del primer mundo: ser inmune a una pandemia que ha infectado a la mañana de este jueves a 38.817.679 personas y ha causado 1.048.045 muertes de todas las edades, de ambos sexos, de todos los continentes, de todas las razas y que hablan todos los idiomas en los más diversos confines de la Tierra.
Hay una brizna en el ojo propio que nos empieza a incomodar; la aparición de nuevos casos, todos los días en número creciente y en varios departamentos del país, lo que nos indica que hay circulación comunitaria del virus.
Nuevamente deberíamos tomar conciencia de que hay que estar alerta, que no hemos ganada nada, que no deberíamos cantar victoria, ni alzar la copa ni aprestarnos a dar la vuelta olímpica. Para mantener lo que se ha conseguido, hay que ponerse las pilas, hay que mantener la responsabilidad social, asegurar el cumplimiento de las medidas sanitarias individuales recomendadas y de los protocolos exigidos por las autoridades.
El riesgo de la propagación del virus ha sido reiteradamente minimizado en casi todos los países en una o varias oportunidades. En todos lados y por todo tipo de personas se han dicho todo tipo de disparates. La mayoría de las veces, sino todas, el afloje de las precauciones ha sido un desastre. Nosotros aún tenemos la oportunidad de seguir cargando con nuestro éxito si para ello mantenemos una conducta personal y social adecuada. Naturalmente, para esto hay que cumplir con las indicaciones, y hay que ser disciplinados. El gobierno no debiera aprovecharse de esta emergencia social y la desmovilización ciudadana que esta supone, para imponer sus políticas antipopulares, pero eso es, tal vez, como pedirle peras al olmo. En Uruguay contamos con una oposición seria y patriótica que no va a escatimar colaboración. Hay que saber que convertir la gestión de la pandemia en un escenario de disputa política se ha comportado, en los países en que ha ocurrido, como un verdadero terremoto.
Hay que saber que las cosas están feas en esto de la pandemia y que hay que apoyar al ministro de Salud Pública, que es el que está al frente de esta emergencia y lo está haciendo, por lo que sabemos, razonablemente bien.
Esto no quiere decir que esté todo bien en el resto de su labor ni que compartamos todo lo que se ha hecho en la gestión de la pandemia.
En particular, hemos criticado en algunos momentos la información muy parcial y excesivamente controlada que se suministraba y aún se suministra en los reportes a la población. Pero eso es harina de otro costal.
Ahora hay que colaborar en lo que se pueda para que la población cumpla y sufra lo menos posible.
Ojalá comprendamos que la emergencia no ha terminado.