Por Germán Ávila
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La dinámica electoral en Estados Unidos hace que los pronósticos sean más inciertos que en las elecciones por voto directo. Como ejemplo se puede observar lo ocurrido hace solamente unas semanas en Bolivia, donde los sondeos le daban la victoria a Luis Arce, quien, en esos mismos estudios, ostentaba una distancia significativa con Carlos Mesa.
La inquietud radicaba en que si los votos alcanzaban para una victoria en primera vuelta o no. Estados Unidos tiene un sistema electoral particular, ya que los votos no se emiten de manera directa por el candidato, sino que “sufren” un proceso de intermediación, donde los votos directos por determinado candidato hacen que el candidato ganador en cada estado, sume los votos electorales completos de dicho estado, y cada estado tiene un número de votos electorales predeterminado, que ha sido calculado de acuerdo con la cantidad de habitantes por estado. Entonces el presidente termina siendo elegido por la cantidad de votos electorales o del Colegio Electoral que sume.
Para hacer un poco más clara la explicación se puede usar el siguiente ejemplo. Los candidatos que se enfrentan en la elección presidencial son el candidato A, el candidato B y el candidato C (ya que no es verdad que los únicos candidatos en disputa sean sólo los demócratas y republicanos). Tomando como ejemplo el estado de Texas, que es uno de los que más votos electorales tiene: 34. Si en Texas el candidato A obtiene, por ejemplo, 10.000 votos, el candidato B obtiene 1.500 y el candidato C 500, entonces los 34 votos electorales van para el candidato A. Pero, si el candidato A obtiene 4.001 votos, el B obtiene 4.000 votos y el C 3.999, los mismos 34 votos electorales de ese estado irán para el candidato A.
Es por eso que los sondeos sobre el voto directo no son tan fiables, ya que el cálculo de la victoria por estados es un poco más incierto, ya que hay estados como California, que pone 55 votos electorales y estados como Montana que pone 3. En ese caso la presidencia prácticamente lo podrían poner 10 estados de los 50 que componen el Colegio Electoral.
El total de votos electorales es de 538 y para ser elegido presidente se requieren, mínimo 270. Por ahora, los sondeos muestran una diferencia significativa a favor del candidato demócrata Joe Biden. California aparece como seguro para Biden, lo mismo que Nueva York, dos de los estados con mayor número de votos electorales. En el mapa, se ve más cantidad de territorio en que el voto seguro sería para Trump, sin embargo, la cantidad de votos electorales que aportan esos estados es menor.
Todo el corredor central: las Dakotas, Nebraska, Kansas y Oklahoma van seguro por Trump, pero la suma de esos cinco estados es de solo 23 votos. Los votos de Arizona, Georgia y Florida, que suman 78 votos aún están indecisos, por lo que seguramente serán determinantes el día de la elección, sobretodo Florida, que, aunque es un bastión de la ultraderecha cubano – americana y venezolana, no se ha consolidado aún como su fortín electoral.
Una victoria de Trump traería un poco más de lo mismo que se ha vivido durante el cuatrienio anterior, con el agravante de que la política que representa se vería firmemente respaldada en las urnas por su electorado. Luego de la victoria de Trump en las elecciones anteriores, pero principalmente luego de su posesión, las manifestaciones de odio de la ultraderecha organizada se agudizaron. Los grupos al estilo de los Proud Boys salieron de las sombras y se manifestaron con mayor vehemencia con el claro y público beneplácito del presidente.
Si Trump gana, es fácil prever una nueva exacerbación de ese tipo de manifestaciones a nivel local, principalmente luego de las enérgicas manifestaciones en rechazo al accionar policial descontrolado que ha dejado como resultado la muerte de varios afroamericanos en procedimientos que revelaron “live” lo crudo de la realidad cotidiana. Estas protestas también hicieron que la ultraderecha armada pasara a la ofensiva amparada en un gobierno que claramente es más cercano a ella que a los afroamericanos e inmigrantes.
De igual manera, la victoria de Trump le traería a Latinoamérica una exacerbación del ala ultraderecha de la política internacional. La línea anti cubana y venezolana posiblemente se agudizaría también, principalmente con la idea de incidir en las elecciones de Ecuador y Venezuela para no perder todo el terreno que ganaron en los años anteriores, sobretodo ahora que el continente completo ya no es del riñón de la Casa Blanca
La injerencia en Latinoamérica por la vía de Venezuela y la confrontación económica con China serían los principales aspectos factibles de proyectar en el escenario de una posible victoria de Trump. El resto es un misterio, no hay que olvidar que quien fuera uno de sus hombres de fierro, John Bolton, salió de la Casa Blanca revelando el carácter improvisador y poco claro de Trump respecto a la política internacional.
Por otro lado, si el cambio se produce y es el partido demócrata, con Joe Biden en la Casa Blanca, el que asume la conducción de la política internacional en Estados Unidos, es posible que existan cambios sensibles respecto a factores como la participación de ese país en los tratados sobre armas nucleares o un posible relajamiento de las tensiones con China mientras toma un poco más de forma el tema de la pandemia.
Barack Obama abrió una puerta de comunicación con Cuba, puerta que Trump cerró y trancó. Es posible que Biden relaje la mano con respecto a ese tema como signo de “buena voluntad”, sin embargo, en el tema Venezuela, el centro del debate no es solamente ideológico, y aunque Biden no ande ofreciendo recompensas tipo viejo oeste, no es fácil prever un cambio radical en las relaciones con Maduro.
Hay una cosa que, independientemente de quién gobierne en la Casa Blanca, sigue siendo una verdad irrebatible: Venezuela tiene, hasta ahora, la mayor reserva de petróleo del planeta y Estados Unidos es uno de los países con mayor índice de consumo de petróleo en el mundo. Pero a diferencia de otros países, Estados Unidos no ha mostrado ningún signo de intento de redirección de su matriz energética, no hay que olvidar que ni en el gobierno de Obama, que es uno de los que ha sido presentado como de los más democráticos, Estados Unidos tuvo siquiera una mediana intención de sumarse al tratado de Kioto sobre emisiones contaminantes.
Lo que puede significar una diferencia entre los dos candidatos, seguramente no será, como en los otros países del continente, la confrontación entre dos modelos diferentes y excluyentes de sociedad. Allí no está en debate el ascenso del progresismo, ni siquiera el arribo de un liberalismo social democrático versus el neoliberalismo crudo con un fuerte matiz fascista de Trump. Lo que está en juego es la posibilidad de que se genere un cambio en una forma de gobernar el mismo modelo, pero bajo parámetros más abiertos, sin recurrir a la presión desmedida e inhumana de la guerra económica contra Venezuela, pero sobretodo, sin refrendar en las urnas un proyecto fascistoide y supremacista que se replica y reproduce como pólvora en el planeta entero.