Ante la catástrofe económica y social a la que llevó el neoliberalismo a Argentina en 4 años, sumado a la debacle electoral del macrismo, nuestros partidos tradicionales, que habían celebrado el triunfo de Macri y elogiado durante todos estos años sus medidas devastadoras y su equipo de fanáticos de la destrucción, no tuvieron más remedio que arrancarse el lastre de haberlo apoyado y apelar a una falsación de la historia, llegando al extremo de afirmar contra el archivo profuso, toda la evidencia científica y, en una burla extrema de la inteligencia de la gente, que el gobierno de Macri era parecido al del Frente Amplio.
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Ahora que Michel Temer reconoció que la destitución de Dilma fue lisa y llanamente un golpe de Estado, nuestros partidos tradicionales soslayan que festejaron esa destitución y la encubrieron, todos y cada uno de sus dirigentes, con frases increíbles y fácilmente rastreables que, a modo de ejemplo, incluyeron estas: “La constitución brasileña prevé este mecanismo», sentencia temeraria de Lacalle Pou; «Es una grosería intelectual hablar de golpe de Estado en Brasil», arrogancia ridícula de Julio María Sanguinetti; el impeachment a Dilma es «absolutamente legal», del inefable Jorge Batlle, o «No hay fundamento para hablar de un golpe», mayúscula estupidez de Pablo Mieres.


Saco a relucir estas complicidades porque, en el caso argentino, el gobierno de Macri arrancó mintiendo que alcanzaría la “pobreza cero” y que nadie perdería nada de lo que tenía, y termina con el endeudamiento más grande del mundo, en default selectivo, y declarando la emergencia alimentaria porque la gente está pasando hambre y, en el caso brasileño, los acontecimientos derivados del golpe de Estado terminaron con el político más popular preso, en una causa completamente amañada, y con un presidente neofascista, racista, misógino, violento y delirante, que está conduciendo a Brasil a un desastre.
En el fondo no se les puede reprochar tanto a blancos y colorados; se pegaron a esos gobiernos y a esas estrategias golpistas por una adhesión profunda que sienten con la causa neoliberal, porque son dos formaciones que representan esa ideología en Uruguay. Por tanto, padecieron la larga década progresista en la que la mayoría de los gobiernos de América Latina se desenganchó del Fondo Monetario Internacional, dejó de hacer seguidismo de Estados Unidos y aplicó políticas de crecimiento con inclusión social. Para ellos fue una década terrible, y cuando vieron que caían esos gobiernos con golpes como en Brasil o Paraguay o con gigantescas operaciones de desinformación de los medios, como sucedió en Argentina, creyeron que se terminaba la pesadilla y celebraron sin detenerse a examinar los gravísimos mecanismo utilizados para quedarse con el poder.
En suma, no apoyaron a esos gobiernos por sus métodos (que estaban dispuestos a vestir de democráticos aunque no los fueran), sino por sus propósitos programáticos, y acá empieza el problema central que debemos tomar en cuenta en las próximas elecciones: mucho más allá de la forma golpista o manipulada por la cual el neoliberalismo llegó al poder en la región, lo más grave es el daño que está haciendo a las grandes mayorías de la sociedades que lo sufren en carne propia. Y acá está el centro de la cuestión: Lacalle Pou y Ernesto Talvi son neoliberales y, si llegaran a ganar, van a implementar el mismo proyecto que los vecinos, seguirán el mismo camino de fanatismo y obtendrán idénticos resultados.
Observemos: Talvi es un Chicago boy, es el más neoliberal de todos los candidatos, es un dogmático friedmaniano, que cuando se le suelta la cadena y no lo cubren sus publicistas, no tiene empacho en amenazar con echar a 50.000 o 100.000 maestros, profesores, enfermeros, policías, bajo la premisa de que sobran en el Estado. Tremendo. Mete miedo. Es una amenaza a la enseñanza pública, la salud pública e incluso a la seguridad, porque está claro que no van a mejorar los indicadores de criminalidad echando policías. Lacalle Pou arrancó con un programa que ahora ha maquillado, pero cuyos títulos eran como cinco shocks, empezando por el shock de austeridad, que hasta el último pasmado sabe que implica recortes en jubilaciones, salarios, despidos y baja del gasto público social. A tal punto tiene esa intención que pone de referente de políticas sociales a un numerario del Opus Dei, que debe andar con el cilicio en la gamba, y cada vez que habla deja un delirio místico nuevo, como ese de abordar la pobreza enseñando yoga o dejar que los mismos pobres sean los mentores de los más pobres, en una lógica endogámica de encapsulamiento de la exclusión, para que todos terminen orbitando en un costado de lo social, sin apoyatura profesional y, por supuesto, a menor costo. ¿Acaso usted cree que así piensan sacar gente de la pobreza? No seamos ingenuos; lo único que quieren es achicar ese gasto, de modo de aliviar las cargas tributarias que pagan los sectores más poderosos de la economía uruguaya. Lo mismo cuando plantean sus referentes que quieren modificar la negociación colectiva y los Consejos de Salarios. Ellos no buscan mejorar el empleo ni el salario de los trabajadores. Buscan que las patronales tengan libertad de echar y de pagar menos, porque son representantes de esas patronales, especialmente las del campo, que son las peores, las que ni siquiera quieren participar en los Consejos de Salarios y, además, están en contra hasta de la ley de 8 horas.
Como habrán notado los lectores, a lo largo de esta campaña electoral, las encuestas de opinión pública venían “revelando” una tendencia que conducía a pensar que el Frente Amplio sería derrotado en las elecciones de octubre. No pocas llegaron a afirmar que el FA tenía menos intención de voto que en 1994, cuando alcanzó el 30% de los sufragios. Ese retroceso inexplicable de las adhesiones, sin haber mediado nada objetivo que lo justifique, era, por cierto, muy sospechoso. Sin embargo, también habrán notado que las últimas mediciones tienden a converger hacia valores mucho más razonable: el Frente Amplio incluso ya supera el 40%. No obstante, hay otra cosa que están “mostrando” los sondeos que no sé si estará siendo tan observado como merece: que el Partido Nacional se dirige a la peor elección desde 1984. Pero, sin ir tan atrás, recordemos: en 2004, el Partido Nacional tuvo más de 35% de los votos en octubre. Mientras que en 2009 y 2014 llegó a 30%, lo cual fue bastante previsible, porque el Partido Colorado recuperó alguno de los votos que no había tenido en 2004, luego de que el gobierno de Batlle condujo al país a la peor crisis económica de su historia. Ahora bien, los números de las encuestadoras están señalando que el Partido Nacional difícilmente llegue a 30% y, en algunos casos, su intención se aproxima a 25%. Con todo, eso le alcanzaría para superar a un Partido Colorado que no repunta y que ahora, gracias al pobrísimo desempeño de su candidato, Ernesto Talvi, ha empezado a caer.
¿Cuáles son las causas de estas proyecciones tan magras sobre la votación que tendrían los dos partidos fundacionales de este país? Pues bien, en mi opinión, se cruzan dos problemas: primero, que hay una buena parte de la población que registra los avances indiscutibles que ha tenido Uruguay en las últimas tres administraciones, pero, más allá de eso, la propia población que quiere un cambio no observa un camino estimulante y claro en ninguna de las alternativas de la derecha convencional. Por ello, hay un montón que se sube a cualquier caballo, desde el ex comandante del ejército Guido Manini hasta el auge representado en la elección interna por el paracaidista de los millones, Juan Sartori. Pues bien, en esos votos hay confusión, no hay nada parecido a un proyecto claro. Son votos casi intuitivos de gente que no está conforme con lo que hay, pero que está tirando un poco para cualquier lado.
En este momento hay solo dos caminos propuestos en Uruguay con claridad: por un lado, el que viene proponiendo la izquierda y que todo el mundo conoce y vive, porque es el que está funcionando hace 15 años, y por el otro, el neoliberalismo. Esos son los únicos caminos propuestos que tienen chance de gobernar. La inmensa mayoría de la gente le está diciendo que no al camino neoliberal, entre otras cosas porque la gente no quiere lo que está sucediendo en Argentina y en Brasil y eso se refleja en la intención de voto bajísima de los principales exponentes de la oposición, Lacalle Pou y Ernesto Talvi, pero todavía hay gente entretenida en alternativas cuyas posibilidades de gobernar son nulas. A esa parte del pueblo hay que convocarla a reflexionar con cuidado, sin prejuicios y sin estigmas, porque, además, todo indica que provienen de la parte del pueblo que más sufrirá si gobernara un proyecto de ajuste, liberalización de la economía y desregulación del mercado de trabajo.