Alejandro Spuntone y Guzmán Mendaro hablaron de su trabajo artístico y del panorama musical, pero también del discurso de odio, de su amor irrestricto por la gente de Villa Española y su proyecto social barrial, y de la necesidad de entender que no se puede ir por la vida «juzgando a los demás» con la vara moral de la superioridad y de las supuestas verdades absolutas.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Desde hace más de una década andan creando y descreando melodías, palabras, canciones y armonías que -más allá o acá- acompañan a distintas generaciones. Aunque ellos suelen ir por la vida en modo sencillo y sin aspavientos, con su música lograron que este tiempo inhóspito para las utopías parezca un poquito mejor desde que comenzaron a sonar los primeros arpegios encantados que les caracterizan. El sonido Spuntone y Mendaro es eso tan acústico, tan dulce, tan análogo, tan identitario, tan cuidado. Son ellos. Con o sin cuartetos de cuerdas, con amigos músicos siempre, con o sin batería o enchufando pedaleras y distorsiones que reacomodan sonoridades de acuerdo a lo que pida cada canción. Ellos son ese dúo que defiende convicciones. Son barra de amigos de amistad noble, pura y dura, de colores variados y camisetas tan contradictoras como complementarias, con aroma y fortaleza de buena madera, noble madera. Son antídoto diario. Ese instante de paz. Con admiración recíproca por el trabajo, profesionalismo y talento del otro, Alejandro y Guzmán se siguen sorprendiendo cuando caminan los pasillos del teatro Solís, ese templo y refugio de la cultura en el que volvieron a agotar las entradas cuando recientemente presentaron algunas canciones de De Crear y Descrear (Bizarro), que estará disponible en plataformas en noviembre. Como suele suceder con su música y sus canciones, cuando comienzan a sonar las guitarras de Guzmán y se escuchan las primeras melodías en la voz de Alejandro, uno siente la sensación que -al menos por un instante de nuestras vidas- nada puede salir mal. Lo que sigue es apenas una síntesis de una charla en un café en el que el tiempo se detuvo por un instante y acaso por uno de esos momentos que de vez en cuando te regala la vida, el aire se quedó sin ruidos extraños, ni otras voces, ni estridencias ni nada más que el obstinado sonido de esa porfiada lluvia que caía afuera. Detrás de las ventanas de Montevideo.
Desde su último disco pasaron muchas cosas en el mundo. ¿En qué momento compusieron las canciones del nuevo disco?
Guzmán Mendaro: Las canciones fueron compuestas desde el año 2019 hacia acá. Alguna muy puntual venía del 2018, los demos y las maquetas las armamos en 2019. Cuando presentamos el disco Equilibrio en 2018, nos manijeamos con seguir con otros materiales que nos habían quedado por allí. Creo que el momento de mayor creatividad lo vivimos en 2019 y el proceso compositivo se completó con el último tema, “Despertar”, que llegó en 2020.
¿Cómo fue el proceso arreglístico? ¿Las ideas surgieron durante la creación o eso vino después?
En 2019 hicimos una maqueta con nuestro sonidista, Gonzalo Sánchez. Él fue una pieza fundamental de este nuevo disco porque fue quien se encargó además de generar la técnica para la grabación y la maqueta que hicimos en 2019. Para quienes no conocen la terminología musical, la maqueta es como el boceto de las canciones que se hace antes de grabar, con esa maqueta vas teniendo una referencia de cómo va a ser la canción. Hicimos entonces una maqueta con gran parte de las canciones en la casa de nuestro sonidista en Biarritz, en pleno invierno, y a eso le fuimos dando forma con el tiempo. Lo fuimos escuchando y madurando. Después vino el 2020 y seguimos el proceso de creación de algunas otras canciones. Particularmente un tema que se llama “Despertar”, que habla de la sensación que nos produjo el impacto de la cuarentena, y nos tuvimos que encerrar, acá en Uruguay de manera voluntaria, pero después en todo el mundo se fueron dando otras formas de guardarse y quedarse en sus casas. Después en ese proceso seguimos escuchando las canciones, eso es fundamental, seguirlas escuchando. En ese tiempo, cuando comenzaba la pandemia, grabamos “Silencio”, que quedó incorporada a la Marcha del Silencio de Madres y Familiares que se hizo de manera virtual. Después pasó el tiempo y el encierro se fue abriendo y volviendo a cerrar, entramos como en ese limbo de trabajo en escenarios y en las canciones del disco. Para 2022 nos propusimos grabarlo, Bizarro nos apoyó y Gonzalo Sánchez, armó una técnica de grabación en la sala de nuestro batero Rodri (Rodrigo Trobo), que fue mi compañero en Hereford, para aprovechar las dos salas que tiene. Él trabaja allí, da sus clases y armó de un lado el control y la sala de grabación del otro. Ahí hubo grandes amigos, personas muy amigas, muy generosas y muy solidarias que nos prestaron también fierros, accesorios para grabar. Así fue que Frankie Lampariello -también excompañero de Hereford y amigo de los dos- nos prestó microfonía y los prevalvulares, los amigos de NTVG nos prestaron un micrófono bárbaro para grabar guitarras y voces, y otros amigos algunas cosas más. Esto fue hecho entre amigos, Ale (Spuntone) hizo de flete, fue y vino mil veces con equipos y así fue que un viernes de noche armamos, al día siguiente hicimos la prueba de sonido durante todo ese sábado y entre domingo, lunes y martes grabamos todo.
¿Grabaron por separado o todos juntos?
Alejandro Spuntone. Por separado. Para poder grabar todos juntos tenemos que estar muy ensayados, y lógicamente con la pandemia se nos complicaba para encontrarnos a trabajar todos juntos. Y como queríamos terminar de una vez, nos manijeamos y grabamos con mucho de energía. El Checo (Enrique Anselmi) grabó los bajos en su casa, Rodri (Trobo) terminó de grabar la batería con Guzmán, de sacar los piques y las partes de las canciones dos o tres días antes de grabar. Fue muy intenso todo, trabajamos nuestras partes, los arreglos y Guzmán terminó elaborando muchas de sus guitarras ahí en el estudio de grabaciones. Incluso un tema instrumental que se llama “Blues del Intermedio”, surgió ahí de manera espontánea en un descanso, un intermedio en la grabación. Creo que es como un respiro en el disco. El resultado final creo que refleja esa buena energía de tantos amigos que nos ayudaron. Por ejemplo, Rodri iluminó todo el estudio como para que tuviera cierta calidez artística, como tocando en un escenario. Fue todo un detalle divino de su parte. Esa iluminación le dio un toque muy inspirador. En un entorno que para nosotros es muy familiar porque nosotros ensayamos ahí cuando tenemos shows.
¿La textura de las canciones, los climas, la sonoridad, cambia y se transforma con el movimiento natural del paso del tiempo y del trabajo que realizan?
En parte, sí. En nuestro primer disco, Estado Natural, logramos grabar una síntesis de algunas canciones. Y quedó plasmada la forma en la que las podíamos tocar con dos guitarras y dos voces. Para hacer eso tuvimos que pensar cada canción con cierto cuidado para que la versión se luciera. Nosotros estábamos orquestados de manera muy austera. Cuando empezamos a escribir canciones las vestimos hasta donde sentimos que la canción pedía. Es decir, cuando sentís que la canción pide ser acústica o minimalista la dejamos así, y cuando pide orquestación o rock, lo hacemos.
Las maquetas las hicimos entre los dos, y al inicio, todas las canciones están a guitarra y voz. Lo que pasa es que en el proceso ya nos vamos imaginando lo que eso necesita. Una batería, cuerdas, o lo que sea. Eso se va a agregando después, ahí está el movimiento ese de las canciones que vos mencionás.
Las melodías de las nuevas canciones parecen ser bastante amigables para el oído en su primera escucha. No tienen momentos particularmente rebuscados, ¿no?
Cuando nacen las canciones vamos encontrando las melodías y posiblemente en este caso, logramos un disco con canciones que tienen melodías bastante sencillas o no muy complicadas. «Melodías humildes», como las definía el querido Toto Méndez.
Más allá de eso, el disco en la cantada general pasa por distintos planos y registros, por todo el rango desde los bajos hasta los agudos. Digamos que no se canta en una zona de confort todo el tiempo, sino que estamos en una frecuencia amplia. Más allá que son melodías no demasiado complicadas, a mí me plantean desafíos o tal vez soy yo que me los pongo, porque me parece que enriquecen y son parte del aprendizaje. Yo sé que a mi lado tengo un notable guitarrista, pero que además es un tremendo cantante. Y a mí me fascina escuchar otra voz al lado mío, haciendo cosas, armonizando. Esa riqueza tímbrica aporta muchísimo. Creo que eso nos identifica. No somos solamente una guitarra y una voz. Si yo fuera solo el cantante y Guzmán el guitarrista, estaría bueno, pero no sería lo mismo. Los juegos de voces le dan colores y riqueza a nuestro sonido.
Creo que ahí está una de las claves de ustedes, en que se admiran recíprocamente, se buscan, se encuentran musicalmente, se quieren, se respetan y valoran, desde un lugar muy especial. No se quedan con eso de que «el otro es bueno en lo suyo», como algo por fuera y distante. Y el gusto por escuchar al otro.
Totalmente. Si vos entendés que el que está al lado tuyo es piedra fundamental de lo que vos hacés, lográs algo muy potente. Ninguno de los dos impone absolutamente nada. Yo disfruto lo que hace Guzmán, lo disfruto siempre y como decís, es recíproco. Hay un canal de comunicación casi natural que hemos podido construir y fortalecer. Cuando yo propongo una cosa, Guzmán jamás dice que no. Lo probamos. Y si no funciona creo que los dos nos damos cuenta de que eso no funciona. Y viceversa cuando él propone. Y ahí hablo con tremendo orgullo del dúo que tenemos. Es lo que nos ha identificado y lo que nos ha permitido que podamos llenar un Solís o tocar la cantidad de veces que tocamos en todo el país.
Ustedes no dejan de sorprenderse cuando entran a un teatro, a una sala. Siguen caminando con cierto respeto por la historia que allí se escribió, ¿no?
El día que perdamos eso creo que la cosa ya no tendrá mucho sentido. Y no siempre tocamos con el cartelito de entradas agotadas como en el Solís. A veces vamos a un teatro en el interior que no se llena. Porque el interior es distinto y no sucede que en todas partes las gente vaya al teatro. Nos ha pasado de tocar con un centenar de personas en una sala de 300. Y sin embargo el show que damos nosotros es el mismo en todos lados. La energía que ponemos es la misma. Porque este país te da esa bajada a la tierra todo el tiempo: un día llenás el Solís y a los dos minutos te da un revolcón que alguien te cruza, habla contigo y ni sabe quién sos. Me parece que eso genera que el artista acá mantenga cierta cordura y no se lo coma el papel de personaje.
¿Ni siquiera la televisión te llevó a otro plano?
Es que hace doce años que trabajo en la tele, pero detrás de cámaras.
Te lo pregunto por tu nuevo rol en la TV y eso de salir en la foto con Valeria Lynch
Eso es porque somos compañeros, es una compañera de laburo. La respeto muchísimo y ella me respeta a mí a pesar de que me conoce hace apenas un año y pico. Laburamos divino juntos, una tipa con una humildad enorme para la carrera que tiene desarrollada y que sigue desarrollando. Y yo de paso aprendo.
¿Del gran mercado y del show de la TV?
De eso me abstraigo un poco, al menos lo intento. Lo que aprendo es de la valentía de los pibes que muchas veces no tocaron nunca en vivo y tienen que hacerlo en un programa de televisión, que saben que lo miran miles de personas, o tienen que hacer un casting frente a 10 tipos con auriculares puestos y yo creo que con la edad de muchos de ellos no podría haberlo hecho nunca. Yo no soy profesor de canto, lo único que hablo con ellos es de interpretación, pero yo no soy profesor de canto. Te puedo hablar de dónde respirar, cuando meter un matiz, de muchas cosas que aprendí con tantos años de grabar discos, hacer shows y trabajar con tremendos músicos al lado mío.
Entre disco y disco, vivimos un tiempo complicado. Hubo una pandemia, se desató una guerra en Europa, pasaron muchísimas cosas en distintos planos, algunos más personales, otros más globales. Y entre tanta cosa, hubo una grabación de El País de las Maravillas que realizó la familia Moreira. ¿Qué te dejó eso, Guzmán?
Es que notoriamente había una necesidad de encontrar una esperanza. La grabación surgió de una inquietud, que de un programa le pidieron a mi suegro (Gonzalo Moreira) para hacer esa canción con ese formato. Él nos pasó las partes a cada uno de nosotros, se filmó y editó. El video tuvo tremendo impacto porque es una canción que más allá de los tiempos, sigue funcionando. Esa canción fue compuesta en un determinado contexto. Pero como la canción es tan impresionante, creo que en cualquier situación de adversidad, la canción te ofrece esperanza.
¿Y a ustedes como familia qué les dejó?
Tremendo orgullo. Hubo un revuelo imponente, es que la familia Moreira es tremenda, muy pasional.
AS Yo creo que todos pensamos que después de la pandemia íbamos a salir mejores, pero ahora comprobamos que todo está peor. Se apela más al discurso de la individualidad al palo. Se ve que eso de que nos cuidamos entre todos fue un eslogan que no sirvió para nada y ahora llegó el tiempo que cada uno se cuide como pueda. Y no me refiero solo a la salud, sino a la vida en general. Lo que queda es buscar refugio en cosas que a uno lo hagan feliz y tratar de salir de las roscas que se fomentan desde la política. Incluso yo me hago mis propias críticas al respecto del uso de redes en algún momento. Creo que hay que bajar la pelota y mucho más si miramos los ejemplos de los vecinos que tenemos. Nosotros estamos mal, pero los vecinos cada dos por tres se van al recontra carajo. Ya se fueron al carajo.
Y nosotros -si bien todavía estamos lejos- nos vamos acercando por esa maldita manía de copiar también lo que hacen afuera. Cuando empiezo a escuchar a políticos hablando de «la grieta», me quiero matar. Porque ni siquiera fueron capaces de inventar un término propio y hablar de «la zanja». Copiaron el discurso de un periodista trabajando para un medio hegemónico argentino. Me dan ganas de salir corriendo. Me refugio en la música, en los amigos, en los asados, en las charlas. Tenemos un grupo de amigos que nos juntamos, que somos de diferentes ideologías políticas, hay hinchas de Peñarol y Nacional y nos refugiamos mucho y somos recontra amigos. Yo creo que la sociedad que generamos ahí, en ese pequeño grupo, es la que aspiro para todo el mundo. Yo puedo discrepar con cualquiera de filosofía política, cómo llevar adelante un país, pero no por eso tengo que dejar de hablarte. Acá tuvimos el periodismo patrullero, el que vive de la denuncia, los políticos tirándose denuncias para un lado y para el otro. Me harté de esa intolerancia. Tengo mis ideas y mis convicciones, pero no por eso tengo que descartar al otro. Yo hago música con mi amigo Guzmán y en la música nuestra decimos cosas, con nuestras canciones. En este disco se habla de cosas muy personales, se habla de ecología, de las cosas del barrio, de muchas cosas.
¿Abrazar la causa de Villa Española les trajo problemas en las redes?
Yo no tengo idea porque no estoy en las redes.
No nos trajo inconvenientes y, si así fuera, no nos importa. Participamos en un proyecto divino, seguimos teniendo contacto con el Bigote (Santiago López) hasta el día de hoy y vamos a seguir haciendo cosas juntos. Nosotros nos acercamos al Villa porque nos pareció un proyecto interesantísimo. Eso de impulsar y promover la cultura en el barrio, a través de la cantina Sócrates, lograron llevar espectáculos, libros, expresiones artísticas. Además, valoramos muchísimo el trabajo que han hecho con la causa de Madres y Familiares por los desaparecidos. Ahí estamos hombro con hombro con ellos. Lo que se armó en el entorno y el manejo de la conducción del club no tenemos ni idea. Es una lucha de ellos porque nosotros no somos parte. Es un club que aprendimos a querer y la gente del barrio siempre nos acompañó cada vez que fuimos.
Tienen unos valores divinos. Tienen un sentimiento de arraigo y pertenencia al barrio que yo envidio sanamente. Son del barrio, se podrán ir a vivir a cualquier otro barrio o parte del mundo, pero son de ahí. Algo parecido sucede con la gente del Cerro, La Teja, Pocitos y alguno más. Pero en otros barrios de Montevideo se perdió eso. Yo nací en Pocitos, en Lorenzo Pérez y 26 de Marzo, al lugar donde le canto en el tema del disco que se llama “Selene”, que fue el kiosco donde crecí, aprendí las buenas y las malas cosas, del que luego fui dueño con un amigo que habíamos crecido ahí adentro. Y ese barrio era como eso, hoy paso por ahí, pero no lo reconozco.
Es que hay lugares que trascienden lo físico, y el tiempo te lleva a lo que vos viviste ahí. Después pasa la vida y en muchos casos, ya nada es igual, todo cambió, aunque algunas cosas muy puntuales permanecen como detenidas en el tiempo.
Y lo mismo le va a pasar a los que están creciendo ahora en el que fue mi barrio. Lo mismo que con la música. Nosotros venimos de un lugar donde nuestra música era tal, y la de hoy, la de mi hija, es otra. Ponernos a juzgar si está mal o bien es de viejos chotos y yo reconozco que lo hice mucho tiempo. Ahora estoy en una etapa de mi vida de mucha autocrítica y me veo a mí mismo. Si yo me pusiera ahora a interpelar cómo carajo pueden escuchar la música que escuchan, me sentiría como cuando mi padre decía lo mismo cuando yo escuchaba los Ramones (risas).
Y el tango ni te digo.
El tango es el caso más emblemático, el tango te espera.
Guzmán, se fue el Toto Méndez. Una pérdida enorme para la música uruguaya.
Tremendo. Yo estaba acompañando a uno de mis hermanos que vive en Baltimore (EEUU), porque él tenía que hacer un tratamiento de quimioterapia. Fui a ver a mi hermano y aproveché a mostrarle videos de muchas cosas que había hecho en estos años que no nos habíamos visto. Y entre otras cosas, le mostré los videos tocando con el Toto Méndez y con Julio Cobelli. Y él lo recontra conocía por haber sido músicos de Alfredo Zitarrosa. Y quiso el destino que estando yo allá en EEUU, en esos días, acá falleció el Toto. Fue una pérdida tremenda. Yo fui invitado a tocar como sorpresa en la ceremonia que acá en el teatro Solís los declararon a él y a Julio (Cobelli) como Ciudadanos Ilustres.
Nosotros como dúo tuvimos el placer de tocar con el Toto acá en el Solís cuando celebró sus 50 años de carrera artística. Vinimos y tocamos “Milonga de ojos dorados” y fue inolvidable. Uno de esos tipos que aprendimos a respetar y querer. Lo mismo que nos sucede con Julio actualmente. Nos mandamos muchos mensajes y estamos atentos y compartimos cosas. Cobelli, un maestro que aprendimos a querer. Toto y Julio, dos tipos generosos a la hora de compartir su conocimiento. Dos maestros que en otras partes del mundo estarían dando clases magistrales, serían millonarios y acá la pelean día a día. Esa es una de las vetas ingratas de este medio. Pero, por suerte, en el caso de Toto y Julio, ambos recibieron un justo y merecido reconocimiento del medio y de la institucionalidad en vida. No después.
(Nota final: Queremos expresar nuestro agradecimiento especial a la dirección y el personal del teatro Solís).