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Sacate el antifaz, adiós, adiós, adiós

Estos blancos no son blancos

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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El próximo 15 de marzo se cumplirán 30 años del fallecimiento de Wilson Ferreira Aldunate, el último caudillo del Partido Nacional. Wilson fue un uruguayo tan especial que recogió el respeto casi unánime de sus compatriotas, la admiración de casi todos quienes lo conocieron y el odio de sus enemigos, que fueron también enemigos de la libertad, la justicia y la democracia. A veces me parece curioso que yo, que fui casi siempre un adversario y que más de una vez reflexioné sobre sus claroscuros y discutí con él sobre algunas de sus opiniones, persista en resaltar sus virtudes, recordar sus ideas y convocar a su recordación y a meditar sobre sus aportes a la comprensión de nuestro país y de los valores que representaba. Máxime que su partido, el Partido Nacional (PN), insiste en traicionar su legado político y llegó a proscribir su nombre por orden de Luis Lacalle Pou en la campaña electoral de 2014. Es un ejercicio inútil imaginar lo que diría o haría el temperamental caudillo blanco si volviera y viera lo que ha hecho la dirigencia con el que fue su partido, pero algunas de sus referencias a los “blancos baratos”, que vendían los principios políticos e ideológicos al gran capital financiero, a los terratenientes y a los gobiernos autoritarios de Pacheco Areco, de Bordaberry y a la dictadura, me permiten decir, sin lugar a dudas, que tendría sobre ellos juicios definitivos e implacables. No hablemos de lo ideológico, ya que (fallecido el redactor de “Nuestro Compromiso con Usted, que incluía la reforma agraria, la nacionalización de la banca y el fortalecimiento de empresas y bancos públicos), el herrero-aguerrondo-lacallismo unificó a todo el PN bajo la ideología neoliberal, utilizando a economistas dirigistas de derecha, como el difunto Ramón Díaz -presidente del Banco Central e ideólogo mayor de Lacalle Herrera- Javier de Haedo, Jorge Caumont, y -más recientemente- a los economistas neoliberales Hernán Bonilla, Juan Dubra e Ignacio Munyo. En estos días, a no dudarlo, el PN eliminó todo vestigio de progresismo y quiere ser la vanguardia de la derecha, llevando adelante los programas de Macri, Temer y Trump, que son los dirigentes en los que se miran. Esto, con ser lo más relevante y peor que traerían estos “blancos baratos” en caso de ganar las elecciones de 2019, no es lo que más llama la atención. ¿Qué diría Wilson (a quien se llamó con justicia el “fiscal de la nación”, después que en sus famosas interpelaciones derribara a ministros pachequistas como Jorge Peirano Facio y César Charlone) si viera que intendentes blancos como Agustín Bascou, Enrique Antía, Pablo Caram, Adriana Peña y Sergio Botana o bien abusan de su poder de compra por cuenta del Estado en beneficio propio o bien profesan un desaforado clientelismo nepótico en medio de un fantochesco festival de acusaciones cruzadas, en el que cada líder acusa al otro de pecados contra la ética y la legalidad que él también comete, pero defiende? ¿Qué sentiría si le dijeran que su partido tiene ahora una fracción dominada por una poderosa secta evangelista, que ya sabemos que obtiene sus recursos cambiando milagros por diezmos y que quiere suprimir toda la agenda de derechos que ha renovado la convivencia de los uruguayos en sintonía con el mundo civilizado? Resulta conocido que nunca fui blanco, pero he sido un lector de la historia del PN y además he pensado mucho sobre sus aportes a la historia de nuestro país y de su sistema político. Hemos dicho en estas páginas que el PN es un partido de liturgias, que ha honrado (en realidad, desde años, apenas menciona para las campañas, como hacen con Wilson) a héroes como el brigadier general Manuel Oribe (a quien se le reivindica como continuador del federalismo artiguista, ejemplo de estadista y de probidad administrativa), el general Leandro Gómez (historiador contra la leyenda negra artiguista, mártir en la defensa de la heroica Paysandú, arrasada por los imperios de entonces en 1865), el general Aparicio Saravia (a quien se señala como revolucionario por las libertades públicas y las seguridades del sufragio), y hasta a nuestro no apreciado Luis Alberto de Herrera, que fue también historiador prominente y que, de poseer una vastísima fortuna (que consumió en las campañas electorales), pasó sus últimos años en una digna y estrecha pobreza, y del que el Dr. Carlos Quijano dijo -en su famosa necrológica- que “fue de una probidad ejemplar y sin tacha”. ¿Qué dirían o harían estas figuras gigantescas del pasado del PN -Oribe, Leandro Gómez, Aparicio Saravia, Herrera y  Wilson-, viendo el aquelarre en el que se amontonan peleando Pompita, Verónica Alonso, con Durán Barba a cuestas, Enrique Antía, con un parche en el ojo y un garfio en la mano derecha, mientras un cada vez más solitario Guapo Larrañaga sube las escaleras del Directorio para proponer cadenas perpetuas y la militarización de las calles para buscar un amplio acuerdo de la derecha que derrote al Frente Amplio (FA)? ¿Qué haría Wilson, amigo de Zelmar Michelini y de Juan Pablo Terra, interlocutor de Rodney Arismendi, de Brizola, de Siles Suazo, de Edward Kennedy y de Fidel Castro y enemigo jurado de pachequistas y bordaberristas, si viera a Pompita, Larrañaga, Verónica y los que se cuadren alcahueteando a Julio María Sanguinetti y al propio Juan Pedro Bordaberry, a quienes no sólo imitan, sino a los que quieren obedecer y atraer, recibiendo a cambio solamente muestras de desprecio de ambos, claramente rastreables en entrelíneas de discursos colorados? La respuesta la dio Juan Raúl Ferreira en estas páginas cuando dijo que “en el PN ya no hay lugar para el wilsonismo”, lo cual, proyectado en una línea histórica, equivale a decir que no hay lugar para los valores de independencia, desarrollo y justicia que representaron las grandes figuras que nombramos antes, empezando por Manuel Oribe, teniente de Artigas. Como nos dicen muchos blancos que conocemos: “estos no son blancos; estos son los descendientes de los “dotores”, mercaderes y mandaderos de los imperios que estuvieron en contra de Oribe, Leandro Gómez, Aparicio, incluso Herrera y, por supuesto, de Wilson. Estos son simplemente mandaderos del poder económico real, de la Asociación Rural, de la Cámara de Comercio y Servicios, de la banca extranjera. Esto quedó del PN, el partido federalista que respaldó al pueblo paraguayo en la guerra grande y que defendió Paysandú de la invasión de los imperios de la época. ¿Por qué motivo volverían a sus filas los desencantados del PN si estos no son blancos ni ahí? ¿Por qué imaginan que resultarían atractivos para aquellos votantes del FA que parecen decepcionados según algunas encuestas de opinión publica?   Ni estos colorados son colorados   Sacate la caretita que te quiero conocer…   El País publicó el domingo 25 un extensísimo reportaje a Ernesto Talvi, titulado ‘El elegido. Para renovar a los colorados’, en el que se juega entero por el economista de El Observador, desestimando así a los batllistas de José Amorín Batlle y Tabaré Viera. Talvi (60 años), economista neoliberal educado en The British Schools (donde se cruzó con Amorín Batlle, Pedro Bordaberry y Pompita Lacalle Pou), graduado en la Universidad de Chicago, que entró por la ventana al Banco Central llevado por Ramón Díaz en 1990, dirige desde hace años el centro de estudios Ceres, desde donde apoyó las políticas económicas antipopulares, oligárquicas y privatistas de los gobiernos de Sanguinetti, Lacalle, Sanguinetti y Batlle, que nos condujeron a la Crisis de 2002. Desde hace un tiempo, seguramente llevado por su reconocida soberbia, Talvi inició el camino político electoral, recorriendo localidades del interior (contabiliza “53 encuentros ciudadanos”) con propuestas tan generosas como fáciles de hacer (sólo hay que tener boca), como proponer la construcción de “136 liceos por fuera de ANEP, y que sean públicos, gratuitos y laicos”. Dice que no quiere privatizar nada, sino construir centros nuevos como el Jubilar y el Impulso. A lo largo del reportaje, Talvi cuenta la historia que quiere contar de sí mismo y pinta un retrato con profuso maquillaje, distinto del furioso neoliberal de los años 1985 a 2010, en que se debe haber dado cuenta de que “por la derecha” no se llega al poder en Uruguay, como tercamente quieren hacer Lacalle Pou y los otros blancos. Por lo menos, en la historia que cuenta, tiene la decencia de no inventarse ninguna lucha contra la dictadura. Nunca nadie lo vio en las trincheras populares en esas horas difíciles. Ahora bien, el reportaje debe encender algunas luces rojas en la izquierda: un neoliberal rabioso se disfrazo de Keynes y consiguió hacerse financiar nada menos que por el think tank Brookings Institution, instrumento del Partido Demócrata de Estado Unidos. Dice Talvi: “En Ceres tenemos un acuerdo con el Brookings Institution [N. de R.: uno de los institutos de investigación más antiguos de Washington] y tengo la suerte de que allí hay expertos en temas electorales y en organización política. Me estoy informando muchísimo […] Estoy estudiando, no conozco este negocio”.  Lo de Talvi es increíble; confiesa que le están organizando un partido en Estados Unidos para corregir sus deficiencias. Attenti al luppo. El prestigioso centro de estudios del Partido Demócrata le ayudaría a diseñar la estrategia, le dirigiría la campaña, el reclutamiento, las finanzas y la propaganda al candidato colorado disfrazado con piel de cordero. No en vano, cuando le preguntan a quien admira, dice: “A Barack Obama, Ricardo Lagos, Felipe González”, aunque enseguida derrapa porque dice que “Macri le devolvió a Argentina algo muy básico: los valores republicanos”. Y pide una reivindicación histórica para Alberto Bensión y Jorge Batlle, aunque en los círculos políticos se sabe de sobra (y en el reportaje se insinúa) que a quien ha consultado siempre es a Julio Sanguinetti, que siempre apareció impulsándolo. A lo largo de todo el reportaje, Talvi se presenta como el heredero político de Jorge Batlle, buscando obviamente ocupar el espacio que deja Bordaberry en Vamos Uruguay. Pero lo desenmascara el dirigente colorado José Luis Franzini, “batllista de ley”, que recuerda que se trata de un neoliberal y que su proyecto es el de la privatización de la educación pública. Pero eso lo lleva a uno de los puntos más negros -y son muchos- de su historia. El difunto Claudio Paolillo relató, en Con los días contados, cómo Batlle, Sanguinetti y Lacalle se reunieron en Suárez el 19 de junio de 2002, en plena crisis, para acordar quién sucedería a Alberto Bensión. Allí se decidió que Ernesto Talvi sería el nuevo ministro de Economía y Carlos Sténeri, que estaba muy cómodo en Washington como gestor de la deuda externa de Uruguay, el nuevo presidente del Banco Central del Uruguay (BCU), a pesar de que el Tribunal de Cuentas le observaba sistemáticamente todos sus gastos. Por esos días, como denunció Caras y Caretas, se estaba desarrollando contra Jorge Batlle un intento de golpe de Estado encabezado por Ramón Díaz, Jorge Caumont, Álvaro Diez de Medina y Juan Carlos Protasi. Años después lo confirmaría Paolillo en el libro citado, y Bernardo Wolloch daría los nombres en su libro Jorge Batlle. El profeta liberal. Sanguinetti dice que dijo que no, pero Paolillo dice que le preguntó al entonces vicepresidente Luis Hierro López si estaba preparado para asumir la presidencia si pasaba algo. ¿Ignorarían Talvi y Sténeri lo que se estaba tramando? El caso es que los dos, en el peor momento, dejaron al desesperado presidente Jorge Batlle afeitado, sin visita, sin ministro y sin presidente del BCU. El presidente fue a la casa de Talvi a pedírselo, pero este le recordó a su ídolo  que no tenía respaldo político para semejante empresa y lo abandonó a su suerte. Hay gestos que definen para siempre a un hombre. Así que mucha suerte en la política, Ernesto Talvi. Nos vemos en las urnas.  

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