Hasta ahora, y desde antes de la victoriosa elección de 2004, nunca estuvo el Frente Amplio (FA) tan amenazado de perder presidencia y mayorías parlamentarias como en este mes de julio del año 2019. No solo hay unanimidad (aunque con divergencias nada menores) entre las encuestadoras de opinión pública, sino que esta situación está abundantemente explotada -como es de esperar- por la oposición multipartidaria, los medios de comunicación -casi todos oposicionistas- y por la novedosa amplificación por las redes sociales de todo lo que es frágil e imbécil.
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Como resultado de este triplete de factores retroalimentados, la opinión pública callejera y la más acotada opinión semiespecializada del ambiente político y politológico han ungido informalmente al FA como ganador en octubre de una nunca menor mayoría parlamentaria; pero como perdedor, por primera vez desde 2004, de la presidencia en el balotaje tan disputado que se anuncia para noviembre.
Conviene repasar algunas fuentes de este estado de cosas, así como de los intentos que se están haciendo de revertirlo o de consolidarlo desde aquí hasta las dos instancias eleccionarias, en especial hacia el balotaje. Ya está más claro que la gobernabilidad será muy ardua, dada la muy factible diversidad de las fuerzas políticas que tendrían representación parlamentaria, y teniendo en cuenta que no habrá mayorías ‘electoralmente naturales’, sino solo las que sean producto de espinosas alianzas generales o puntuales.
La implosión fraccional electoralista del FA
El FA es una construcción histórica de coalición de fuerzas políticas. El grado de cohesión de dicha coalición fue puesto a prueba durante la continua adhesión de nuevos sectores políticos, hecho que hacía cada vez más difícil la compatibilización política de ideas, valores, intereses y tradiciones ideológicas diversas.
Respecto de nuestro núcleo de interés en esta columna, la cohesión partidaria, podemos trazar tres períodos relevantes para entender ese proceso tal como aparenta ser hoy: la coalición como oposición pregubernamental en coyuntura económico social dura (1); como gobierno principiante en coyuntura económico social favorable (2); y, finalmente, ya con experiencia gubernativa y en coyuntura nuevamente dura económica y social. La cohesión fue bien lograda durante el primer período, se mantuvo, aunque erosionándose en el segundo, para implosionar con riesgos electorales enormes en este tercer período que estamos viviendo.
Uno. La creciente variedad político ideológica de la coalición se veía minimizada, en sus consecuencias para los equilibrios internos, por factores diversos, pero sobre todo porque el carácter de oposición unificaba la variedad y sus potenciales divergencias. Una secular cadena de latiguillos, mantras, consignas, jaculatorias y lugares comunes de barricada era suficiente para mantener superficial y coyunturalmente macrounida a una coalición sustantivamente microdispersa de creencias, valores e intereses. Por otra parte, las sucesivas coyunturas de crisis y la fragilización del terror a las izquierdas facilitaron el acceso de la coalición a la consideración pública, mientras que las fracciones gobernantes eran chivos expiatorios más o menos razonables de responsabilización digna de castigo. Debe entenderse que las alternativas históricamente estigmatizadas pierden esa maldición y adquieren cierto carácter de fetiches o de escobas nuevas que siempre barren bien y que podrían probarse dada la ineptitud que siempre la simplista gente atribuye a los gobernantes en situaciones de crisis, sea cual fuere la culpabilidad real que les cupiere. Ser oposición, en medio de crisis más o menos frecuentes (período uno), es más fácil para una coalición que ser gobierno en bonanza (período dos) y mucho más fácil que ser coalición de gobierno en ‘malaria’ o crisis (período tres).
Dos. El pasaje de oposición a gobierno que se produce en 2005, aunque en apariencia pueda facilitar la satisfacción y participación de las diversas fracciones coaligadas, nos muestra que de todos modos es más dificultoso que ser oposición en tiempos de crisis. Porque la asunción del gobierno tiene varias consecuencias que se harán sentir adversamente luego y en distintos plazos.
Se produce primero una cupulización de la fuerza política, en desmedro de la gestión partidaria a partir de los órganos de gobierno de la coalición, con cierto nivel de conflicto endémico entre el partido y su cúpula gobernante, aquel refugiándose en la promesa ortodoxa del compromiso programático, este subrayando la necesidad de responder a coyunturas, urgencias, emergencias y cambios que los abstractos programas no incluían. Se produce también un alejamiento del contacto con las bases, con repercusiones en la militancia, su cantidad, intensidad y calidad; la solución inicial que Vázquez adoptó de darles ministerios a las fracciones mayores, si bien capeó la pulseada inicialmente, galvanizará a futuro la pluralidad potencialmente conflictiva que antes había sido obviada por la conjunción de crisis y oposición y ahora se esconde en la unidad parlamentaria y en la participación ministerial para fracciones mayores.
Empieza a ocurrir, como resultado del juego político cotidiano de concesiones mutuas y alianzas, una desradicalización ideológica que hará perder votos por izquierda y que conducirá a apuntar a una lucha futura por el crecimiento hacia el centro, vedado ya el crecimiento hacia la izquierda. Eso llevará a un acorralamiento de la izquierda por el centro-derecha, en la que implementará proyectos y leyes ajenos con la aspiración de permanecer en el espectro votable, optando por renuncias de adopción de males menores, carreta delante de los bueyes, si las hay. Para tener votos, implemento lo que mi rival quiere, para que este no acceda al poder (electoralismo radical). Eso pasará especialmente en el tema ‘seguridad’, aprendiz de brujo que permite siempre criticar y pedir más de lo mismo, aunque eso haya sido siempre ideológicamente rechazado por las izquierdas, que solo se oponen a las medidas represivas si son propuestas por los rivales (No a la baja, No a vivir sin miedo), pero votando medidas legislativas similares para adultos y menores y, peor aun, su implementación por el Ministerio del Interior.
Tres. El compromiso de las fracciones con las esperanzas de los más jóvenes dentro de ellas de ocupar puestos gubernamentales, ya cumplido el ciclo de lustrabotas, lleva a una nueva debilitación de los objetivos y medios; se busca acercarse a una opinión pública y sentido común cada vez más globalizados e inmersos en un imaginario consumista, de espectáculo y distracción frívolos.
Olvidando a Gramsci, ucronizando utopías
El FA olvida trágicamente el dictum de Gramsci de que toda dominación política no asegura consolidación si no se trabaja el cambio de la cultura política de la sociedad civil. No solo no se consiguió este objetivo, sino que ni siquiera se intentó, evaluándose los logros del FA en función de los mismos criterios que producirían juicios sobre gobiernos liberales normales; las izquierdas ya no apuntan a una sociedad cualitativamente diferente (anticapitalismo, antiimperialismo, hombre nuevo, etcétera), sino que solo compiten con otros en el logro de cantidades de logros estándares del imaginario crecientemente alienado hegemónico.
La gente ya no vota izquierda para acercarse a un imaginario alternativo: el ‘nuevo uruguayo’, logro de la izquierda gobernando, es el que veranea en el este, compra motos, viaja al exterior. Es la ucronización de las utopías, una izquierda light, dietética, descafeinada y obsoleta ideológicamente, regida por el terror a perder elecciones y cargos para los antiguos militantes fieles, débilmente justificada por la necesidad de evitar un mal mayor.
Respuestas (por ahora) confusas
Pocas semanas después de las elecciones internas, el FA muestra una atomización electoralista sin la protección antigua de ser oposición ni alimentarse de crisis ajenamente expiatorias, potenciada por conflictos cúpula-partido-bases y obsesionada por la obtención formal de poder político pero sin norte teleológico específico. Parece aceptarse una centrificación para mantener esperanzas electorales, que sobrepone a gente del riñón propio (por ejemplo, Martínez-Villar) en una fórmula aun sin atractividad electoral ni consagración partidaria, en un contexto de desgaste biológico de los liderazgos, y que duda entre recuperar desilusionados con un discurso radical-obsoleto (Villar) y seguir apostando a los votos del centro (Martínez), facilitando críticas de la oposición al desrespeto de las lógicas orgánicas partidarias y a la ambigüedad de los objetivos electorales (recuperación de desilusionados, continuada cooptación del centro).
En fin, lo que se ven son nubarrones ennegreciéndose, sin sol ni viento a la vista. ¿Habrá alguna nueva idea en estos tres o cuatro meses, en un contexto de priorización del balotaje, dándose ya por perdida la mayoría parlamentaria?