Según la ONG alemana Transparencia Internacional, en su último y más reciente estudio, el mundo es una salsa de corrupción sumida en un rojo profundo, salvo Europa occidental, Estados Unidos, Canadá, las colonias anglosajonas y algunas pequeñas y detectables excepciones, entre las que se encuentra orgulloso Uruguay, en un honroso puesto 23 de 180 países. Pero el resto de América Latina se encuentra incendiada en un rojo fuerte de corrupción. No es discutible en ningún caso que existe la corrupción en esta América Latina, pero es extraña la percepción de la corrupción y su inmediata relación a la pobreza o a los países mas pobres. ¿Acaso la corrupción es un fenómeno relacionado únicamente con la pobreza? El estallido en España de la trama del Partido Popular y la corrupción flagrante nos puede hacer repensar la idea o esa relación causal entre países pobres y corrupción, así como la misma relación intrapaíses entre pobreza y delito. ¿Acaso no existe corrupción en aquellos países? Es extremadamente discutible. ¿De dónde viene entonces la corrupción? ¿Es acaso un mal exclusivamente latinoamericano o de países del tercer mundo? ¿Es un fenómeno actual y relacionado únicamente a los gobiernos de izquierda -también denominados populistas- como algunos medios y politólogos han querido mostrar? ¿Hasta qué punto las concepciones de corrupción se relacionan con un statu quo (un deber ser), una forma de considerar algunas cosas y otras no en el ámbito de la dilapidación de fondos públicos y que a su vez genera una legalidad específica? La reciente boda real, o por lo menos de uno de los herederos lejanos al trono de Reino Unido, costó millones de euros al pueblo británico. Lo que nos da a preguntarnos algunas cosas que parecerían simples. ¿Quién pagó todo ese lujo? ¿No se acerca a una dilapidación de los fondos públicos? ¿Qué sucedería si un gobernante de un país latinoamericano utiliza ese caudal de dinero en la boda de uno de sus hijos? ¿No se convertiría en un corrupto sin escrúpulos que hambrea a su pueblo? ¿Quién le da entonces legalidad a ese acto? O más profundo, ¿hasta qué punto la legalidad pasa por el ‘quién’ y no por el ‘cómo’? ¿Cuánto dinero gasta Estados Unidos en contratos de defensa con empresas privadas de enorme poder y fuerza? ¿Cuál es la relación entre la guerra o la necesidad de la guerra y pingües beneficios de empresas que presionan para vender sus armas al Estado norteamericano? ¿Se benefician de los conflictos? Seguramente un presidente latinoamericano o africano que gaste grandes cantidades de dinero en armas será visto inmediatamente como un ejemplo de dictadorcillo de bolsillo. Reiteramos, no es el cómo, sino el quién, en muchas ocasiones, y la percepción de corrupción no solamente pasa por robar descaradamente (como lo hacen muchos gobernantes del mundo entero); son también las justificaciones sociales que damos a determinados sectores y países. ¿De dónde viene entonces la corrupción? ¿Es un fenómeno moderno -hijo de la época contemporánea o el mundo actual- o podemos rastrearla en los recónditos intersticios de la historia? Brevísima historia de la corrupción Según la Real Academia Española, el término corrupción tiene muchas acepciones, obviamente relacionadas con la palabra corromper, ya que el término proviene del latín corruptio, “acción y efecto de corromper o corromperse”. Pero especialmente en las organizaciones, la define de la siguiente forma: “En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”. De esta forma, la corrupción no es un fenómeno actual ni mucho menos y la raíz de dicha actividad nos es ajena en general. Una sentencia muy antigua, atribuida a Santo Tomás de Aquino, exclamaba que Corruptio optimi pessima (“La corrupción de los mejores es lo peor”); de esta forma, la corrupción, ya sea privada o pública, se incrementa si quienes lo hacen son personas públicas y con cuotas considerables de poder. ¿Pero desde cuándo, a lo largo de esa línea de tiempo sinuosa que es la historia, el ser humano ha caído en la tentación de la corrupción? Buscando el ídolo de los orígenes -a veces caro a la comprensión histórica, aunque extremadamente claro- podemos remontarnos al antiguo Egipto. De allí proviene el primer documento escrito sobre corrupción de la historia. Aunque esto no significa que fuera el primero, sí es el primero que se puede analizar. Debemos remontarnos al reinado de Ramsés IX -alrededor del año 1.100 a.C.-, cuando un funcionario denunció a otro, que había formado lo que hoy denominamos una sociedad para delinquir, la cual se dedicaba a profanar tumbas. No obstante, según los investigadores, no hubo condena al funcionario corrupto. La docta y venerada civilización griega no fue la excepción y también existieron denuncias sobre corrupción. Hasta Pericles -símbolo de la democracia ateniense – fue acusado de manejos turbios en la construcción del Partenón. En tiempos de Alejandro Magno, alrededor del año 324 a.C., un funcionario fue condenado al exilio por hurtar dinero depositado en la Acrópolis. Los romanos tenían una idea muy particular sobre la corrupción, dado que basaban los asuntos públicos bajo el estandarte del honor. De esta forma a los funcionarios romanos se les exigía poseer cierto patrimonio y declararlo a principio de mandato, al finalizar se hacían las cuentas y si se probaba enriquecimiento debía devolverlo. En el mundo romano las penas por lo que hoy conocemos como enriquecimiento ilícito -o sea corrupción- variaban entre el destierro o la muerte (más específicamente el suicidio). Son variados los sucesos de corrupción en la antigua Roma, desde robos, estafas, irregularidades en las cuentas públicas hasta las maniobras con las construcciones públicas. En una crónica antigua, Plinio sostuvo que era más barato destruir el teatro de Nicea (Bitinia) que repararlo, dado que las grietas eran de considerable tamaño, aunque la obra supuso un enorme costo para el erario público, unos 10 millones de sestercios, que obviamente fueron a parar a otro sitio. La Edad Media es el terreno de los excesos; sin un poder central establecido, los señores feudales manejaban enormes territorios y a sus pobladores con enormes cuotas de discrecionalidad. Cabalgando por la historia podemos encontrar a Dante y su Divina Comedia, en la que los corruptos se quemaban en el infierno ideado por él y que él mismo fue acusado y desterrado por recibir lo que hoy denominamos coimas -o quizás el ejemplo más acabado de actos delictivos de toda índole, como la familia Borgia-. Liderada por el papa Alejandro y su hijo César, los Borgia fueron los protagonistas del libro fundador del realismo político como tal, El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo. La línea de tiempo llega a nuestros días, a nuestras democracias, en las que el poder -como en ninguna otra época- radica en el pueblo (en el discurso), lo que haría más terribles el despilfarro y la corrupción. De esta forma, quien detenta el poder del Estado también es un dato a tener en cuenta. Y podríamos seguir enumerando en la historia universal lo ejemplos de corrupción, de dilapidación de fondos públicos, de compra y venta de cargos, de lujos fastuosos. Durante la conquista de América, durante terribles episodios de la historia contemporánea convenientemente olvidados, como el imperialismo de mediados del siglo XIX por parte de las potencias europeas. Esta nota -pequeñísimo acopio de información- no representa ni siquiera la punta del iceberg para la compresión del fenómeno. La corrupción en tiempos democrático republicanos es uno de los flagelos más constantes en propios y ajenos, por derecha y por izquierda, y marca la agenda de nuestros medios de comunicación. Pero quizás quede tiempo para analizar de dónde viene la legalidad y qué actos que forman parte de la legalidad no son más que actos de dilapidación. La corrupción también determina su significado.
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