Hace 43 años, ya instalada la dictadura militar, pero durante la presidencia de Juan María Bordaberry, las Fuerzas Conjuntas arrestaron a ocho militantes comunistas en una casa de la calle Canstatt. Horas más tarde, serían trasladados al Regimiento de Coraceros, actual Guardia Republicana, donde los dejaron durante horas a la intemperie, desnudos sobre el pasto. A la sesión de torturas, comenzaron con Álvaro Balbi. Era el más joven del grupo. El submarino, una de las prácticas habituales de estos criminales, fue llevado hasta el límite, y el organismo de Balbi no soportó el martirio. Los testimonios indican que intentaron reanimar su cuerpo exánime, pero ya era tarde. Álvaro había muerto. El sitio web de Partido Comunista del Uruguay (PCU) transcribe el fragmento de una carta que el padre de Álvaro escribió al dictador Juan María Bordaberry: «Escribo a usted la carta más difícil de mi vida. Y como se trata de un imperativo de razón y de conciencia, me propongo lograr la más fría precisión para lograr justicia. Me dirijo a usted en su condición de Presidente de la República y específicamente por su poder de decisión como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas. Quiere decir esto que no procuro condolencias, que no necesito palabras de consuelo. A diario me las prodiga el pueblo entero.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
No hay en este la más mínima exageración, debe usted creerlo. Por su condición de Jefe de Estado, señor Presidente, usted sólo puede contestarme con hechos y el hecho en ese caso horrendo – no único en el país, desgraciadamente – es un castigo ejemplar, terminante, concreto y público, garantido y documentado, como se reitera en forma frecuente en los medios de información. No acuso. Digo lo que puedo yo pensar y sentir. Todas las circunstancias muestran que mi hijo fue muerto en dependencias de las Fuerzas Conjuntas. A ustedes les toca determinarlo. Pero quiero decir lo siguiente: en el Uruguay la pena de muerte no existe. Ni la más alta dignidad judicial, frente al mayor criminal y al más grave delito, puede condenar a muerte al peor de los reos. Nadie tuvo entonces derecho a matarme a mi hijo. Sólo la impunidad más absoluta pudo amparar el crimen, así fuera, como a veces se sugiere, porque se les fue la mano». Balbi estaba casado con Lille Caruso y el matrimonio tenía cuatro hijos pequeños. A las pocas horas del asesinato, el cuerpo, con signos de tortura, fue entregado a su familia. El comisario Tellechea dijo a Caruso que su esposo había fallecido producto de un ataque de asma, dolencia que Balbi nunca padeció.
Este martes, a las 18 horas, se colocará una placa en su memoria. Será en la avenida José Pedro Varela y avenida José Batlle y Ordoñez, a pocos metros de donde fuera asesinado.