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Ideas al servicio de los poderosos

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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La muerte de un hombre siempre es un hecho doloroso, y el que asume la tarea de escribir sobre el personaje desaparecido suele hacerlo con respeto y prudencia, tratando de resaltar sus mejores cualidades y de minimizar sus aspectos menos destacables. El doctor Ramón Díaz, hay que decirlo, era un buen padre de familia, un caballero austero, muy inteligente, muy estudioso, muy disciplinado, muy tenaz, combativo y valiente, muy convencido de sus ideas y, últimamente, muy religioso. Como la muerte de una persona no puede ser una oportunidad para la propaganda de una idea, y como además pienso que la muerte no redime los pecados ni extingue las responsabilidades, no voy a sumirme en el silencio ni a sumarme al coro de bienpensantes de derecha que están levantando monumentos de tinta al doctor Ramón Díaz, recientemente fallecido.

Supongo que el doctor Díaz no hubiera esperado ser beatificado. Tampoco creo que esperara piedad en el debate de ideas y en la adjudicación de responsabilidades. Si algo debe reconocérsele es que fue un gladiador, un tenaz e inteligente defensor de sus malas ideas y un feroz e impiadoso adversario, incluso más allá de un mero debate intelectual. Alguna vez se encontró conmigo –la primera, en la casa de la embajadora de México– y me distinguió con elogios generosos e inmerecidos destinados a mí y a la revista Caras y Caretas, que hasta ese momento hubiera jurado que él nunca había leído. La verdad es que nunca fuimos muy tolerantes con sus ideas y fuimos particularmente severos en los tiempos de la crisis de 2002, cuando la historia probó que Ramón Díaz alentaba la idea de la sustitución o la renuncia de Jorge Batlle por su vicepresidente, Luis Hierro. La otra vez sólo hablamos telefónicamente. Me sorprendió proponiéndome un canje de un ejemplar de Caras y Caretas por un ejemplar de una revista que había resuelto editar y que, a la sazón, duró solamente algunos meses. Por supuesto que acepté el trueque, que creo que nunca llego a hacerse efectivo porque su revista tenía una frecuencia mensual y la nuestra semanal. No pude explicar eso, porque el diálogo telefónico con el doctor Díaz era algo engorroso. Ese día descubrí que su pluma era mucho más expresiva que sus palabras.

Ramón Díaz fue un intelectual militante, un “intelectual orgánico”, en el lenguaje marxista. Fue abogado, político, historiador, economista y filósofo. Fue el pensador más nefasto del siglo XX en Uruguay, enemigo declarado del batllismo, de las corrientes progresistas del Partido Nacional y de todo lo que se pareciera a izquierda, empezando por el Frente Amplio.

Lo que más defendió siempre fue el poder del dinero, al que atribuyó todos los derechos y adjudicó todas las libertades. Lo que más atacó fue al Estado, en particular a la intervención del Estado en la economía. Apoyó a todos los gobiernos autoritarios de Uruguay y a su última dictadura. Su temible pluma –su arma más poderosa– nunca escribió una sola letra denunciando los crímenes de la dictadura, las torturas, los asesinatos y las desapariciones forzadas. Sus mejores discípulos y él mismo proporcionaron letra económica a los militares, bagaje teórico y respaldo académico. En los editoriales de Búsqueda de la época se encuentran diseñadas, paso a paso, las políticas más regresivas de la dictadura. No todas estas políticas, ni siempre, resultaron aplicadas, porque, curiosamente, había milicos mucho más patriotas que él. Tampoco denunció los negociados de Gregorio Álvarez con Carlos Mattos Moglia ni los de los generales Julio César Vadora y Julio César Rapella. No lo hizo con los robos menores de los Gavazzo, que andaban desesperados cazando gente, atrás de los dólares del secuestro de Bunge y Born, o de las libras de oro de Mailhos, o del dinero de los beneficiados con las coimas de la construcción del Mausoleo de Artigas, o efectuando saqueos vulgares a las casas de los presos una vez que eran trasladados a los infiernos. Ramón Díaz fue ante todo partidario de privatizar las empresas y los bancos públicos, a los que llamaba “vacas sagradas”. Su propósito obvio era entregar el patrimonio de los uruguayos a sus amigos y clientes, los banqueros y los dueños del capital financiero, y a las empresas multinacionales.

Contra lo que se dice, no fue un liberal, ni un neoliberal, sino lo que algunos llaman un dirigista de derecha; feroz partidario del darwinismo económico y social, del poder y los derechos de los más ricos, enemigo de la enseñanza pública y el laicismo, aportó sus ideas, sobre todo, a los proyectos de todas las corrientes autoritarias y dictatoriales del Cono Sur desde 1960.

Entre 1968 y 1969 fue subsecretario del Ministerio de Industria de su íntimo amigo, el doctor Jorge Peirano Facio, durante el gobierno autoritario de Jorge Pacheco Areco, cuando el capital financiero gobernó con sus hombres más representativos y sin intermediarios. Ambos, él y Peirano fueron echados a raíz de una interpelación de Carlos Julio Pereyra. Los blancos ya no se acuerdan ni se quieren acordar de eso, pero el olvido de esa gesta parlamentaria patriótica de lo que hoy se llama wilsonismo es una prueba más de la claudicación histórica del partido de Aparicio Saravia y de que, derrotados por el herrerismo, los blancos abandonaron todas sus banderas progresistas. Ramón Díaz fue durante muy buena parte de su larga vida un camarada de lucha inseparable de dos hermanos que persisten en el peor imaginario de nuestra historia, Jorge y Juan Carlos Peirano Facio.

Una vez que salió del Ministerio de Industria, Ramón Díaz fue director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto de Pacheco Areco en 1970. Con Pacheco –el hombre de las inconstitucionales Medidas Prontas de Seguridad, a las que Ramón Díaz apoyó siempre, como toda la oligarquía que con Pacheco había llegado al poder–, él y César Charlone implantaron una congelación de precios justo antes de que se hiciera efectivo un aumento de 50% a los empleados bancarios, con lo que los banqueros (sus socios y defendidos) se embolsaron la diferencia.

Después de la elección del fraude de 1971, cuando ya no pudo más, soltó la cuerda, y el aumento brutal se descargó sobre los trabajadores. Ese era el liberal Ramón Díaz, al que llaman “enemigo de las burocracias”. Fue durante su vida pública un enemigo del pueblo, abogado de grandes empresas extranjeras y sobre todo de la banca privada.

Tampoco es verdad que su vida haya estado trazada al margen de la burocracia. El doctor Díaz integró las burocracias, las inspiró y las condujo a los peores objetivos. Sus alumnos más dilectos, Juan Carlos Protasi, Jorge Caumont, Alberto Bensión, Ernesto Talvi, Isaac Alfie, Michele Santo, Carlos Sténeri, Edgardo Favaro, Ariel Davrieux y Javier de Haedo, pasaron décadas jugueteando con el poder, prendidos a la teta de las burocracias estatales o de los organismos financieros internacionales.

En 1972, el doctor Ramón Díaz fundó la revista bimensual Búsqueda para competir con Marcha, entonces buque insignia de las publicaciones de izquierda, y para difundir las ideas reaccionarias de Friedrich von Hayek y Milton Friedman, quienes años después asesoraron personalmente a los dictadores genocidas Jorge Videla, en Argentina, y Augusto Pinochet, en Chile. En 1974, Búsqueda tomó formato de revista. Los militares ya habían suprimido la competencia de Marcha al asesinar a Julio Castro, perseguir a Hugo Alfaro y obligar a Carlos Quijano a exiliarse, después de haberlo llevado preso.

En Búsqueda fue donde Alejandro Végh Villegas explicó lo que sería la política económica de la dictadura. En sus páginas se hicieron cuidadosas reseñas de los cónclaves militares en donde se discutía la política económica del régimen con la participación de los generales, los ministros, los principales consejeros de Estado y los economistas que integraban los equipos de Végh Villegas y Ramón Díaz. Desde Búsqueda, Ramón Díaz reclamaba al gobierno de facto la rebaja del costo del Estado, la libertad de empresa, la desmonopolización de los servicios públicos y la creación de universidades privadas.

La revista impulsó ideológicamente y aplaudió las dictaduras militares de Uruguay, Argentina y Chile. ¿Dónde está el liberalismo de Ramón Díaz y sus amigos, si fueron cómplices de lo peor de lo peor? Está todo escrito, no hay más que leerlo. Los editoriales de Búsqueda bajaban línea. Sus editorialistas fueron los ideólogos de la “tablita” que llevó al desastre económico de 1982.

Con las dictaduras de Uruguay, Chile y Argentina

Ramón Díaz y sus protegidos, como José Gil Díaz, José María Puppo y Juan Carlos Protasi, todos presidentes del Banco Central del Uruguay (BCU) de la dictadura, fueron los ideólogos de la tablita que llevó al desastre económico de 1982.

Cuando la dictadura se caía, a ojos vistas, se pasaron de bando y con Búsqueda cambiaron de caballo. Cuentan que Ramón Díaz pasó alguna noche en un calabozo. Sin embargo, aunque hoy en los panegíricos lo pinten como una víctima, no fue un héroe de la resistencia, solamente la expresión de un sector de la oligarquía que olfateaba antes, o a tiempo, lo implacable de la derrota. Ramón Díaz, a no dudarlo, era uno de los civiles de la dictadura, de los que manipulaban a los militares, los que ejercían el verdadero poder, los que daban las órdenes de la oligarquía sin mediadores, los que se beneficiaron con ella. Sin restarles ni un poquitito de culpa, hay que tener claro que los milicos eran los brutales instrumentos del capital financiero de la oligarquía y del imperialismo. Hay quien ha dicho que lo que hacían estos civiles que criticaban sutilezas era alertar a los militares de que la derrota se avecinaba, y quienes dicen que simplemente se preparaban para el nuevo tiempo. El hecho es que fueron los inspiradores y que, una vez caída la dictadura, siguieron ocupando los cargos más importantes de la conducción económica, sin pagar ningún precio por su complicidad con el despotismo. Como el que ganó las primeras elecciones tras la dictadura, en noviembre de 1984, fue Julio María Sanguinetti, pudieron vivir tranquilos con su impunidad a cuestas.

Hemos dicho siempre que los objetivos principales de la oligarquía uruguaya son la privatización de la educación y de las empresas y los bancos públicos. Ramón Díaz también fue consecuente con el primero, ya que fue un firme impulsor de la primera universidad privada, la Universidad Católica, cuya aprobación fue arrancada a los militares cuando ya la dictadura estaba en retirada. Estuvo ahí, emocionado, y luego enseñó en la Universidad de Montevideo, ligada a sus amigos los Peirano y al Opus Dei.

Con el gobierno de Lacalle

Pero entre 1990 y 1993 volvió a la burocracia, ahora como residente del BCU de Luis Alberto Lacalle Herrera. Desde ese cargo practicó un durísimo ajuste fiscal que, si bien derrotó la inflación, aumentó el desempleo y se descargó sobre los trabajadores. Ingresó al BCU a toda una generación neoliberal: Alfie, Talvi, De Haedo y Gustavo Licandro, entre otros. Muchos de ellos obtuvieron sus doctorados en universidades de Estados Unidos, pagados por los contribuyentes uruguayos.

Entre 2000 y 2005 fue presidente de la antinacional Academia Nacional de Economía (ANE), formada exclusivamente por neoliberales y los expresidentes de la República (excepto José Pepe Mujica). En esa institución revistó el dictador Juan María Bordaberry Arocena y todavía revista Juan Carlos Blanco, culpable de la muerte de Elena Quinteros y también muy buen amigo de Ricardo Peirano Peirano y Ramón Díaz. En 1998 presidió la Sociedad Monte Peregrino (o Société du Mont Pèlerin), el núcleo de pensamiento neoliberal a escala global, fundado por Friedrich von Hayek, que difunde esa corriente de pensamiento en el mundo.

Un dato muy interesante. Cuando se fundó Búsqueda, un artículo de la sociedad establecía que si un socio pasaba a ocupar un cargo público, debía dejar sus acciones. Ramón Díaz lo hizo al ingresar al BCU, y cuando se fue, en 1993, estaba seguro de que sería restituido en la empresa de la que había sido fundador. Pero no fue así. Sus socios, entre los que estaban Manfredo Cikato y Danilo Arbilla, no lo dejaron volver, lo que le produjo una furia que conoció todo Uruguay: Ramón Díaz se sintió despojado, y dejaron de saludarse. Por eso llaman atención ahora tantos homenajes y avisos fúnebres. Bien que lo traicionaron en su momento.

Poco después, comenzó a escribir en El Observador, el diario de los Peirano Peirano. Lo hizo hasta 2009, cuando se retiró, confesando en un artículo que no podía comprender ni tenía soluciones para la crisis mundial entonces en curso. El capitalismo parecía infligirle su última derrota. Poco después, una enfermedad lo alejó del mundo.

Fue autor de algunos libros, entre los que se destaca La historia económica del Uruguay, publicado en 2003, en el que descalifica a José Batlle y Ordóñez, a todo protagonista progresista o de izquierda, y llama “héroe” a Alejandro Végh Villegas.

Ante el fallecimiento de Ramón Díaz surgen varias reflexiones. ¿Dónde están los economistas de izquierda, que eran casi todos los estudiantes en la Facultad de Ciencias Económicas en 1968? Muchos de ellos pasaron por Harvard, fueron becados, trabajaron en el Fondo Monetario Internacional, el Banco Internacional de Desarrollo o el Banco Mundial (BM)? ¿Dónde están? Algunos de los más radicales, como Bensión, Sténeri, Favaro y Davrieux, estuvieron después asesorando a la dictadura y ocupando cargos importantísimos en los gobiernos de Lacalle, Sanguinetti y Batlle. Otros continuaron en los gobiernos del Frente Amplio.

¿Fue Ramón Díaz un derrotado? Tal vez él pensaba eso cuando decía que no tenía respuestas para la última crisis global. Pero la lucha ideológica continúa con brutal ferocidad. En Argentina, Brasil y Paraguay, las ideas del neoliberalismo renacen como flores en primavera. En Uruguay, aun entre nosotros, los frenteamplistas, hay quienes pretenden debilitar el papel estratégico de las empresas del Estado. Todavía aceptamos los consejos de la ANE y del BM para reestructurar la “gobernanza de las empresas públicas”. Aún discutimos sobre los subsidios a la enseñanza privada y asistimos a un debilitamiento creciente de la enseñanza pública, sin atinar a dar respuestas categóricas. Lo peor es que a veces me parece que Ramón Díaz es un gallego que, como el Cid Campeador, aún muerto continúa ganando batallas. Es que hay cierta retórica en el gobierno frenteamplista que me resulta extraña al lenguaje y el pensamiento de la izquierda. Y no sólo en la retórica, también en los hechos: en la rebaja de las inversiones de las empresas públicas, en el proceso de deterioro del Banco de la República Oriental del Uruguay que denuncia el sindicato AEBU, en la aceptación de los condicionamientos de los organismos internacionales y las calificadoras de riesgo.

En fin, la muerte de Ramón Díaz justifica aquella reflexión algo tonta ante la inexorabilidad de la muerte: “No somos nada”.

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