El mundo está muy complicado, y es muy y crecientemente difícil mantener alguna posición social o política hoy que sea claramente coherente con lo que ha sido esa orientación en la historia. Ser católico, islámico, conservador, demócrata, de izquierda, es cada vez más arduo porque los significados de esas palabras, que designan contenidos, pueden variar mucho, tanto entre los que se autocalifican de tales, como entre los que juzgan esas autocalificaciones o las atribuyen a pesar de los calificados. Y muchas veces son caricaturales o estereotípicas, consciente e intencionalmente o no.
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Después de la cercana derrota nacional electoral a fines de 2019, el Frente Amplio inició una explicable serie de reuniones y llamados públicos a encontrar las razones de la misma, en parte como autocrítica a su propia gestión gubernamental y electoral, en parte como producto de cambios en los medioambientes sociopolíticos mundial, regional y nacional a los que no supo adaptarse y reaccionar en tiempo y forma. Es un esquema lógico para inquirir sobre el tema central.
Pero los contenidos mediante los cuales la indagación se realizó se concentra excesiva y peligrosamente en lo estrictamente electoral, con lo cual los aspectos no electorales del poder, los valores, los contenidos específicos que deberían caracterizar a la izquierda actual y futura, ceden en importancia a lo electoral, que, sin dejar de ser obviamente importante en Estados democráticos de derecho, con mercado, partidos, Estado, sociedad civil y elecciones, descuida mayores discusiones sobre globalización, neonacionalismos, geopolítica, imaginarios, religiones, ideologías, agenda derechohumanista, utopías y distopías, medios y opinión pública, tecnología y humanismo, que pueden explicar, al menos tanto como las gestiones gubernamentales y las campañas electorales, los vaivenes electorales.
Una breve historia política de las izquierdas
Esa excesiva concentración de la problematización política en lo electoral es, sin embargo, entendible desde la historia de la progresiva inmersión de las izquierdas en economías de mercado, democracias político-partidarias y mecanismos comunicacionales novedosos; todo ello ajeno a las prescripciones y autoimágenes originales de las izquierdas; y a varias sutiles tendencias descubiertas por los grandes pensadores que referiremos, y que serán cada vez más desconocidos en este estúpido mundo de lecturas que no van más allá de selfies, e-mojis, memes y tuits. Hoy casi nadie aguantaría leer los seminales autores y textos que mejor explican esos temas.
En medio de las muchas explicaciones de los vaivenes históricos de teorías y prácticas de izquierda, elegiremos estos textos, aunque no necesariamente respetaremos escrupulosamente el orden cronológico que ven ahora:
Uno. Karl Mannheim (1929): debilitamiento de ideologías y de utopías.
Dos. Daniel Bell (1961): el fin de las ideologías.
Tres. Jean Baudrillard (1974): el espejo de la producción.
Cuatro. Jurgen Habermas (1976-90-92): el agotamiento de las energías utópicas, la necesidad de revisión de las izquierdas, la reconstrucción del materialismo histórico, tres modelos normativos de democracia.
Cinco. Francis Fukuyama (1994): el fin de la historia.
Debilitamiento de utopías y/o ideologías
Karl Mannheim, en su insuperable capítulo sobre la mentalidad utópica en Ideología y Utopía, muestra cómo las utopías inspiradoras del pensamiento y de la acción, se han ido desradicalizando en sus contenidos, desde el milenarismo desaforado del aquí-y-ahora revulsivo del quiliasmo de Thomas Munzer en 1534, primera utopía fundante, pasando por la segunda utopía, la liberal; la tercera, la conservadora y finalmente la cuarta, la socialista-comunista, aparecidas cronológicamente en ese orden y respondiendo a las anteriores utopías, en parte como reacción a ellas, en parte como reconstrucción de algún elemento anterior negado por la inmediatamente anterior.
Mannheim prevé utopías cada vez más complejas, que niegan/reelaboran más utopías, y que terminarán por terminar con las ideologías y hasta con las utopías. Si el declinar de las ideologías -factores ocultos a la conciencia que mueven hacia elecciones teóricas y empíricas, como los ídolos de Bacon- representa solo una crisis para algunos estratos que las encarnan, el debilitamiento y desaparición de las utopías “significaría que los pensamientos humanos y su desarrollo tomarán un carácter totalmente nuevo. La desaparición de las utopías traerá un estático estado de las cosas en el cual el hombre mismo se convierte en no más que una cosa”. En su mejor estado de conciencia, después del heroico camino hacia ello, “el hombre perderá su voluntad de diseñar la historia y con ella su capacidad de entenderla”. La desradicalización ideológica del poder como resultado electoral es una desutopización, pero también, dirá Mannheim, fruto de la aceptación del mercado y de la convivencia política democrático-electoral, que obligará a convivir con víboras para ganar, pero al precio de tener que tenerlas en cuenta para cómo gobernar. Claus Offe abundó mucho, en los 80, en el terrible peaje que las izquierdas debieron, deben y deberán pagar por abandonar la utopía revolucionaria deudora de la quiliasta, de ludditas, anarquistas y revolucionarios como los de la Comuna de París, cuyo fracaso dice Baudrillard que reencauzó el pensamiento estratégico marxista, esperando la maduración de las condiciones favorables a una revuelta antitética, proletaria sí, pero universal. La prioridad electoral en la izquierda uruguaya 2020, 15 años gobernante y derrotada, tiene fuertes antecedentes en todo el devenir de la izquierda, cuyo refugio electorero es una especie más de desradicalización ideológica y de desutopización. Max Horkheimer lo adelantó brillantemente en La dialéctica del esclarecimiento de fines de los 30; y Foucault lo adornó en su Regreso de lo mismo.
Abunda en esto un clásico de comienzos de los 60, El fin de las ideologías de Daniel Bell; hay que tomarlo con pinzas porque se menciona sin leer o entender. Bell dice “ideology is the conversión into social levers”, o sea no las ideas en sí mismas, campo de las utopías, sino más bien de la crisis y fin de las ideologías del siglo XIX, desarrolladas en el XX, como fuerzas creadoras inspiradas en ideas utópicas; ya serían obsoletas y deberían desrutinizarse como herramientas. El énfasis preferencial en lo electoral dentro de lo político casi implica una defección utópica e ideológica y una autocondena a lo procedimental (y quizá a alianzas) por falta de creatividad teórica de contenidos sustantivos de propuesta y atracción. También revela la ingenuidad de seguir queriendo creer que hay aún, que todavía no ha sido cooptada por la oligo o mono oferta, una supuesta demodemanda autónoma del pueblo soberano que diferiría de la oligooferta; bullshit, la oligooferta ya no se opone más a una supuesta demodemanda soberana: la ha cooptado progresivamente. La consulta a la gente ya no es a una demodemanda relegada injustamente por una dominante oligooferta diferente; ahora se acercan hasta casi confundirse; la consulta popular, la participación, la inclusión, desconcentración y descentralización son más ‘políticas de reconocimiento’ simbólicas en el sentido de Honneth, que de equidad e igualación sustantivas.
Simulacros, fin de la historia, Habermas
Jean Baudrillard, en El espejo de la producción, ve en la imparable domesticación de las izquierdas, hasta una conversión de los gobiernos izquierdistas en una nueva fuerza productiva desde que con la domesticación y diferimiento de las utopías, contribuye a la producción, productividad y acumulación haciendo creer que un pluralismo democrático ha aceptado la alternativa radical de la izquierda; los ciclos de gobierno de izquierda han mostrado cuán lejos de las utopías han estado. Hasta legitiman la economía política capitalista mediante los simulacros de un relato histórico que se ancla en la producción, las necesidades y el trabajo como conceptos-claves desde el intérprete, aunque antropológicamente sean dudosos desde el ángulo empírico o del actor. Esa izquierda desutopizada, desradicalizada ideológicamente, hasta contribuyente a la legitimación de una utopía diversa -la liberal- de las alternativas de izquierda de los siglos XIX y XX, es la electorera, la que no aprovechó 15 años de gobierno para intentar cambiar el imaginario e ideología instaladas desde la sucesión de gobiernos de los partidos tradicionales, como recomienda insistentemente Gramsci al hablar de la conversión de la cultura civil y popular. Las alternativas electorales serán cada vez más alejadas de las ideologías y utopías de izquierda, y cada vez se precisarán alianzas con víboras, tácticas, inmediatas, pero que serán constantes frenos a utopías e ideologías alternativas y pensadas como ‘propias’ -ya se habla de alianzas con Cabildo Abierto-. Esas desutopización, desradicalización y ese electoralismo hacen muy pensable la muy seria teoría de Francis Fukuyama de la llegada del fin de la historia, en el sentido hegeliano y no en el vulgar de conjunto de acontecimientos; es la objetividad histórica que, como expresión de subjetividades, como en-sí, se hace autoconsciente como en-sí-para-sí, como objetividad asumida, manifestación de sujetos que se exteriorizan en esas objetividades. La cosmovisión liberal y sus resultados parece haber superado a sus contrincantes de los siglos XIX y XX; las izquierdas deben aceptar su marco simbólico y político: el electoralismo preferido en el debate sobre el poder sería un factor coadyuvante más.
Jurgen Habermas, en toda su producción inmensa ha contribuido a arrojar luz sobre estos procesos. Ya en 1976 reclamó que las izquierdas abandonaran un ingenuo radicalismo que llevaba a ignorar la producción intelectual burguesa como útil para las izquierdas, señalando las ideas que deberían incluirse bajo pena de obsolescencia políticamente cara. En parte eso lo hizo la izquierda. En 1990 escribe sobre la necesaria revisión de las izquierdas y de la idea de ‘socialismo’; en 1992 confluye con autores que revisamos más arriba, en un análisis aggiornado del agotamiento de las energías utópicas. Escritos más recientes abogan por el diseño de democracias más allá del republicanismo, que la izquierda ni siquiera ha intentado como modo de vivir en una democracia más profunda; tampoco han avanzado decididamente hacia una democracia anclada más en las formas procedimentales que en los contenidos sustantivos, tantas veces disjuntos o inconmensurables. La izquierda contribuye a la confirmación de la tesis de Fukuyama. Se arrincona en rincones cada vez más ajenos y estériles.