Al momento de intentar una evaluación del desarrollo político electoral en la región, se requiere, al menos, de una multidisciplinaria y franca reflexión. Ni los resultados obtenidos por sus gobiernos en lo que va del siglo XXI ni sus consecuencias para la segunda década del siglo parecen prometedores. Se vuelve imperioso, en primer lugar, un análisis autocrítico y, en segundo lugar, una reubicación en nuevos entornos comunicacionales y psicosociales, por cierto muy diferentes a los considerados vigentes y significativos hasta ahora.
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Autocrítica de intentos y logros
Uno. El alejamiento de las utopías clásicas de la izquierda. La militancia y las adhesiones posgubernamentales a las izquierdas rebajaron su nivel de participación y voto porque objetivos ideológicos constituyentes de las izquierdas históricas no parecían ser perseguidos por medio de las gestiones, administraciones y retórica gubernamentales. Aunque las experiencias de João Goulart en Brasil y la de Salvador Allende en Chile hubieran mostrado el insuficiente respeto de las derechas por las democracias, con resultados adversos (el liberalismo mostró entonces su cara francamente autoritaria), la paulatina imposición de la URSS, de la China de Mao, de matices de izquierda en Europa y de la Revolución cubana superan en impulso optimista a las pesimistas experiencias de democracias militarmente abortadas y alientan el masivo Plan Cóndor para controlar más masivamente intentos similares.
La decadencia y resultados adversos del plan restauran las democracias en la región. Las izquierdas, quizás a imitación del PC italiano y de la doctrina socialdemócrata europea, adoptan el combate político partidario democrático con probabilidades crecientes de triunfos, que sobrevienen recién en el siglo XXI. Obtenido el poder político, es claro que, sea por prudencia desde las experiencias de Goulart y Allende, por la entropía de los fines en un juego democrático plural, por falta de experiencia de gestión, o por aburguesamiento, los resultados de la experiencia gubernamental de las izquierdas producen resultados mucho más acá de los utópicos fines a aproximarse; y tiene como consecuencia la apatía de las bases, la disminución de la militancia y escisiones hacia la izquierda desde sus filas; ejemplos de esto serían Unidad Popular en Uruguay y el PSOL en Brasil, grupos que obtienen representación parlamentaria autónoma por la izquierda. El caso de Nayib Bukele en El Salvador es apasionante y radical en este rubro. Por el lado de neoapáticos, desmovilizados, escindidos e indignados, se da la primera insuficiencia en la mantención del electorado y en la conquista de adherentes futuros, que se notará paulatinamente.
Dos. Las izquierdas encarnaron fetiches que propusieron deseos inalcanzables. Los fetiches proporcionados por los gobiernos de izquierda, en su primera ascensión al poder político dominante en Latinoamérica, muy pronto degeneraron en chivos expiatorios. Herbert Spencer, ya en el siglo XIX, aportó, en su asombroso Fetichismo político, la idea de que los gobiernos encarnan deseos excesivos y posteriores castigos también excedidos, que pueden volver al fetiche en chivo expiatorio. Pese a esa reiterada experiencia de fracaso, se siguió el modelo planteado por Spencer. El antipetismo, por ejemplo, es un castigo y un chivo expiatorio, mientras Bolsonaro es el nuevo fetiche necesario para reproducir el ciclo, cuasi religioso y acompañado de neocreencias religiosas también. En el grueso imaginario popular, Bolsonaro es tan antiestablishment como lo fue Lula, ahora establishment indeseable.
Anotemos: ni con una situación económica que respeta beneficios para los más aventajados, las izquierdas conseguirán su apoyo a futuro; ellos prefieren gestionar por sí mismos sus beneficios, se sienten más seguros y poderosos así. Y el fin de la coyuntura internacional favorable los hace temer más por sus lucros en un nuevo escenario de vacas flacas, con mayor riesgo de perjuicio relativo.
Anotemos también eso: tampoco se pudieron satisfacer imposibles deseos de los menos favorecidos ni tampoco será segura la fidelización electoral de los beneficiarios de asistencialismos y redistribuciones en medio del menguante efecto legitimador de las políticas sociales clásicas de mínimos en un nuevo imaginario consumista, de abundancia y hedonismo que apunta a máximos, y ya no a mínimos otrora satisfactorios y relegitimadores.
Anotemos y subrayemos: tampoco se encontrará apoyo en los expobres porque quienes se vieron beneficiados por la redistribución hacia abajo desde la carga fiscal de las capas medias, una vez ascendidos gracias a eso, no apoyarán tanto a los que quieran ahora hacerlos víctimas de una redistribución favorable a otros, sino a quienes los defiendan ahora que les toca perder algo; tampoco atribuyen siempre su mejoría al beneficio recibido, sino al esfuerzo propio. Tengamos en cuenta el altruismo humano. Además, una sociedad o grupos con experiencia de movilidad ascendente siempre querrán más, a ejemplo de otros más visiblemente móviles que ellos, y sin duda más que aquellos que viven en sociedades inmóviles en estatus, como las de castas o autoritarias (aunque parezca paradojal).
Tres. La crisis del estereotipo de moralidad. Uno de los caracteres más aguzados de las izquierdas fue su estereotipo de moralidad, monopolio que fue producto de sus vociferadas utopías y de la inmaculada ausencia de gestiones gubernamentales ensuciantes. Las experiencias con la corrupción gubernamental les han hecho perder ese halo y ese aura que, una vez perdidos, difícilmente se pueda recuperar. Es cierto que buena parte de esas condenas, denuncias y sospechas son inventadas y/o magnificadas, pero las hay ciertas y todas -las inventadas y las reales- son eventualmente pasto de las fieras. Hay que vigilar mucho ese terreno, y sobre todo los ingresos en las fuerzas políticas de recién llegados y entusiastas alcahuetes y hacedores de tareas sucias; no siempre tienen estructura ideológica o moral que evite esos riesgos, luego magnificables. Y ojo con las alianzas peligrosas con especies ponzoñosas puntualmente funcionales; véase el caso de la alianza del PT con el MDB que entronizó a Michel Temer desde su vicepresidencia; esas cosas se pueden pagar caro.
Cuatro. No hubo cambios en el imaginario consumista. Desoyendo la recomendación gramsciana de que la dominación política sólo se consolida con el cambio de la cultura política de la sociedad civil, los gobiernos de izquierda no intentaron el menor cambio en el imaginario consumista, de abundancia, hedonista, de la cultura política capitalista hegemónica. Lo que los llevó a ser evaluados en función de logros de ese tipo, globalizados. Por lo tanto, no pueden ofrecer logros alternativos, se acorralan en satisfacerlos y renuncian así a alternativas utópicas por las que debían haber trabajado; se condenan así a satisfacer los deseos culturalmente hegemónicos, que obstaculizarán culturalmente cualquier tentativa electoralmente anclada de profundización alternativa.
Nuevos entornos comunicacionales y psicosociales
Desde que la propaganda comercial evolucionó de una retórica de persuasión racional del cliente hacia una poética de seducción emocional, la propaganda política siguió sus pasos, lo que confirmaría los temores weberianos de evolución de la democracia hacia un populismo carismático. Más que el debate dialógico o polifónico de ideas, evaluaciones y planes, la arena política adopta el criterio de las descalificaciones ad hominem ad hoc. La judicialización mediática de la política, que se basa en la apariencia de la sospecha moral divulgada masivamente como shock emocional moral sustitutivo del debate prolongado de ideas colectivamente defendidas, crece como filtro electoral. Progresivamente, no se precisará siquiera de la virtualidad de la judicialización mediáticamente magnificada y dramatizada; bastará algún circo mediático parajudicial, como lo muestra el escrache público de Brett Kavanaugh en Estados Unidos; ni pruebas fueron ofrecidas ya. Habrá que moverse en esta realidad instaurada sin dejar de combatir su instauración ni de denunciar la némesis de la política a la que puede conducir.
Esta seducción emocional dominante, reflejada en la creciente judicialización mediática de la política, se ve favorecida por la instantaneidad y simplicidad de la comunicación cognitivamente depreciada a través de las redes sociales, tan apta para viralizar instantáneamente emociones e íconos como incapaz de registrar y difundir argumentos e ideas complejas. El voto será cada vez más emocional y anclado en radicalismos morales, cada vez más ausente de información libremente accedida y de reflexión intelectual sobre ideas y proyectos. Terrible futuro para la sociedad del conocimiento y la información, que se conformará cada vez con menor dosis de ambos. Nunca la vox populi fue menos vox dei; nunca más alienados y homogeneizados el sentido común y la opinión pública, cada vez más conformados por los intereses globales de los poderosos desde los medios clásicos de comunicación de masas, estupidizados y viralizados por las redes sociales.
Hay más, pero esto ya debería para empezar la polémica y el análisis de coyuntura y electoral en la región.