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Jorge Fierro | documental |

Jorge Fierro: "Hay que desconfiar de los imaginarios y los estereotipos"

El escritor y ensayista Jorge Fierro estrenó un documental sobre la vida de un hombre sin hogar propio, narrado con una mirada que humaniza, potencia y desafía clichés.

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“Siempre se habla mucho de las personas en situación de calle como ‘carentes’, pero poco sobre sus fortalezas y todo lo que pueden lograr”, dice Jorge Fierro, director de Señor, si usted existe, por qué no me saca de este infierno. El documental, estrenado el 4 de setiembre y proyectado días atrás en el Parlamento, nació en el marco de Urbano, un programa del MEC que trabaja con poblaciones vulneradas para acercarlas al derecho a la cultura y el arte, espacio en el que Fierro es tallerista.

La motivación de esta película, según su realizador, no fue abordar la problemática de la situación de calle, sino seguir de cerca “las peripecias vitales” de Juan “Chacho” Correa, participante del taller de cine que Fierro coordina desde hace más de una década. De ese vínculo, tejido en la confianza y en la imaginación compartida, surgió un relato que el director resume como “un elogio a lo vincular y colectivo”. Fierro asegura que la película no busca dejar un mensaje, sino acompañar a Chacho en un tiempo crucial de su vida: el intento de construir lo que él mismo define como una vida común —trabajar, mantener la mente ocupada y tener su casa propia—, objetivo que aún persigue con obstinación y esperanza.

El documental Señor, si usted existe, por qué no me saca de este infierno nace en el marco del taller Urbano. ¿Qué nos podes contar de ese espacio?

Es un programa de la Dirección Nacional de Cultura y su objetivo es promover el acceso a los derechos culturales de poblaciones vulnerables. Funciona desde 2012, año desde el que formo parte dando un taller de cine una vez por semana. Actualmente, tenemos una dinámica que llamo cine relámpago: los participantes llegan, inventamos una historia, la actuamos, la filmamos y, a la semana siguiente, la vemos. Eso funciona como un gancho fuerte, porque la gente vuelve para verse en la pantalla. El gran descubrimiento de este taller fue el placer de los participantes al mirarse actuando, haciéndolo bien, descubriendo que podían lograr muchas cosas y, otras veces, riéndose de sí mismos. Y lo que ofrece es un poco eso: el derecho a la fantasía y a la imagen propia.

¿Y cuándo llegó Chacho?

Chacho se sumó en 2015. Mi deseo de hacer la película parte de conocerlo a él.

¿Cómo se fue afianzando el vínculo?

Cuando me mudé a Ciudad Vieja, a la calle Pérez Castellano. Ese es su barrio: él nació ahí, literalmente, en una casa. Y en esa calle es donde achica con sus amigos. Empecé a verlo todos los días. Chacho tiene algo en su personalidad que engancha, cada vez me daban más ganas de conversar con él, nos fuimos conociendo mejor, el vínculo se fue fortaleciendo y ese es el origen de la película. Está filmada desde ese lugar de privilegio que me dio ese vínculo con él.

¿Qué viste en la historia de Chacho que te llevó a querer contarla?

Es un tipo con una gran inteligencia emocional, social, y también para la supervivencia, sabe qué le sirve. Un día me dijo algo que me quedó grabado: que todos los días sale del refugio y piensa a dónde ir. Puede ir a su barrio, que sabe que lo puede “atrapar el diablo”, o venir al taller Urbano, o ir al colectivo. Trata de escaparse un poco de su barrio, de ir solo los fines de semana, y tuvo esa capacidad de descubrir un mundo fuera de Pérez Castellano. Me recuerda un poco al mito de la caverna: cuando descubre Urbano y empieza a conocer otras cosas, quiere que sus amigos también lo descubran. Intenta sacarlos de sus rutinas y que ellos puedan hacer un recorrido parecido al suyo. Y eso le cuesta mucho. Todo eso hace que sea una historia muy linda para contar.

Otra de sus fortalezas es que, a pesar de vivir la tragedia de estar en la calle, tiene un sentido del humor increíble y todo el tiempo busca espacios de alegría y esperanza. Yo digo que es un pícaro. A veces me mentía, me decía “hoy es mi cumpleaños”, para que le compre algo para comer, y ya me había dicho eso días atrás. Es un personaje tierno que, como siempre digo, lucha contra sus demonios sin perder la ternura jamás.

¿Cuánto tiempo llevó el rodaje?

Tenía algunas escenas del 2015, que había filmado en el taller. En 2019 empezamos a filmar la película y lo último que registramos fue en 2023. Filmamos unas 70 horas de material, que no es tanto para un documental; después eso se redujo a una película de 86 minutos. Fue un trabajo arduo. En ese proceso apareció la magia del cine: cuando empezás a filmar, suceden cosas. Él se mudó, llegó la pandemia, empezó a militar en el colectivo de gente de situación de calle [Nitep], que comenzó a generar oportunidades laborales, tuvo una entrevista de trabajo. Todo eso se fue alineando con la película.

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El título de la película puede sugerir un tono dramático, pero al verla predomina un relato cargado de matices positivos y alegres. ¿Qué motivó la elección de un título que, de algún modo, no coincide del todo con el tono de la obra?

Está re buena la pregunta. Es verdad, el título y el tema te pueden inducir a que es un recontra dramón, lleno de golpes bajos. Pero la película es muy alegre, porque él es muy alegre y la idea es reproducir su vitalidad. El título es una frase que él dice en cierto momento de su vida. Cuenta que uno de los tantos días que estaba pasándola muy mal, durmiendo la calle, muerto de frío y de hambre, estaba escuchando en la radio un programa religioso —él es muy religioso, duerme con la Biblia, reza todas las noches, pide por su familia—, entonces en ese momento preguntó: “Señor, si usted verdaderamente existe, ¿por qué no me saca este infierno?”. Y cuenta que al rato apareció una mujer que lo ayudó, se ofreció a lavarle la ropa, le consiguió un cupo en un refugio y estableció un vínculo con él. Entonces él sitúa ahí su punto de partida para mejorar. Es su mito de origen. Creo que la frase es recontra contundente, es como un gran disparador y deja abierta una pregunta que la película no responde.

Si bien la motivación no fue hacer un documental sobre la situación de calle, a través de la vida de Chacho el tema se pone en discusión. ¿Cuáles fueron los desafíos o lineamientos narrativos para abordar un tema tan sensible?

El trabajo en Urbano no implica solo dar el taller: tenemos un equipo muy consolidado que realiza reuniones de reflexión para pensar determinadas temáticas. Como partimos de una lógica de derechos humanos, construimos una forma de mirar a las personas en situación de calle a través de imaginarios diferentes que rompan los estigmas y aquello que los define como seres “carentes”. Siempre se habla mucho de las carencias pero poco de sus fortalezas y de todo lo que pueden lograr. Hay un mito estereotipado de que son personas que están todo el tiempo sucias, drogadas, que son violentas o que no tienen educación, pero en realidad hay un universo mucho más rico. Por ejemplo, hay muchas personas en situación de calle que no están tiradas en la vereda, sino en distintas instituciones, esperando entrar al refugio. Pero como no los vemos en la calle, nuestro imaginario los invisibiliza. Todos esos preconceptos —que yo también tenía antes de hacer la película— se fueron transformando con el taller.

Con respecto a qué mostrar, por ejemplo, desde el inicio tuvimos un acuerdo con Chacho: él no quería que lo filmara en situaciones de consumo, y yo tampoco quería filmarlas. Esa fue otra forma de romper con esa imagen fetichista, un poco pornográfica, de la pobreza. Al mismo tiempo, él me dijo que era importante mostrar el consumo en la película, de alguna manera, ya que también era parte de su vida. Ese fue otro desafío que iba de la mano con no romantizar la pobreza.

Otra tensión fue cómo evitar construir un relato meritocrático del hombre que sale adelante solo y escala socialmente. Para Chacho es importante mostrar sus logros, pero la película también refleja sus caídas, y eso me parece más fiel a la realidad. Él tiene una frase que me gusta mucho: “Déjate ayudar”, que para mí sintetiza la parte positiva de la meritocracia: hay que poner de uno mismo, pero eso no alcanza. También muestra la importancia de las instituciones públicas y de la lucha colectiva.

¿Qué rol cumplen estas instituciones en la vida de esta población?

Depende de los abordajes. Hay instituciones y políticas que ayudan mucho a las personas, aunque podrían hacerlo mucho mejor. Creo que programas culturales como Urbano elevan la autoestima y fomentan a que hablen, escriban, cuenten sus historias y sus fantasías. Por otro lado, hay políticas, como lo refugios, que despotencian a las personas.

¿En qué sentido crees que despotencian?

La gente va a los refugios porque no tiene otras alternativas. Tienen horarios para entrar, para salir, duermen con otras 30 personas, se terminan bañando con agua fría y comen alimentos que no pueden elegir.

En el caso de Chacho, la película permite mostrar el pasaje por algunas instituciones y la importancia de ciertos cambios. Lo primero que filmé fueron sus últimos días en un refugio. Luego, pasó al programa de los contenedores, que son compartidos con una persona más, donde tienen llave para entrar y salir a la hora que quieren, cocina, lavarropas y un baño con calefón. Luego pasa a un programa mejor: un apartamento que comparte con cuatro personas, pero donde él tiene su cuarto propio, y puede, por ejemplo, recibir a una pareja. Son cosas totalmente diferentes.

El colectivo de personas en situación de calle Ni todo está perdido (Nitep) lanzó el año pasado la campaña “Cuando nos ves, ¿nos ves?”, que buscó romper la invisibilización. ¿Qué potencial crees que tiene el arte, en este caso el cine, para visibilizar la realidad e intentar transformarla?

Creo que tiene una gran capacidad, sobre todo para construir imaginarios diferentes. Para mí era muy importante, por ejemplo, mostrar una escena donde Chacho está lavando su ropa. Él se preocupa mucho por su facha, le encanta estar elegante, todo lo contrario a las imágenes que solemos tener.

A las personas en situación de calle pocas veces les vemos el rostro. Cuando alguien las filma, sin conocerlas, les tapa o desenfoca el rostro. En lo informativo o en otras películas eso es frecuente, pero yo no quise hacerlo de esa manera. Por ejemplo, había una escena de festividad en la que Chacho bailaba con otras personas, y adelante aparecía alguien buscando comida en un contenedor. Esa imagen me incomodaba mucho y resolvimos sacarla porque mostrar a esa persona sin rostro la deshumanizaba. En cambio, cuando pasás un rato con estos personajes, en la película, los normalizás: se ven caras que han tenido noches difíciles, consumo, pero que sonríen, se emocionan, tienen algo que conecta con vos. Humanizarlos es traerlos a la historia común de la humanidad, la que todos compartimos: todos tenemos familiares con problemas de consumo, todos hemos visto cuerpos deteriorarse por enfermedad o vejez. Esa universalidad es también lo que quería mostrar.

¿Cuánto puede transformar la vida de estas personas el hecho de tener un espacio colectivo donde expresarse, ser escuchadas y generar vínculos?

Es tremendamente transformador, sobre todo porque activa mecanismos potenciadores: espacios de libertad, de reflexión, de identidad. Lugares donde ellos traen lo que quieren y nosotros les devolvemos algo de lo que están buscando. En el taller, por ejemplo, teníamos un espacio de cineforo, donde se fomentaba que pidieran la película que quisieran, mientras no fuera pornografía. Yo traía la película que pedían, aunque me pareciera chota. Porque todos miramos películas pochocleras y un poco alienantes. Pero al mismo tiempo defiendo la idea de que un espacio de libertad también implica encontrarte con alguien que te discuta, que te provoque. Con esta idea, en el mes de marzo pasaba películas vinculadas con el movimiento feminista, ya que la mayoría de la gente en calle son varones, y hay un tema fuerte con la masculinidad. Entonces, cuando poníamos películas sobre la cuestión de género, siempre aparecía la provocación: “¿Y cuándo vas a poner un ciclo de varones?” Al mes siguiente, armaba un ciclo de hombres, pero con películas sobre homosexualidad, transiciones, Billy Elliot. Eso también es provocar, llevar la contra, y todo eso forma parte de los derechos culturales y de potenciar a las personas.

Y ya que lo relaciono con el feminismo, en esto de la importancia de ciertos espacios aparece el tema del “cuarto propio”, algo que ya había señalado Virginia Woolf: para escribir, hace falta un cuarto propio. Tener un cuarto propio es fundamental: un lugar para escribir, pensar, recibir a una pareja, masturbarse, tener silencio. Muchas veces creemos que basta con dar un refugio para pasar la noche, y si piden más, pensamos que exageran. Pero esa mirada —como digo yo, de enano fascista— limita mucho y no soluciona la situación.

¿Cuál fue tu principal aprendizaje sobre la situación de calle?

Que hay que desconfiar de los imaginarios y estereotipos, y que no se puede decir nada de la imagen de una persona. Esto también lo aprendí cuando hicimos un documental llamado “¿Bailarías un tango con una persona en situación de calle?”. Salimos a preguntarle a la gente qué pensaban de las personas en situación de calle y si bailarían con alguna de ellas. Muchos de los participantes del taller pensaban que la gente que estaba vestida de traje o que “tenía pinta de facho” iba a rechazar la propuesta, y se sorprendieron cuando la mayoría respondía con empatía y solidaridad. Eso mostró que todos tenemos prejuicios, ellos y nosotros.

Otro aprendizaje es que las personas en calle muchas veces terminan creyendo lo que una parte de la sociedad piensa de ellas. Me he encontrado con gente que me dice “soy una rata”, “no sirvo para nada”, “nunca voy a poder trabajar”. Y ahí es donde los espacios colectivos tienen un rol fundamental para romper esa idea.

También entendí que es necesario repensar el modelo laboral. No todas las personas pueden sostener jornadas de seis u ocho horas, pero sí formas más flexibles e intermitentes. Se precisan dispositivos que contemplen realidades diversas, como quienes cobran su primer sueldo y luego desaparecen para consumir. La clave es que puedan regresar y continuar trabajando, sin que eso implique ignorar la falta, pero construyendo modelos de trabajo que habiliten, de a poco, nuevas rutinas y costumbres.

¿Qué repercusiones tuvo la película entre las personas del colectivo?

Muchas de las personas que fundaron e integran el colectivo habían pasado por el taller Urbano. Entonces ya tenía un vínculo, y la recibieron con mucho cariño y alegría. Para muchas de ellas es muy lindo verse en la pantalla; para otras es una exposición sobre la que hay que seguir conversando. Otras que no aparecen en la película, pero que conocí en los talleres, me dicen: “Yo quiero que hagas una película sobre mí” o “Chacho ya es veterano, hay que hacer una sobre nosotros, que somos más jóvenes”.

Otra cosa que surgió es que nos están escribiendo desde distintos refugios para pasarla, hacer cineforos, y ese tipo de cosas.

Si tuviera que definir brevemente la esencia del documental, ¿qué dirías?

Es un elogio de lo vincular y de lo colectivo. No trata de mandar un mensaje, sigue a este personaje por sus distintas peripecias vitales, en un periodo de tiempo muy particular en el que se acerca a lo que él pretende: tener una vida común, trabajar, tener la mente ocupada y tener su casa propia. Ese es su objetivo hasta hoy en día.

Si bien la película no busca dar un mensaje, ¿qué sentimiento te gustaría que genere en quienes la vean?

Me gustaría que funcione como disparador para conversar y que otras personas aprendan lo que yo aprendí sobre los imaginarios en torno a la gente en situación de calle. Hay personas que la vieron y me dijeron: “Me cambió la manera de ver Montevideo”, “vi la película y a la semana estaba conversando con el cuidacoche, que yo le tenía miedo”.

Para quienes están en la calle, me gustaría que sea una motivación para querer contar sus historias, de la forma que sea, para encontrar espacios de política colectiva, de política cultural, lugares de libertad y expresión que ayuden a salir adelante.

Y también me gustaría que sirva para que la política pública incorpore la política cultural y dimensiones nuevas como la del cuarto propio, porque la necesidad de cubrir la emergencia limita el desarrollo y la integración de estas personas.

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