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Política Oddone | Orsi | economía

despertando de una pesadilla

¿Y si no creciéramos como aspira Gabriel Oddone?

Oddone admite que no hay plata y pide paciencia, pero el desafío es mayor: en vez de resignarse, este es el momento de impulsar decisiones audaces.

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Caras y Caretas Diario

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Cuesta mucho dar una opinión sobre el presupuesto enviado por el Poder Ejecutivo al Parlamento y por el que Gabriel Oddone ha puesto la cara sin evadirse. Para ser sincero, el presupuesto me da mala espina, y con aún mayor sinceridad, espero equivocarme y festejar dentro de cinco años —si estoy aún con vida— que la pobreza bajó a 8 %, se construyeron 50.000 viviendas dignas, tenemos 7.000 presos menos y los niños pobres no pasan de 50.000. Me ilusiono con esto y no me ilusiono con los éxitos de Tolosa de cumplir con su compromiso de inflación ni con el de Oddone de crecer el 2,4 % anual, porque, aún si se cumplieran —lo que como intuimos, está por verse—, me temo que los niños pobres serían adolescentes pobres y los jóvenes pobres serían adultos pobres, no tendríamos tal número de viviendas nuevas, ni menos violencia ni menos presos.

Lo cierto es que, en lo que va de este siglo, los uruguayos somos más o menos los mismos tres millones y medio y lo que crece es la pobreza, especialmente la infantil, los suicidios, los presos, la violencia, los endeudados por el crédito al consumo, la ganancia de los bancos y la fortuna de los ricos. Y eso que, al menos desde 2005 al 2014, parecía que tocábamos el cielo con las manos.

En el presupuesto, y ni siquiera en el relato, no hay demasiado lugar para la esperanza. Mientras tratamos de conocerlo más en profundidad, me quieren hacer creer que de a poquito vamos a crecer y con democracia, previsibilidad y seguridad jurídica obtendremos inversiones que nos permitirán crecer y repartir para ser felices.

Tengo la obligación de reconocer que es verdad que hay restricciones fiscales mayúsculas heredadas del gobierno anterior y no es verdad que el equipo económico se enteró de su magnitud recién un mes después de haber asumido Yamandú Orsi la Presidencia de la República.

En fin, puede ser que las obligaciones y los déficit se hayan incrementado en doscientos millones de dólares, pero que rondaban cerca de los setecientos mil millones era más que previsible con los que se sabía, las deudas de ASSE, las acumuladas por el Ministerio de Transporte y Obras públicas, los setenta millones que le faltaban a OSE, los adelantos de impuestos de las empresas públicas y las que resultaban de la transacción con el consorcio del Ferrocarril, para decir solo algunas de las que habían sido publicadas en la prensa y sin mencionar las que se percibían de alguna otra manera por los incumplimientos de la regla fiscal. Así que ya se conocía que el espacio fiscal iba a ser reducido y que habría restricciones presupuestales, aún antes de que Gabriel Oddone fuera nominado para ocupar el Ministerio de Economía.

Es más, todos los gobiernos que yo recuerde han comenzado su gestión hablando del carnaval electoral del que lo precedió y del déficit fiscal heredado que comprometerá su gestión y el compromiso de las promesas de campaña. Así que, como todos los gobiernos, éste tendrá que asumir que lo que hay es lo que hay, y lo que se prometió, mal o bien, hay que cumplirlo.

La verdad verdadera es que Oddone fue de frente y sin excusas y reconoció que la propuesta presupuestal era restrictiva y condicionada por un espacio fiscal estrecho. Nada de ilusiones, entonces, y si acaso, solo pidió comprensión y paciencia. Más clarito fue Vallcorba, que eligió un comité de base para sacarnos la venda y decir, a quien quisiera oírlo, en este caso a un periodista de Búsqueda, que el programa del Frente Amplio no se podría pagar. Es más, se sabía que el programa era para la tribuna y que no se iba a cumplir al menos en un período de gobierno.

Después están los adjetivos con los que la hinchada, y a veces el mismo Oddone, calificó la propuesta presupuestal: audaz, cosmopolita, de izquierda, prudente, sostenible, ambiciosa. Más precisamente, Oddone la ubicó con más crudeza como un presupuesto de ajuste, “pero no por el gasto sino por los ingresos”, destacando que no había más remedio que poner algunos impuestos y que los incrementos presupuestales sería reducidos pero direccionados a áreas de carácter social —muy imprecisamente, salud mental, niñez, seguridad—.

Insisto, con poca precisión y aún menos plata.

Por lo que han criticado algunas organizaciones sociales, como la FEUU, los docentes y funcionarios de la UDELAR, la UTEC, los fiscales y hasta algunos ministerios como Interior y Defensa, lo que hay en este “reducido” espacio fiscal no alcanza para nada. Así que el programa del Frente Amplio pasó de ser un programa para los cinco años de gobierno a una ruta para el futuro.

Esto tiene de bueno que hacer mención a las utopías dejó de ser una mala palabra y que la llamada “alternancia” dejó de ser una secuencia lógica y hasta beneficiosa de la democracia para ser una explicación fatal de la causa por la que la pobreza, y particularmente la pobreza infantil, la desigualdad y la injusticia social serán una aspiración inconclusa para mis nietos, bisnietos y tataranietos, que seguirán rezando para que las futuras generaciones de Arbeleches, Oddones, Alfies, Vallcorbas y hasta Tolosas logren el tan ansiado crecimiento.

Porque el ancla de la inflación y la deuda externa nos dejará con nuestras aspiraciones a la espera de que la inversión extranjera y la de los riquitos locales logren sacarnos de ese porfiado 1 % antes de que los pibes chorros que crecen en los asentamientos decidan tomar la desigualdad y la justicia por mano propia.

¿Necesitamos anclas o manos firmes sobre el timón?

En ocasión de la presentación del presupuesto, el ministro de Economía, Gabriel Oddone, recalcó que la deuda va a ser el “faro que va guiar toda la política fiscal”. Oddone fue más allá y habló de un “ancla de deuda” como puntal de política económica, planteando un tope de deuda máximo de 65 % del PBI, cuando el guarismo actual es de 61 %. La aritmética fiscal indicaría que con un déficit fiscal actual del entorno del 4 % del PBI, en aproximadamente un año alcanzaríamos el techo.

¿Qué haríamos a partir de ese momento?

Queda implícito que la única medida posible para cumplir con el “ancla” autoimpuesta por el MEF sería un ajuste fiscal permanente del 4 % a ser implementado a 3 años de las próximas elecciones nacionales.

El acumulado del ajuste durante lo que quedaría del gobierno equivaldría a 12 % del PBI, lo que a valores actuales serían aproximadamente 10 mil millones de dólares menos de gasto en lo que queda del periodo de gobierno. Si esto es así, habría que irle avisando desde ya a la ministra Lustemberg que se olvide de sus planes para la primera infancia. Lo mismo al Ministerio de Vivienda y sus planes de vivienda social. Ni que hablar para la educación, la seguridad y la justicia.

Lejos quedó aquel almuerzo de ADM de abril pasado en el cual el ministro Oddone anunciaba que el “corazón” de la política económica iba a ser el crecimiento.

Yo sé que cuando uno se afilia a determinadas creencias es difícil reconocer la realidad, pero no puedo comprender cómo no se percibe que poner un tope a la deuda fuerza eventualmente a un ajuste fiscal sin flexibilidad alguna, y que un corset de ese tipo es incompatible con una política de crecimiento. Solo los más acérrimos neoliberales siguen sosteniendo que se puede generar crecimiento con austeridad fiscal. En efecto, la última víctima de esta trampa es la Argentina, que viene siguiendo un programa de austeridad que sus propios promotores extranjeros nunca se hubieran atrevido a aplicar en sus países de origen. Pero encontraron en Javier Milei un candidato útil para seguir promoviendo una doctrina que por donde pasa deja depresión, destrucción, conflicto y miseria.

Los mismos bancos extranjeros que alentaban a Milei y Sturzenegger —el invitado estrella a las recientes jornadas de economía del BCU— a seguir con la “motosierra” fueron los primeros que el lunes le sacaron la silla, advirtiéndole que, como resultado del previsible revés electoral, tendría dificultades en obtener nuevos financiamientos en esos “mercados” por los cuales pasan aparentemente todos sus desvelos.

El pensar que los mercados premian al final de un camino de espinas es una fábula que no se condice con ninguna realidad factual.

El capital es cobarde y no propenso a premiar “buenos comportamientos” asumiendo riesgos que no serán compensados. Hay cien ejemplos de los que podemos hablar en otra nota, pero por ahora quiero advertir que es una pena que no se aproveche este momento para adoptar decisiones verdaderamente audaces que apunten terminar con la pobreza y la marginalidad, que beneficien fuertemente a las pequeñas y medianas empresas, que profundicen la justicia impositiva, que apuesten a la participación ciudadana, que enamoren, que fortalezcan la esperanza, y sobre todo que reconozcan que hay muchas cosas que están cambiando en el mundo y que es una mala elección resignar soberanía al bando de los que van perdiendo.

Pero esa es otra historia.

Es un poco duro sentir que el Gobierno está equivocando el camino, y peor cuando estoy seguro de que quienes están al timón están sinceramente convencidos de su acierto, pero ciertamente temo, al final de todo este proceso, no nos terminaremos dando cuenta de que el error estaba en los presupuestos que sostuvieron el inicio de la partida.

En lugar de preocuparnos con echar tantas anclas, ¿no será momento de ocuparnos de que el buque comience a navegar con manos firmes sobre el timón para hacer lo que nos propusimos hace más de 50 años cuando fundamos el Frente Amplio, afirmando que con él nacía una esperanza?

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