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La agenda de la derecha

Por Leandro Grille.

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Hay analistas que afirman que es improbable que Uruguay se mantenga al margen de la avanzada conservadora que campea en la región. Más allá de la probable confluencia entre el deseo y el pronóstico que opera en sus cabezas, la historia política nacional aporta antecedentes que dan respaldo a esos malos augurios. La de este año será la elección más difícil que deba atravesar el Frente Amplio desde que llegó al gobierno en octubre de 2004, y lo será no sólo porque eso es lo que indican todas las encuestas  -al fin y al cabo todas sospechadas y todas sospechosas- o por el desgaste inocultable que sufre una fuerza política que gobierna con mayoría absoluta hace quince años: lo será también porque hay poderosos intereses operando en el vecindario que no quieren que el Frente siga gobernando y hay un auge del pensamiento reaccionario del cual es imposible quedar del todo exentos.

Ahora bien, si es razonable decir que para el Frente va a ser muy bravo ganar en este contexto, incluso sin mayoría parlamentaria, es completamente imposible imaginar que un potencial gobierno de la derecha -única oposición verdaderamente competitiva que hay en el país- pueda conducir una agenda distinta a la que imponen sus primos de la región. Eso explica en buena medida por qué varios de la presidenciales opositores se subieron al triunfo de Mauricio Macri en Argentina o festejaron exultantes la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil.

Por supuesto que necesitaron encaramarse en esas victorias y, siempre desde una hipótesis moral, precisaron defender el golpe de Estado a Dilma, la vergonzosa prisión de Lula o la teoría delirante del asesinato de Alberto Nisman, como si las fuerzas que antagonizaron la década progresista lo hubiesen hecho en nombre de la decencia, con el propósito de sanear la política y combatir la corrupción y las “mafias populistas”.  Pero no es lo mismo “bancar” el hecho victorioso y festejar una elección ganada que hacer el aguante de lo que viene después, la gestión concreta con todas las muestras descarnadas de lo que vinieron a hacer.

Ya hemos visto el resultado del gobierno de Macri y es terrible. Y ahora vamos a ver el resultado del gobierno de Bolsonaro y va a ser todavía peor. Porque Bolsonaro a todo el combo neoliberal le añade un racismo fervoroso, una homofobia militante y una prédica neonazi de persecución ideológica a la que quiere darle el carácter de emblema de su gobierno: limpiar el país del marxismo, del izquierdismo, del feminismo, figurando un revólver con sus dedos, trasformando el gatillo en consigna y en estrategia.

En ese cuadro, blancos y colorados salen a decir que no, que ellos coinciden apenas en que quieren barrer con el populismo del Frente Amplio, quieren que se vayan del gobierno y cambiar el signo de las políticas públicas, pero que no está en sus planes postrar económicamente al país, someterlo de nuevo a los dictados del Fondo Monetario Internacional, privatizar las empresas públicas, suprimir políticas sociales o amenazar a los homosexuales y a las mujeres. Que ellos comulgan con la voluntad de desplazar al progresismo del gobierno nacional, pero que no son neoliberales ni acompañan la prédica fascista Bolsonaro. En suma: que convergen en lo bueno -que es ganar- pero que no se suman a todo lo malo, que viene a ser todo lo que hacen después de que ganan, cuando gobiernan.

Sin embargo, aun cuando la intención genuina de blancos y colorados fuera esa, no tienen ninguna chance de prosperar. Porque sus aliados políticos regionales, que además conducen los países más grandes del subcontinente, van a imponer la agenda y los van a obligar a subirse al caballo que ellos quieran, porque la agenda ni siquiera la determinan en Buenos Aires o en Brasilia, la construyen corporaciones económicas y grupos de poder que actúan por detrás, por encima y por debajo de los gobiernos que ellos instalan para representarlos. En Uruguay sería prácticamente igual, más allá de que es posible que la resistencia de los movimientos sociales, bastante más organizados y unitarios en nuestro país que en el resto de la región, haga difícil que avancen a la misma velocidad.

Lo que estamos viendo en Brasil y Argentina es una muestra adelantada de lo que vamos a ver en Uruguay si la derecha retorna: una agenda neoliberal que va a multiplicar la pobreza y va a destrozar la economía; una política activa de redistribución regresiva de los ingresos, de supresión de derechos adquiridos y de persecución política, sindical, ideológica, homofóbica y hasta de género. Esa es la agenda que la derecha quiere y esa es la agenda, la agenda que la derecha está instalando en los medios, en la redes sociales, y la que le va a exigir a cualquier candidato de su palo que obtenga la presidencia de la República en nuestro país.

Lo que va a estar en juego en los próximos años en América del Sur, habida cuenta la líneas directrices del gobierno de Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil y Macri en Argentina, es la democracia misma tal como la conocemos, porque el tipo de derecha que ganó terreno en el continente tiene el doble objetivo de la restauración de los privilegios económicos de los más ricos y de la exclusión política del enemigo interno. Cualquier expresión de la derecha que gane en Uruguay se inscribe en ese contexto y en ese mandato. Si para la izquierda es difícil esquivar la ola conservadora, para la derecha es sencillamente imposible desentenderse de su estrategia.

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