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Editorial Venezuela |

La asunción cipaya

Por Leandro Grille.

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Entre todas las justificaciones para no invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela a la ceremonia de asunción del mando presidencial de Luis Lacalle Pou, la ausencia de “democracia plena” es, de lejos, la más inconsistente. Las así llamadas “democracias plenas” son una rareza en el mundo y, de acuerdo a los que elaboran esos índices, en nuestro continente solo hay dos: Uruguay y Costa Rica. Pero no hay que ahogarse en un charquito de argumentos ridículos porque todos sabemos que esto no tiene nada que ver con un ideal de democracia. Lacalle Pou no tiene ningún inconveniente en invitar a Jair Bolsonaro, que fue presidente gracias a la prisión amañada de Lula, y que a esta altura es evidente que no tiene nada de democrático y está más bien cerca del fascismo o del nazismo, el supremacismo racial, la misoginia y la homofobia. Tampoco tiene problema en invitar al presidente chileno Sebastián Piñera, que hace tres meses que está reprimiendo al pueblo de Chile, con decenas de muertos, miles de detenidos políticos y cientos de personas que han perdido la vista a causa del accionar de las fuerzas represivas. Tampoco incluyó en la decisión de no invitar a su asunción al Estado Plurinacional de Bolivia, cuando es indiscutible que hubo un golpe de Estado, incluso si antes hubiese habido un fraude electoral, que además no hubo, que nadie probó, que la OEA de Luis Almagro instaló como un hecho científico para convertirse en el hazmerreír de todos los expertos electorales del mundo que han estudiado el caso. Una dictadura, además, que en los primeros diez días ordenó dos masacres, persiguió a sus opositores y hasta violó los salvoconductos que ella misma había extendido a jerarcas del gobierno anterior. No tiene inconvenientes en invitar a Honduras, cuyo gobierno -ese sí fraudulento- mata gente en las calles, ni a Haití, que ya es algo indescriptible, amén de silenciado por los grandes medios, o El Salvador, cuyo presidente acaba  de hacer entrar al ejército al Parlamento para forzar una resolución legislativa. No tiene problema en invitar a Ecuador, que para sostener un paquetazo del FMI instaló un estado de sitio que terminó con una decena de muertos. No tiene drama en invitar a monarquías árabes que lapidan mujeres y cuelgan opositores, sultanatos, gobierno de partido único como el Chino, y hasta reyes, para después venir a hablar de la importancia de las “democracias plenas”.

De los tres países involucrados en la decisión de Lacalle Pou, el que resulta más irritante es Cuba. No es que la decisión no sea igualmente hostil y agraviante con Nicaragua o Venezuela, dos países bloqueados, sometidos a un guerra económica, propagandística y hasta militar permanente, dirigida por Estados Unidos, pero lo de Cuba roza la indignidad y conlleva la vergüenza de la ingratitud. Es que es imposible pensar obviar que Cuba, que es un país económicamente muy pobre, con un territorio más pequeño que Uruguay, recontrabloqueado hace 60 años, al punto de que ahora Estados Unidos impide que ingrese petróleo y gas licuado para llenar las garrafas que utilizan los cubanos para cocinar, ha sido siempre solidario con Uruguay, incluso en momentos en que las relaciones diplomáticas estaban cortadas. No puede ignorar Lacalle Pou las donaciones cubanas de vacunas antimeningocócicas desarrolladas por el Instituto Finlay en La Habana, que permitieron parar una epidemia de meningitis B en la ciudad de Santa Lucía en Canelones durante el gobierno de Jorge Batlle. Porque hay que destacar que Jorge Batlle rompió relaciones diplomáticas con Cuba unilateralmente y, aun así, Cuba, por su compromiso con la sociedad uruguaya, envió 1.200.000 dosis para vacunar a los 600.000 niños que requerían de la vacuna. El avión llegó con las relaciones diplomáticas rotas por decisión directa de Fidel y Uruguay las tuvo que usar igual y así se paró una epidemia de una enfermedad gravísima y muchas veces mortal en los niños, como es el púrpura fulminante. No puede ignorar Lacalle Pou que más de 500 uruguayos y uruguayas humildes y mayoritariamente del interior se recibieron de médicos en la Escuela Latinoamericana de Medicina, otras decenas se recibieron de licenciados en Educación Física e incluso algunos en carreras de Ingeniería, todos becados por Cuba sin abonar un solo peso. No puede ignorar que en Uruguay se aplicó el programa cubano “Yo sí puedo”, para alfabetizar adultos, que se implementó la Operación Milagro, por la que 90.000 uruguayos y uruguayas recuperaron la vista gratuitamente. Los primeros cientos o miles se operaron directamente en Cuba porque todavía no se había creado el Hospital de Ojos José Martí. No puede ignorar Lacalle Pou que más de 1.000 uruguayos han recibido prótesis desarrolladas por técnicos cubanos sin que les cueste un solo peso en virtud de los convenios existentes entre los dos países, que han permitido la masificación de estos programas, que antes eran simplemente inviables por sus costos. No puede ignorar todo esto.

Cuando decide no invitar a estos tres países comete un error diplomático grosero que, como advirtió el excanciller Rodolfo Nin, va a tener consecuencias. Pero, además, en el caso cubano incurre en una ordinariez, un acto moralmente repugnante, dándole la espalda a un pequeño país que ha colaborado generosamente con Uruguay muchísimo más que otros países inmensos, infinitamente más ricos y poderosos, estos sí invitados, con mandatarios con los que Lacalle Pou seguramente le gustaría codearse, pero que jamás han movido ni un dedo ante ninguna calamidad que haya sucedido acá.

Este gesto de Lacalle Pou, ostentoso además, por innecesario, dado que ninguno de los tres mandatarios aludidos habrá concurrido directamente, es solo un acto de cipayismo vergonzoso, propio de un colonizado con una clara vocación por inclinarse ante Estados Unidos y someterse a los lineamientos del Departamento de Estado. En una sola decisión personal ya demuestra una mínima estatura histórica. Hasta ahora, en el mundo, ningún inconsistente que se jacta de fuerza ante los débiles, pero es débil ante los fuertes, ha logrado nunca el cariño popular, ni el bronce ni la gloria. La cobardía es un actitud demarcatoria e insoslayable.

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