El botija Juan Sartori es una muestra de laboratorio de los outsiders en la política. Cumple a cabalidad con todos los elementos de esa definición. Multimillonario, término extraño a la escala uruguaya que sabe de burgueses, ricos y “cagadores de plata”, con suerte alguno denominado como millonario. Pero esto de multi tiene un giro de categoría internacional. Es el accionista mayoritario, presidente del Consejo de Administración y fundador de la empresa Union Agriculture Group (UAG), enfocada en explotar recursos naturales de países de América Latina, trabajando en áreas como la agricultura, energía, forestación, infraestructura, minerales, petróleo y gas. Es el director del equipo de fútbol inglés Sunderland.
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Inversor extranjero en la adquisición de tierras, lo que lo hace un terrateniente apetecible para sentarlo en las exclusivas mesas de la Asociación Rural del Uruguay. Hombre del fútbol con todo lo que eso implica para la idiosincrasia oriental. Con el valor agregado de poseer un club propio que ofrece como la puerta de entrada a los pibes uruguayos para acceder al mercado europeo del balompié. Un perfecto desconocido en el mundo de la actividad política.
Y como los uruguayos somos originales en todo, no reside en el país. Eleva el nivel de outsider a la contemporánea era de la globalización.
Seguramente por ese estilo de vida y trabajo donde uno contempla más el planisferio que el mapa del país, el tipito no solo se piensa invirtiendo a distancia, sino también gobernando.
Hasta Lenin quedó corto en su estudio del imperialismo como fase superior del capitalismo.
Obliga a actualizar manuales. Podría representar el imperialismo, los trusts, la personificación de lo multinacional. Pero es uruguayo, casado con una ‘rusita’. Y además no ha inventado políticamente nada nuevo, sino que su lugar lo tiene claro. No es casual su precandidatura dentro del Partido Nacional. Aunque a muchos sectores dentro del mismo los obligue a pintarse para la guerra.
Remando en dulce de leche.
Si un tipo como este, que tiene todo -podríamos decir- resuelto, para quienes anhelan ese estilo de vida, ve la necesidad de presentarse como una oferta presidencial, es porque ni siquiera él cree en los líderes de la oposición y en sus estrategias.
Es que en esa necesidad de generación de liderazgo los opositores no la tienen fácil.
Pompita insiste y ahora ofrece una amplitud política para un gobierno de cuatro partidos políticos. Pero no se enreda en inventar una nueva concertación. La experiencia Novick le sirvió de lección. Guiña el ojo a los empresarios uruguayos perfilándose como un tipo que no va a dejarse llevar por los reclamos sindicales. Y promete coraje para tomar las medidas de reducción fiscal que deba tomar. Lo conocido de la gestión de su padre, Luis Alberto, que desembocó en una nueva derrota ante su tradicional rival.
El guapo Larrañaga, dadas las perspectivas políticas de la interna, ya puede ir lustrando los escalones de la sede del Honorable Directorio. Y tanto Verónica Alonso y sus fanáticos religiosos como el grupo de Intendentes con Antía a la cabeza no se transforman en una alternativa que alguien seriamente pueda tomar en cuenta para disputar el gobierno a la izquierda.
Tanto Julio María Sanguinetti como Talvi saben que no pueden aspirar más que a lograr una mejor votación del Partido Colorado y quizás aumentar sus bancadas legislativas; hay un espacio que aspiran reconquistar pero saben que ahora disputan con Novick y el Partido Independiente; mucha oferta ante tan poca demanda.
Hablando del outsider a escala uruguaya, Novick fue el Frankenstein de aquel invento de la Concertación, migrando a esa rareza del Partido de la Gente, un espacio político que convoca a lugares comunes y nada originales. Se parece más al capricho de invertir el saldo de ganancias de su éxito empresarial tomando la política como el rubro de divertimentos, alguna estrafalaria propuesta política que se asocia con las de Pinchinatti del humorista Ricardo Espalter.
El Partido de Pablo Mieres, el cuarto Partido a ser convocado a integrar el gabinete en un hipotético gobierno de Luis Lacalle, podría recibir el aporte de las huestes de Esteban Valenti y de Fernando Amado; los renegados de varias tiendas corren presurosos tras ‘Juan clase media’ para convertirse en sus legítimos representantes; ‘Juan clase media’ que aún festeja los goles de Maracaná, la tacita de plata y el boleto de vintén; nostálgico y avejentado, aún barre las hojas en otoño para prenderlas fuego, sin percibir que con esas hojas han caído las de su propio almanaque, hasta convertirlo en una postal de un Uruguay que ya no es ni lo será.
Parecido, pero nada que ver.
La buena votación de Bolsonaro y cierta sorpresa por la derechización de la buena parte de la sociedad brasilera permite que emerja el discurso más reaccionario que la derecha política en general había abandonado en Uruguay.
Lo que hasta hace poco no cotizaba en los cánones de la corrección política, ahora factura en el gigante del sur.
Volver a agitar con medidas de dureza el combate a la delincuencia, sembrar intrigas constantes sobre la gestión de gobierno y confrontar abiertamente sobre la adjudicación de derechos a grupos sociales considerados minoritarios se torna en receta y programa político.
El problema es que ni Lacalle, ni Talvi, ni Mieres ni Novick, y menos el botija Sartori, son Bolsonaro; es más, creo que no hay un Bolsonaro aún para la sociedad uruguaya.
Los viejos resortes batllistas aún subsisten con su ruido a amortiguador viejo y oxidado.
Si para la Izquierda es preocupante la posibilidad de no obtener mayorías parlamentarias, tampoco es una cuestión sencilla para una oposición que, a pesar de sintonizar discursos, se distancia en consignas en la necesidad de marcar perfiles.
La sociedad uruguaya tampoco es la brasilera y, aunque políticamente pudiera tener más reacciones parecidas a la argentina, ningún candidato uruguayo de la oposición es Macri.
Solo cuentan con un viento a favor, el famoso viento de cola de la reacción política en la región, pero sus propias incapacidades no les permiten alzar velas.
El destino
¿Qué otro lugar tendría Sartori que no fuera el Partido Nacional? El botija Juan como empresario fundó UAG en Uruguay en el año 2006, comenzando en el negocio de arándanos para luego expandirse al arroz, soja, harina y a la ganadería. UAG representaba, a fecha del 2014, el 70% de la capitalización de mercado de la Bolsa de Valores de Montevideo. Es la empresa agricultora más grande del Uruguay, con 180.000 hectáreas y 85.000 cabezas de ganado.
La empresa UAG al año 2018 debe cerca de US$ 63 millones a varios bancos uruguayos, de los cuales más de US$ 43 millones son deudas con el Banco República, donde está calificado como «deudor irrecuperable». Los demás bancos lo calificaron como «deudor con capacidad de pago muy comprometida». Del total de la deuda, US$ 49 millones están vencidos.
Es una tradición de simpatizantes, militantes, representantes y hasta aportantes del Partido Nacional e incluso Colorado, que algunos de los más conspicuos integrantes de la rosca criolla tengan una actitud tan poco solidaria y hasta ventajista con el Estado uruguayo.
Pero este muchacho sabe de fútbol, de estrategia, de alineaciones en la cancha; y no ve un número nueve por ningún lado. La quiere cabecear él, y eso -repetimos- es una muy buena noticia.