Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Editorial

La caída del monstruo

Por Leandro Grille.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Es una buena noticia que el monstruo fascista de Donald Trump haya sido derrotado. Su liderazgo embrutecido, supremacista y misógino, decididamente a favor de los más ricos, tuvo consecuencias nefastas en Estados Unidos y en América Latina, donde bajo el manto de su influencia, creció una ultraderecha rancia, sin vergüenza de exponer un ideario repugnante, con Jair Bolsonaro y los golpistas bolivianos como emblemáticos ejemplos. Habrá que ver ahora cómo se desarrollan los acontecimientos en una sociedad profundamente dividida y polarizada, armada hasta los dientes, con el provocador de Trump negándose a reconocer los resultados y azuzando con su diatriba a las turbas de delirantes que componen los proud boys y otras milicias irregulares que se movilizan como si nada. Y habrá que ver, posteriormente, cuando la elección se defina y Trump deba abandonar la Casa Blanca, cómo gobierna Joe Biden, un típico demócrata conservador, que probablemente gobierne para las corporaciones que cortan el bacalao en Estados Unidos, pero no ostente un odio visceral con los afrodescendientes, los homosexuales y las mujeres, aun cuando eso no previene de que inicie sus propias guerras imperialistas y continúe comportándose como patrón del mundo.

En Uruguay, la victoria de Biden y, especialmente, la derrota de Trump, que no es exactamente lo mismo, deja en falso al presidente Lacalle Pou, que en ocho meses de mandato se prodigó en actos de profunda alcahuetería para alinearse con el peor sujeto del condado. Los ocho meses de trumpismo de Lacalle Pou, que incluyeron el voto por la reelección de Luis Almagro en la Secretaría General de la OEA y el voto del candidato de Estados Unidos a la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, Mauricio Claver-Carone, rompiendo con una ley no escrita del organismo multilateral y haciendo gala de un cipayismo que no acompañó ni el presidente chileno Sebastián Piñera, no dejan bien parado al presidente uruguayo ante la nueva administración de Estados Unidos. Menos aún si consideramos que Lacalle Pou cometió la inmensa torpeza de enviar a su canciller, Francisco Bustillo, a reunirse con Mike Pompeo a un mes de la contienda electoral que los va a desalojar de la Casa Blanca.

Joe Biden dista de ser un líder progresista y no se aproxima ni por asomo a los otros precandidatos demócratas, Bernie Sanders o Elizabeth Warren, pero, con todo, es previsible que se aleje de Bolsonaro, el otro presidente dilecto de Lacalle Pou, y enfríe su vínculo con el mandatario uruguayo, considerado en Estados Unidos, junto con el presidente brasileño, como uno de los presidentes sudamericanos más alineados con la ultraderecha representada por Donald Trump. La derrota de Trump significa también un balde de agua fría para otra parte de la coalición de gobierno multicolor, toda vez que el partido militar de Guido Manini Ríos ya no puede esconder su simpatía con el bolsonarismo, acompañó calurosamente la política exterior de Lacalle Pou y tiene una sintonía evidente con el discurso conspiranoico antiizquierdista y antifeminista que popularizó Trump durante sus cuatros años de mandato.

De acuerdo con los analistas, un gobierno de Biden, hombre que, por su edad, parece imposible que pueda aspirar a un segundo mandato, se concentrará fundamentalmente en los problemas domésticos de Estados Unidos y depondrá, en cierta medida, la notable agresividad contra China que instaló Trump. A la vez, es esperable que su gobierno asuma otra posición ante la agenda medioambiental y regrese al Acuerdo de París, que acaba de abandonar Estados Unidos como medida postrera de la presidencia de los republicanos. Además, todo indica que Biden retomará el camino de “normalización” de las relaciones diplomáticas con Cuba que se inició durante el gobierno de Barack Obama, sin que eso signifique el final del bloqueo económico ni una aproximación política imposible. A la vez, el actual secretario de la OEA, Luis Almagro, cuya prédica obsesiva contra Venezuela, Bolivia, Cuba y Nicaragua, en completo y absoluto seguidismo de la política exterior neomonroísta de Trump, queda definitivamente tecleando y solo resta saber cuándo y de qué forma lo jubilan, seguramente luego de que algún tipo de comisión investigue su papel medular desestabilizador de la democracia en Bolivia y su complicidad con el golpe de Estado que ubicó como mandataria de facto a Jeanine Áñez.

Nuevamente, no se pueden hacer afirmaciones ilusas ni abrigar esperanzas desmesuradas en un gobierno de Estados Unidos, sea este republicano o demócrata. El imperialismo los antecede y los pasa por arriba, y el poder del presidente es un componente de importancia relativa en un país donde mandan los aparatos económicos de modo abierto y desembozado. Sin embargo, la derrota de Trump, su fracaso en la aspiración reeleccionista, es una noticia que debe celebrarse como el fracaso de un caudillo fascista, de un racismo insultante y una misoginia impúdica, y como un homenaje a todos los muertos por la pandemia de coronavirus que superan en Estados Unidos las 200.000 personas, con más de 10 millones de infectados, en gran medida a causa de su negacionismo, su militancia anticientífica y su infinito desprecio por la vida de los otros, especialmente de los más pobres y los afrodescendientes.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO