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Editorial

La contemplación y el desastre

Por Leandro Grille.

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La estrategia del presidente Lacalle Pou para manejar la epidemia no tiene asidero científico ni respaldo político por fuera de los límites de su sector. Eso es público y evidente. La disconformidad de los portavoces del grupo científico asesor y la incomodidad de los socios políticos de la coalición son inocultables, pero también es notorio el ejercicio de prudencia extremo que practican para no aparecer en el espacio público como serios contradictores de la gestión oficial. ¿De qué otro modo puede interpretarse la expresión “blindemos abril” de Rafael Radi? Si Radi hubiese querido ubicarse en un territorio menos abstracto, sin dar espacio a multitud de interpretaciones, lo habría hecho. Podría haber reseñado las medidas contenidas en el documento del GACH del 7 de febrero y repasarlas como una lista de supermercado, pero no lo hizo. Dijo “blindemos abril”, que es más o menos como el deseo de que el bien triunfe sobre el mal y la vida sobre la muerte. No se puede negar ni su profundidad filosófica ni su corrección política, pero tampoco puede ignorarse que es un mensaje que muestra lo importante, pero esquiva lo fundamental: ¿Quién debe ser el responsable de blindar?

A tal punto fue abierta la formulación, que el gobierno la transformó en bandera e ignoró cualquier contenido crítico que pudiese contener su propia práctica. Así las cosas, blindar abril fue la consigna de los que reclamaban medidas drásticas para reducir la movilidad y blindar abril fue el latiguillo gubernamental para poder echarle la culpa al resto. Por supuesto que la frase debía ser leída a la luz del inmenso desaire que el presidente le propinó al GACH, pero las cosas no tienen un significado por fuera de la historia, y en Uruguay opera la política, pero sobre todo opera el poder, y el poder, que es un entramado institucional, económico e ideológico, se encargó de instalar la reinterpretación más funcional para sus intereses. El GACH -o más bien sus voceros o el propio Radi- no es responsable de eso, pero tampoco son enteramente inocentes, porque el devenir a esa frase era previsible, igual que es previsible e inminente la catástrofe por la obstinación de Lacalle Pou.

Lo más sorprendente de todo al día de hoy es la resignación a que el presidente se salga con la suya y choque el tren de este país contra un muro traumático sin que nadie pueda hacer nada, salvo patalear en redes sociales. El presidente se mantiene en su postura de radicalismo liberal negacionista, a tono con la prédica de Bolsonaro en Brasil o Macri en Argentina, mientras crecen los números de infectados, las personas internadas en CTI y alcanza valores increíbles para nuestro país el número de muertes cada día. Incluso algunos de sus voceros deliran los cambios de tendencia, encuentran desaceleraciones de la epidemia que no tienen ni idea de si son reales o meramente coyunturales, o si se sostendrán en el tiempo, y anticipan una salida como una conquista de una estrategia que, por donde se la mire, es un disparate. Y con este panorama desolador, el conjunto de actores que componen el resto del universo de este país y que se dan cuenta que el camino de Lacalle Pou es una exploración temeraria de la cornisa que separa la tierra del abismo, y que lo conforman todos menos él y sus adláteres inmediatos, no hacen verdaderamente nada, más que declamaciones de protestas los opositores políticos y, con suerte, tibias ponderaciones del error, sus aliados.

A mí, humildemente, me asombra el poder que tiene el gobernante de llevar al país a una calamidad como empeño unipersonal sin que nadie tenga herramientas políticas para evitarlo. Es como que el Parlamento, las instituciones, no tuvieran a la hora de la hora ningún poder de control. Frenteamplistas, colorados y cabildantes, en el sistema político, médicos, enfermeros y científicos, en espacio técnico y académico, analistas, periodistas e intelectuales, en el ámbito del debate público, sindicalistas, dirigentes y activistas sociales, en la sociedad civil organizada, todos alertan, todos se dan cuenta de que hay que tomar medidas profundas para reducir la movilidad y aplanar la curva y que hay que tomar medidas económicas para ayudar a la gente. Lo dicen todos, desde el Partido Colorado hasta el Consejo Central de la Universidad de la República, y semejante consenso que recorre el espinel de la vida social, política, científica, laboral y cultural de Uruguay simplemente fracasa ante el ego majestuoso de un presidente ensoberbecido, cuya necedad asombra.

Hay que pensar y pensar muchas cosas. El Estado existe porque lo precisamos para vivir en sociedad, aunque Lacalle Pou preferiría que solo existiera en su aparato represivo. El Estado, que debe ser un instrumento de la sociedad para proteger los derechos colectivos, no puede ausentarse y ambientar una masacre. Tendría que haber formas democráticas de impedir que la mera obstinación de un mandatario cueste miles de vidas.

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