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Editorial

La democracia despolitizada

Por Leandro Grille.

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¿Sartori representa un peligro para la democracia? En mi opinión, esta interrogante no tiene una respuesta sencilla. El análisis del fenómeno Sartori debe ser más complejo que atribuirle a un individuo la capacidad destructiva de un orden político y social. Así que de nada vale enojarse con él por su meteórico estrellato, porque el individuo en sí no es nada. Sartori no es peor que Lacalle Pou, sus ideas no están más a la derecha ni su forma de hacer política es intrínsecamente más espuria. Si llega a gobernar, probablemente será un desastre para los que viven de su trabajo, pero lo mismo podría esperarse de prácticamente todas las expresiones de la derecha que compiten por alcanzar el control del Estado.

Lo que hace especial a Juan Sartori es que es una expresión descarnada del poder del dinero y las estrategias de mercadeo en nuestra sociedad. Quizá muchos creían que nuestro sistema de partidos y nuestro ordenado modelo democrático nos hacía invulnerables a este tipo de cosas, pero era solo una cuestión de tiempo para que apareciera de la nada una inmensa fortuna dispuesta a competir por el poder -utilizando todo lo que el dinero puede comprar en esta sociedad: adhesiones, publicidad, fama- y nos probara que las teorías excepcionalistas sobre nosotros mismos, además de arrogantes, son pura pavada.

Acá va entonces mi hipótesis: Sartori no entraña en sí un peligro para la democracia. Sartori es la prueba de que hasta la mejor democracia en el capitalismo se aparta de cualquier ideal porque la sociedad es débil ante las estrategias de manipulación de los sectores dominantes. Para que no pudiese prosperar algo así, sería necesario una sociedad mucho más ilustrada y menos vulnerable a la mentira, mucho más politizada y menos ajena a la comprensión de la cosa pública, mucho más ideologizada y menos vacía de un sentido superior, de una mirada de la vida más reflexiva, más filosófica y más crítica.

Hace pocos días, el precandidato del Frente Amplio Óscar Andrade debatía con el precandidato colorado Ernesto Talvi. No podían estar más lejos en trayectorias personales o miradas políticas. Andrade, obrero de la construcción, sin formación universitaria, de procedencia humilde, trabajadora, comunista. Talvi, un economista neoliberal con posgrado en la universidad de Harvard, una de las universidades más prestigiosas y elitistas del mundo. Se midieron, le hablaron a sus públicos. Se sacaron chispas y me quedó la sensación de que Andrade había sido más convincente que Talvi, aunque probablemente ambos fueron efectivos para la gente a la que le estaban hablando. Cabe preguntarse: ¿por qué Andrade lo hizo tan bien? ¿Por qué un obrero de la construcción pudo polemizar sobre economía y políticas públicas con un experto de renombre internacional en la materia? Básicamente porque Andrade lo que no tuvo de Academia lo tiene de militancia, de lectura, de asamblea, de formación política de un hombre comprometido con su tiempo y con su clase. Si toda la sociedad estuviera llena de gente como Andrade, y no me refiero a su postura ideológica, con la que siento afinidad, pero que es lo de menos en lo que trato de expresar, sino en la calidad de la formación que trasunta, entonces no habría Sartori que valga, porque no habría nicho que comprara espejitos, no habría incautos que se dejaran manejar por campañas de saturación publicitaria.

Yo soy profundamente anticapitalista. No creo que un sistema basado en la explotación y en la producción de desigualdad produzca una forma de gobierno verdaderamente democrática, aunque se jacte de ello. Pero en el marco del capitalismo en el que también vivimos en Uruguay, no da lo mismo si gobierna la izquierda que si gobierna la derecha. Ahora bien, la izquierda, para hacer un buen gobierno en un sentido amplio y no apenas restringido a las políticas económicas y sociales, debe reflexionar sobre la trascendencia histórica que tiene la politización del pueblo. Necesitamos una sociedad llena de lucha por ideas, con partidos y movimientos políticos fuertes, con vida interna rica, con debate intenso, con producción intelectual e ideológica. Necesitamos una sociedad llena de militantes, de gente que se bata por causas, que lea y que escriba, una sociedad que estudie, que se involucre en los problemas nacionales y mundiales. La medida del éxito de lo que hagamos no puede ser solo que se reduzca la pobreza material y más gente adquiera capacidad de consumo. Es fundamental promover el pensamiento, la cultura política, el entusiasmo y la necesidad de participación, porque de otro modo, un poco más temprano o un poco más tarde, nos va a gobernar un algoritmo de Facebook, una campaña de WhatsApp o un marketing segmentado a partir del dominio de técnicas de big data y nos van a poner a cualquier cosa de presidente. Como pasó este año en Ucrania, que ganó las elecciones, con 72% de los votos, el personaje de una serie. Me imagino a Iturralde agarrándose a piñas con Homero Simpson.

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