Hagamos un audaz y atrevido intento de evaluar el año 2019 desde el ángulo de la especie humana, en términos de sus progresos técnicos materiales y objetivos, y observando en perspectiva su evolución cultural. Tamaña tarea debería frenarnos en nuestro empeño, pero al menos sirva esta columna para desencadenar la reflexión y el debate sobre el año 2019 en Uruguay y en el mundo desde perspectivas más amplias y abarcativas que las usuales. Centrémonos en los avatares sociopolíticos, en el progreso técnico, pero sin perder de vista el impacto en las autoimágenes de bienestar y sus costos socioeconómicos a través de la historia y, no menos importante, en cuanto a la conquista del cosmos y el deterioro del medio ambiente.
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Avatares políticos regionales
La región latinoamericana está sometida, ya desde la Conquista, a una continua y crecientemente acelerada sucesión de cambios de muy difícil comprensión. Los años 70 fueron testigos de la rama regional de la Guerra Fría, con el Plan Cóndor y la formación de los militares en escuelas acordes a dicho plan. Los años 80 asistieron al fracaso económico, y luego político, de las dominaciones y hegemonías de los 70, que a su vez respondían a la variedad de exitosos experimentos de izquierda, más o menos marxista, que explotaron en los 60 en el mundo y en la región. Esos mismos años 80 testimoniaron la adaptación de las izquierdas sesentistas a la democracia política partidaria y de mercado, con su correlato de imaginario sociocultural consumista en ascenso como ancla sociocultural futura del modelo económico y político.
En los 90, ese esquivo Estado de bienestar keynesiano-redistributivo menguante cede el paso a una ola neoliberal que, esperablemente, no mejora dicha crisis del Estado de bienestar, pero le abre la posibilidad a variadas coaliciones de izquierdas que también fracasan relativamente frente a la perversa mecánica política de erección irracional y suicida de fetiches superpoderosos, en realidad proyecciones y transferencias consumistas de las que devendrán chivos expiatorios cuando el barril sin fondo del deseo en fuga hacia adelante vuelva a generar imparablemente deslegitimación, baja gobernabilidad, representatividad débil y déficit de confianza. En ese contexto, es siempre más fácil ser oposición y proto-fetiche que ser gobierno y proto-chivo expiatorio.
Ya comenzado el siglo XXI las derechas contraatacan desde la variedad globalizadora financiera y de la industria bélica, o desde la variedad neonacionalista y «glocal» postglobal; furiosos rivales que sin embargo se unen en frentes de derecha relativa que se oponen al centro, centro-izquierda e izquierda. Como antes, esta neoderecha empieza a fracasar económica y electoralmente. Y así parece que seguirá el carrusel caleidoscópico condimentado con explosiones populares consumistas y resentidamente redistributivas sin ideología firme ni fidelización política. La corrupción salpica a las izquierdas con más sustento que el deseable, aunque con menos gravedad que lo que introyectan en yunta la perversa judicialización mediática de la política y su reproducción simplista y ampliada por las redes.
Queda más que claro que las dominaciones tienden a devenir hegemonías, quizá menos espectaculares pero más sólidas en plazos mayores y fundantes, pero las izquierdas no lo perciben así y siguen pensando el mundo en función de dominaciones económicas y políticas, olvidando a Gramsci y a la necesaria imposición de una contrahegemonía sociocultural que sostenga el deseo económico y político. Ese enorme error estratégico lleva a relativos fracasos de las dominaciones democráticamente obtenidas a través del esfuerzo de adaptación democrático-republicana de las izquierdas clásicas (anarquismo, comunismo de dictadura del proletariado o de Estado, maoísmo, foquismo).
¿Cómo se redefinirán las izquierdas? ¿En qué medida tendrán en cuenta la probable necesidad de nuevos contenidos y formas? ¿Cómo evitarán tanto la paranoia terminológica como un esnobismo de baja atractividad? ¿Cómo se compaginará un imaginario secular que diviniza al «pueblo», pero cada vez más cooptado y preformado por medios de comunicación de masas crecientemente eficaces, redes sociales simplificadoras e imbecilizantes, todos procesos de generación de alienación y falsa conciencia renovados, aggiornados, profundizados y masificados? ¿El demos democrático de los más abundantes y menos ricos (Aristóteles) se opone en ese devenir comunicacional a los menos y más ricos? ¿La dicotomía oligarquía/demos, estructuralmente indudable, es subjetivamente sentida en el imaginario y se refleja electoralmente? En definitiva, ¿cómo se puede actuar sobre ese imaginario consumistamente masificado de chanchos que votan cada vez más a Cattivelli (u otros productos porcinos), cada vez más dominados por policías y militares, y hegemonizados por prensa y redes sociales?
El espejismo del progreso técnico
Se acostumbra a mencionar el progreso material, la superación de los determinismos físico-químicos, el mejor ajuste funcional biológico a los entornos y, por ejemplo, el aumento del nivel de educación formal, de la salud, y del disfrute creciente de bienes y servicios como prueba de éxito de la especie. Esto es tan cierto como insuficientemente conclusivo para aprobar la trayectoria pasada y las tendencias futuras de la peripecia humana.
¿Por qué? Porque la mera cuantificación de los bienes y servicios producidos olvida los terribles costos en vidas, sufrimientos, esclavitudes, servidumbres y explotaciones que han vehiculizado esos objetos. Olvida también las inmensas desigualdades para su disfrute, inicialmente para muy pocos y solo mucho después masificados, y que son masificados cuando ya esos bienes y servicios no son los deseados por las masas que por fin acceden a ellos.
En definitiva, esa deprivación relativa que se sobrepone culturalmente a la abundancia absoluta está anclada en mecanismos perversos de divulgación traumatizante e inferiorizante de estándares inalcanzables mucho más allá de lo accesible, en un consumismo que produce insatisfacción estructural creciente, en fuga hacia delante del deseo y en construcción de criminogenia sociocultural. Que no le vengan a decir a un chico que no puede comprarse el celular ni las zapatillas de moda; la satisfacción personal y grupal no puede desprenderse del contexto sociocultural en que los disfrutes de bienes y servicios se insertan, y que en concreto producen más o menos satisfacción, estatus y autoestima. Deberían verse los bienes y servicios a los que se accede en una perspectiva histórica que los juzgue no desde el observador técnico, sino desde el actor real tal como lo siente aquí y ahora.
Las tecnoburocráticas mediciones de bienestar social mediante la evolución de los porcentajes por debajo de líneas de pobreza medidas por ingreso y otros indicadores ignoran que una línea de pobreza superada, en un contexto sociocultural consumista, de exhibición de estándares inalcanzables –efecto de demostración compulsivo de estándares inalcanzables, y de deprivación relativa criminógena– no es una medida realista de bienestar ni de evolución creciente.
Finalmente, y casi telegráficamente, vivimos en una época tuit-like: la especie humana se suicida ignorando políticamente las advertencias de los ambientalistas en aras de la defensa de poderosos intereses industriales espúreos. Yo concuerdo con la batalla de los ambientalistas, salvo en que pretenden salvar a la Tierra y a una especie humana que no satisfecha con arruinar su medio ambiente amenaza con colonizar el universo para salvarse del desastre ambiental en casa, reproduciendo la depredación colonial interna con depredación colonial externa, cósmica. No es muy humanista lo mío, ¿no? Me identifico mucho, en todo caso, con un graffiti que todavía puede verse en muros montevideanos: «Marte para los marcianos».