El sábado 18 de marzo, en el Costa Urbana Shopping, se realizó el Encuentro Regional de Fútbol Infantil, organizado por el gobierno departamental de Canelones. Son muy buenas noticias. Hace 25 años que vengo reclamando por la generación de este tipo de encuentros, que se complementan –entre otras acciones– con los cursos de dirección técnica implementados por la Organización Nacional de Fútbol Infantil (ONFI) desde principios de los años 2000.
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El fútbol como parte de la educación informal
En teoría de la socialización se distingue entre educación formal –aquella dedicada como tarea principal a la transmisión de normas, valores, actitudes y conductas, y al cultivo de habilidades y capacidades inmediata o mediatamente útiles a la vida humana en sociedad– y educación informal, transmisora de los mismos valores y normas pero sin estar específicamente dedicadas ni sus actores especialmente preparados para ello. La familia y la escuela serían agencias de educación formal típicas; los medios de comunicación, los grupos de pares y las redes sociales, ejemplos de las informales.
Es especialmente constatable que las funciones de la familia extensa no pueden ser sustituidas por la familia nuclear o conyugal, menos aún en contextos de decadencia barrial y de creciente ausencia paterna y hasta materna debido al aumento de las distancias laborales y hasta del crecimiento de los años de estudio y de las horas invertidas en ello. El tiempo de los niños y adolescentes con adultos disminuye frente al tiempo con pares y a la educación por los medios de comunicación, amplificado todo por la tecnología que permiten las redes sociales. Pares, medios de comunicación y redes sociales son cada vez más formadores que las propias familias y el sistema educativo.
No se trata de un fenómeno nuevo: desde el siglo XX, y con aceleración en el XXI, asistimos a la importancia relativa creciente de las informales en detrimento de las formales, lo que hace cada vez más necesario que la ‘universidad de la calle’ esté más balanceada en sus influencias, a cargo de instituciones y docentes preparados para asumir más formalmente las tareas de educación informal. Por lo tanto, es fundamental maximizar la educación intencional y dirigida desde las instancias de educación informal, formalizarlas al menos un poco más.
Una de las agencias, instancias de educación informal que deberían aprovecharse para compensar la influencia de esos otros actuales medios hegemónicos de formación, es el deporte infantil y en Uruguay, de forma trascendente, el baby fútbol. Por su masividad y por la importancia que el fútbol tiene en el imaginario cultural, vocacional y laboral de la población; y en los sueños infantiles, tan dirigidos desde las esperanzas adultas de redención económica y sociocultural por el deporte.
Instancias claves para la formación
El deporte, y en especial el fútbol, cada vez ocupa más años, horas y actores en interacción e interlocución. Y está cada vez más institucionalizado, proveyendo, por todo eso, cada vez mayor número de instancias potencialmente formativas, cuya mala resolución o devenir deberían evitarse; las situaciones límite, las frustraciones, los éxitos, los traumas y conflictos son oportunidades de formación que no deben dejarse librados al devenir espontáneo. Para eso hay que prepararse; para descubrir las instancias ricas en potencialidad formativa y saber cómo actuar para extraer el mejor balance costo-beneficio de las coyunturas y estructuras que el deporte ofrece. Veamos algunos puntos neurálgicos a focalizar.
Uno: Los seres humanos pasan, a lo largo de su vida, por estados de desarrollo orgánico, cognitivo, social, sexual y moral, con características propias que tiñen toda la actividad individual y social y proveen de indicaciones sobre qué exigir y qué no, con qué habilidades y capacidades básicas podemos contar y con cuáles no. Lo psicomotor, lo intelectual y lo moral son aspectos que pasan por estadios de desarrollo relativamente estandarizados por tramos de edad, aunque pueda haber variantes según estratificación social, y excepciones de precocidad y de retraso. Afortunadamente, la inmensa mayoría de los niños y niñas futbolistas hacen todo su recorrido dentro de la cuarta etapa o estadio de desarrollo cognitivo, moral y social psicomotriz, lo que simplifica la tarea. Pero hay que estar muy atento, en los primeros años –cerca de los seis– a posibles retrasos que muestren en los niños rasgos de la tercera etapa, muy distinta. Hay también buenas evidencias de una precoz maduración psicomotriz y de una evolución moral más veloz, ambas más limítrofes con la quinta etapa de desarrollo evolutivo en esos respectos.
Dos: En la cuarta fase cognitivo-moral-psicomotriz, gruesamente entre los seis y los 12 años, es cuando se poseen herramientas cognitivas de resolución de operaciones concretas, se afirma la heteronomía de la moral y ya se poseen los esquemas y estructuras básicas para aprender las capacidades y habilidades específicas de cada actividad. Es el mejor momento para implantar capacidades, fundamentos físicos y técnicos, por sobre el trabajo de perfeccionamiento de habilidades individualmente específicas y diferenciadoras. Es fácil absorber los fundamentos técnicos antes porque, o no se tienen las capacidades perceptivas para imitar gestualidades, o no se tienen las capacidades o habilidades psicomotrices como para imitar la compleja gestualidad deportiva adulta. El tramo de edad del baby fútbol debería ser el central para el equipamiento y bagaje físico-técnico básico para cualquier desempeño deportivo ulterior; la táctica y la estrategia se agregarían recién en los límites del desarrollo cognitivo y moral, entre la cuarta y quinta etapas: nunca antes de los 11 años, y a los 15 ya sería tarde para iniciarse.
Tres: Sabido es lo que se aprende de no ser elegido, de ser suplente, de no entrar en el partido, de perder la titularidad, de perder, perder imprevistamente, perder de modos creídos como injustos, u otras variantes como ser estigmatizado por los pares, tener que refrenar críticas al director técnico o al familiar que discuerda con el director técnico, tener que balancear los imperativos del poder adulto (padre, abuelo, madre) con sus consejos y los del director técnico, todos con diverso poder sobre sus presentes y futuros, así como soportar los desinformados gritos destemplados de una madre jefa de hogar que reclama conductas hipermasculinas, bancarse al ‘comilón’, al quejoso, al gritón, al técnico de poco tacto y equilibrio, aguantar fallos arbitrales adversos o al menos seriamente cuestionables. Todas estas son instancias sumamente formativas para desarrollar la tolerancia a la frustración, una capacidad que no se siembra sólo en el deporte, pero a la que puede contribuir, mejor aún si es guiada por gente que entienda cuándo eso puede pasar y cómo maximizar los aprendizajes a propósito.
Cuatro: La mayoría de los niños del mundo ya han aprendido mucha tolerancia a la frustración cuando llegan al baby fútbol; ya han sufrido necesidades básicas insatisfechas, carencias críticas, vulnerabilidad a riesgos, contacto con la inmoralidad forzada y hasta reclusa por ello, exclusiones, deprivación relativa. Quizás en ADIC puedan tener que usar el fútbol para hacerles vivir frustraciones que pueden no haber experimentado tanto antes del fútbol. Pero una de las capacidades psicosociales básicas que el baby fútbol puede ayudar a desarrollar en la inmensa mayoría de los niños no es tanto la tolerancia a la frustración, sino su más peligroso complemento necesario cuando esta existe: la capacidad de diferir gratificaciones inmediatas en pos de objetivos mediatos. Porque nadie como un estructuralmente frustrado para sentir la necesidad de una gratificación inmediata que compense aquí y ahora las frustraciones toleradas. La elección de la pasta base como herramienta compensatoria de gratificación compulsiva y reiterativa es un ejemplo claro de esto. Y esto se une a la disyuntiva inversión de tiempo en disfrutar y usar exitosamente habilidades versus inversión de tiempo no tan disfrutable. La reiteración de habilidades exitosas en competencia es fuente de gratificación inmediata; el trabajo en capacidades nuevas es menos gratificante en lo inmediato, pero más en el futuro; y como previsor de frustraciones y ‘techos’ técnicos más severos a futuro.
Un trabajo lúdico, competitivo y con apoyo anímico puede permitir que, en esa plástica y maleable cuarta etapa psicomotriz, cognitiva y moral, un frustrado pueda aceptar la necesidad de la gratificación diferida. Es una de las mayores responsabilidades deportivas técnicas y humanas del baby fútbol: que introduzca la aceptación de la gratificación diferida aun entre frustrados estructurales crónicos (¿se podrá generalizar desde allí?). Vaya como corto ejemplo de la importancia de los cursos para directores técnicos de baby fútbol, tan bienvenidos.