La sensación de temor, esa manifestación física y psicológica del miedo, puede llegar a paralizarnos, a impedirnos reaccionar o, por el contrario, pueden acudir los instintos más irracionales. El miedo, así, se convierte en el argumento de una especie de defensa propia, de protección a priori de cualquier amenaza; con esa lógica, electrificar un alambrado a 220 voltios o disparar al bulto se naturalizan.
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La manija
Corría febrero de 2019; la campaña de Vivir sin Miedo, impulsada por el futuro ministro del Interior, Jorge Larrañaga, estaba en su apogeo. A quien dudaba o se negaba a firmar, algún brigadista espetaba a viva voz su deseo de que terminase víctima de la delincuencia; seguramente no era una directiva de la organización que juntaba firmas, pero el exabrupto (ojalá te rompan todo si te rapiñan o violen a tu hija) acompañaba las papeletas.
La campaña Vivir sin Miedo, además, habilitó que los comentarios entre susurros que propiciaban la justicia por mano propia se realizaran en forma pública, y desde las redes ese mensaje de odio ganaba terreno paulatinamente y auspiciaba el advenimiento de la depuración.
Los derrotados en bajar la edad de imputabilidad, con la sangre en el ojo, volvían por la revancha.
Es sintomático como un año después, en este febrero de 2020, dirigentes políticos de la oposición que aparecían a cada rato en los medios, intentado facturar políticamente la desgracia ajena, aparentando tender su mano salvadora a las víctimas de la delincuencia, guarden sepulcral silencio en estos momentos, tomando en cuenta que las actuales agresiones a funcionarios policiales ameritan las enérgicas declaraciones de aquel entonces.
Amplificando la manija
Los grandes medios de comunicación adobaban el discurso; no conformes con repetir hasta el hartazgo imágenes de las cámaras de seguridad donde se había producido una rapiña o un homicidio, sus noteros parecían ir instruidos sobre levantar notas en que el entrevistado dijera como mensaje central: “Así no se puede vivir más, tenemos que hacer algo”.
“Ya no se puede andar por la calle”, “No se sabe en qué momento nos va a pasar algo”, eran titulares y copetes recurrentes.
Algo llegó; en algunos casos se manifestó como linchamientos, en otros como arrestos ciudadanos, y en otros como justicia por mano propia; todo avalado por la falta de respuesta del Estado y la histérica soledad, aun dentro de su propio partido, de las firmas que no llegaban para reformar la Constitución.
Plef
Felipe Cabral tenía 29 años; músico y grafitero, había puesto su arte plástico al servicio de la campaña electoral de Óscar Andrade; algunos muros de Montevideo ya lucían sus obras.
Aquella tarde del 16 de febrero de 2019, los medios difundieron el hallazgo de un joven muerto en el coqueto barrio de Punta Carretas, con un disparo en la cabeza; ajuste de cuentas o rapiña fueron los titulares en sintonía con la campaña en curso.
Luego, la mochila, los sprays, la cámara de fotos y la bicicleta daban indicios de que no se estaba ante una rapiña o ajustes de cuentas, y que el fallecido no tenía las características de los jóvenes asesinados que poseen antecedentes penales y que permiten cerrar las notas con la tranquilidad espiritual de poder informar que el muerto en algo malo andaba.
Plef, su seudónimo artístico, había llegado a media tarde en bicicleta al muro ya pintado que iba a retocar con spray y fotografiar, ubicado en rambla República de México y Belastiqui.
Llegó a plena luz del día en febrero, a un muro en el cual ya había estado pintando.
No había nocturnidad; el ingresar a un muro en una casa abandonada en Montevideo es una práctica habitual que no configura la calidad de intruso; una pintada artística sobre un muro es prueba contundente de que no hay voluntad de cometer ningún delito.
Pero ninguno de estos elementos contundentes de sentido común alcanzó para contener a quien disparó certeramente o alcanzó de pura casualidad la cabeza de Felipe; en todo caso, el disparo fue al cuerpo y no tuvo ningún efecto intimidatorio.
Elementos vinculatorios
¿Por qué alguien dispara a plena luz del día a un desconocido a una distancia a la que comunicarse en forma verbal alcanza?
¿Se percató de su presencia en el momento y lo vinculó con quienes habían ya realizado la pintada? ¿Entonces la agresión es fruto de una brutal intolerancia política?
Los moradores de la vivienda lindera -uno de ellos hoy fallecido, pero en su momento procesado por el delito de tráfico de armas- posteaban en sus muros personales de Facebook expresiones que invocaban el derecho a la legítima defensa y justicia por mano propia.
Una frase bastante contundente de un allegado a los moradores de la vivienda reza textualmente: “Si entrás a mi casa, te disparo”.
La causa sigue abierta; el fallecimiento de uno de los sospechosos no permite armar el puzle, como tampoco la certeza de que el disparo que provino de la vivienda del ahora fallecido se haya realizado desde el interior o el exterior de esa vivienda.
Los posteos en las redes, la innegable valoración del elemento político presente en este asesinato, el clima generalizado por la campaña Vivir sin Miedo, fueron el contexto de este homicidio, aún impune.
En su momento, el electo presidente Luis Lacalle Pou tuiteó en defensa del promotor de la ley, Jorge Larrañaga: “Intolerancia y falta de respeto, Jorge. A seguir el camino del Partido Nacional. Mi solidaridad ante este disparate”.
El disparate se refería a las advertencias publicas que el entonces senador Marcos Otheguy había realizado sobre las consecuencias que estaba generando la campaña de recolección de firmas, sembrando miedo para vivir sin miedo.
Guste o no, la intolerancia provenía públicamente explicitada de muchos de quienes luego, también públicamente, se convertirían en los votantes del gobierno que se inicia el 1º de marzo.
Y aunque el proyecto fue derrotado en las urnas, y a pesar de que sus propios socios del gobierno no se habían pronunciado a su favor, la convalidación de resolver los temas de seguridad por mano propia quedó instalada para algunos sectores de la sociedad.
“Mano dura y plomo”, proponía un dirigente colorado en Salto, “superar a Bolsonaro”, ofrecía un candidato a presidente por Cerro Largo, “desaparecer a los hijos de los comunistas como hizo la dictadura”, posteaba algún militante blanco por las redes.
Una mentalidad
El pensamiento del sujeto que apretó el gatillo que asesinó a Flep no es muy distinto del que electrificó con 220 un alambrado, del que ejecutó de un escopetazo a quien le robó unos limones, de los que asfixiaron hasta morir a un sospechoso en un shopping, de quienes lincharon a un joven que robó leña o asesinaron en manada a un cuidacoches.
Tampoco de quienes no se salpican con hemoglobina, pero desde las pantallas vía redes o canales de televisión, imponen la lógica de que se es culpable y lo que hay que demostrar es la inocencia.
Es una mentalidad que, además, intencionalmente vincula todo el tiempo la delincuencia con la izquierda política.
No nos caben dudas de que la pintada que realizó Plef fue parte de su sentencia de muerte; el odio presente en algunos no solo es contra los pobres y los otros; incluye la intolerancia al pensamiento antagónico del propio.
Imposible no asociar el asesinato de Felipe Cabral, teniendo como protagonista una pintada, con las recientes declaraciones del presidente del Círculo Policial, Wilfredo Rojas, manejando públicamente la hipótesis de que el robo y las agresiones a los funcionarios policiales podrían estar vinculadas a la actividad de grupos radicalizados que en los 60 iniciaron su actividad con pintadas.
Contra la impunidad
El sospechoso más firme que investigó la Justicia seguramente se llevó a la tumba algunas verdades; en su momento no se pudo comprobar que fuese el autor material del homicidio, por lo cual la hipótesis de que el asesino de Felipe Cabral sigue suelto sigue siendo una línea de investigación, que está en manos de la fiscal Mirta Morales.
Para este lunes 17 de febrero, amigos y colegas de Plef, con el apoyo del Pit-Cnt, se concentrarán en la plaza Matriz, lugar habitual de concurrencia del hijo del músico Chichito Cabral, para rendir homenaje a un año de su asesinato, y marchar posteriormente a la sede de la Fiscalía a reclamar Justicia.