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A UN AÑO DEL ASESINATO DE

La muerte anda suelta

A un año del asesinato de Felipe Cabral (Plef) y a instancias de amigos y allegados del joven artista y militante, marcharon desde Plaza Matriz hacia la Fiscalía, para exigir avances en la investigación del caso.

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Poco más de un centenar de personas (predominantemente jóvenes), se concentraron en Plaza Matriz para recordar el aniversario del asesinato de Felipe Cabral («Plef»).

La columna bajó por Ituzaingó, hasta llegar a Cerrito y concentrarse frente a la Fiscalía, dónde se entregaron las firmas exhortando a los responsables a esclarecer el caso, que a un año de cometido continúa impune.

Algunas cosas llaman la atención luego de participar en este homenaje y reflexionar sobre el mismo. La primera es más aparente que real: la exigua cantidad de manifestantes. No cabía esperar otra cosa. Se trató de una convocatoria que emergió de la emoción y de la indignación. Carente de espalda estructurada o sistémica, con escasos medios para la convocatoria, fue no obstante una movilización digna, y que en muchos aspectos puede constituirse en un anticipo del futuro.

Luego, es preciso considerar la cultura de la impunidad, una matriz que se ha consolidado y no se ha mantenido incambiada en el tiempo. Por el contrario, ha progresado, ha adquirido otra capilaridad, ha impregnado al conjunto de la sociedad y los poderes públicos.

Ya no se manifiesta, como en los prolegómenos de la dictadura, a través de un avance sostenido, sistemático y organizado del terrorismo de Estado. Hoy, el avance de la impunidad ha tomado la forma de una sensibilidad social dominante, en la que cada cual puede transformarse en juez y gendarme. En árbitro de la vida de los demás.

Lo que no ha cambiado es el objetivo. Las víctimas de ese terrorismo difuminado siguen siendo los más jóvenes, los pobres, las mujeres, los más activos a nivel social y los artistas. No es preciso mencionar ejemplos sobre la aversión del fascismo al arte, pero de esa sensibilidad se ha nutrido históricamente.

En definitiva, la cultura de la impunidad se ha perfeccionado y ha penetrado peligrosamente en el tejido social, transformando a cada reaccionario en un asesino potencial. A partir de ese momento, la muerte no requiere de escuadrones. La muerte está suelta. Y se ensaña con los más vulnerables. «Plef» es sólo una muestra.

 

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