Hay que decirlo clarito para que nadie se haga el distraído ni diga que nunca lo oyó. Estamos en una situación catastrófica, el avance de la epidemia es poco menos que imparable y el gobierno está dispuesto a sacrificar la vida de cientos de uruguayos y uruguayas sin encarar acciones más estrictas de reducción de la movilidad social para no afectar los llamados eufemísticamente, “los motores de la economía”.
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Aunque el lector no lo pueda creer, en relación a la población han muerto más uruguayos viejos por la pandemia de COVID 19, que norteamericanos jóvenes en la guerra de Vietnam.
Es un dato interesante para saber cuánta menor importancia dan las sociedades a los viejos que a los jóvenes.
En Estados Unidos cayó el gobierno cuando arribaban en los aviones militares miles de bolsas de nylon con cadáveres de jóvenes combatientes, aquí se mueren proporcionalmente la misma cantidad de ancianos que jóvenes en la guerra de Vietnam y hay gente que dice que el gobierno está haciendo una buena gestión. De terror.
También es interesante conocer que no hay otro país en el mundo que pretendiera sortear un crecimiento exponencial acelerado de la pandemia, sin medidas restrictivas severas y sin inversión social de magnitud.
No hay un solo ejemplo que se haya confiado en la inmunidad de rebaño, ni ningún país que haya festejado que se hayan inscrito 750.000 personas aspirando a acceder a 148.000 vacunas que se administraran en Semana de Turismo. Realmente no se sabe que se festeja, si sobran brazos o si faltan vacunas.
Aún vacunando, con relajamiento de la movilidad social y con renunciamiento del Estado a conducir la gestión sanitaria dejando en manos de los individuos la elección de una conducta responsable , creer que se puede detener este huracán es solamente una expresión suprema de inconciencia o del fanatismo ideológico neoliberal.
No es solamente Lacalle Pou el responsable aunque es el más soberbio y caprichoso; Julio María Sanguinetti también apoyó la llamada “gestión de la pandemia” y Guido Manini también, tanto en su faceta económica y política como en su aspecto estrictamente sanitario. Apoyaron sin excepciones.
UN POQUITO DE HISTORIA
Cinco o seis meses después de la victoria de noviembre, unos días después de haber asumido en el cargo Luis Lacalle Pou, en marzo del año pasado, se conoció que había una pandemia y que un virus maldito estaba causando estragos en China y rápidamente se extendía, viajando en las más lujosas aerolíneas, a las más lejanas regiones de un mundo globalizado.
El recién electo Presidente llevaba 13 días de haber asumido la conducción del gobierno y era comprensible que aún no hubiera adquirido experiencia ni ejercitado los reflejos del poder.
Sin duda la pandemia fue una desgracia imprevista que obligaba a modificar la hoja de ruta de la nueva administración.
Este inconveniente podía haber motivado una reflexión inteligente y madura. Podía haberse enfrentado las nuevas circunstancias – como se hizo- sin modificar la ruta ni los tiempos ni los objetivos trazados o podía haberse optado por tender puentes, dialogar con la oposición, reconocerle algunas virtudes a su gestión, encarar la pandemia como una situación que exigía proponer una política de Estado, postergar los objetivos, morigerar los conflictos, atenuar las disputas. Habiendo elegido el camino de la confrontación no es momento de pedir tregua.
El 13 de marzo de 2020 el Presidente estaba en uno de los que serían sus frecuentes viajes al interior, en donde gusta de destacar sus imaginarios vínculos con el campo y usar un lenguaje ,- digamos que amanerado-, en el que hace referencias a conocimiento de lugares y pueblos distantes y poco conocidos del Uruguay profundo, encuentros con personas comunes a los que se refiere con su nombres de pila o sus apodos y a detalles que lo identifican como un hombre común, de a caballo, un paisano conocedor de lo nuestro, apegado a las tradiciones y a la tierra.
Ese día Pompita estaba, comiendo unas mollejas en la Fiesta del Arroz, conversando con Don Sandalio De Souza, un guasquero nacido a orillas del Orín Chico cuando recibió en su celular una llamada de Sanguinettti donde le avisaba de la pandemia y le sugería trasladarse de inmediato a Montevideo y reunir el gabinete para adoptar medidas .
Luego de despertar de su ensueño rural, llegado a Montevideo ya “Luis” estaba “cocheado”. Nicolás Martínez, su fiel secretario, le había recordado aquella caricatura de Peloduro en que le aconsejaban al niño que rompió el florero, echarle la culpa a los comunistas.
En el helicóptero, de la mano de Nicolás, ejercitó un primer reflejo; todo lo que sucediera, si era malo, era culpa de la negligencia, la omisión, el dolo o la ineptitud de los gobiernos anteriores.
Unos día más tarde cuando se enteraron por Carmela Hontou que somos parte del mundo, Lacalle Pou y el inefable Javier García ( el mismo que compró los catafalcos voladores denominados Hércules en lo que fueron a buscar las heladeras a Miami y viajaron a la Antártida a recoger hielo para las cantinas militares), le reprochaban al gobierno anterior no haberse preparado para esa instancia, tener pocos Kits diagnósticos disponibles y haber donado a China una cantidad simbólica de guantes y tapabocas.
Durante los meses siguientes la pandemia era poco más que una amenaza contenida por una primera y rápida reacción, la suspensión de las clases presenciales en Secundaria, Primaria y UTU, (adoptada por una ANEP que todavía conducían las autoridades designadas por el gobierno anterior) y las suspensión de las actividades presenciales en la Universidad.
Contribuyó a bajar la velocidad de expansión a la epidemia, la cortina virtual entre los que traían en esos días los virus de una Europa que estaba encendida y los pobres que vivían más al noroeste de Propios y Avenida Italia que por el escaso contacto entre ambos grupos humanos tardaron en contagiarse.
También el miedo de la gente frente a lo desconocido, el Sistema Integrado de Salud, la amplia cobertura de la fibra óptica, el Plan Ceibal y el alto grado de formalización de las actividades laborales, la cobertura del BPS y el colchón que significaba un Ministerio de Desarrollo Social que había hecho las cosas entre bien y muy bien .
Estos fueron junto a la geografía, la demografía y la responsabilidad política de los sindicatos y la oposición, los factores que ayudaron a poner la pausa para pensar en lo que se vendría si se daba la lógica y se lograba escapar a la fanfarria de un gobierno que se ufanaba de ser imponente.
El gobierno hizo lo mínimo, procurando no afectar las actividades económicas, formuló una idea fuerza, “la libertad responsable” que era poco más que una consigna cuyos alcances no alcanzamos a percibir en ese momento, estableció el seguro de paro parcial, hizo una exhortación al teletrabajo, una pequeña ayuda a sectores muy pobres y a trabajadores informales y casi nada para la pequeña y mediana empresa.
Mientras tanto siguió con su política económica, aumentó las tarifas públicas, anuló las rebajas impositivas a las compras con tarjeta, bajó los sueldos y jubilaciones, y recortó los gastos del estado incluyendo el gasto social.
Además impulsó la LUC y envió una Ley de Presupuesto, restrictiva del gasto público, especialmente del gasto social y del gasto de la educación, la investigación científica y la Universidad.
Durante estos meses el gobierno procuró implantar la idea de que a consecuencia de una inteligente gestión se había controlado el avance de la epidemia y se había ganado tiempo para prepararse para lo que viniera.
Fueron meses de relativa tranquilidad y mucho miedo, algunos casos de COVID 19 por día y un relativo control de los focos. En esos meses se aumentó las camas de CTI, se adquirieron monitores y respiradores, se elaboraron protocolos, se controlaron las aglomeraciones y se promocionó la práctica extendida de las medidas preventivas individuales, uso de tapaboca, distanciamiento social, alcohol en gel y quedarse en casa.
Mientras tanto el gobierno se dedicaba a consolidar su programa económico neoliberal, soplar para poner en el aire pompitas de jabón y sobre todo a fogonear el autobombo y a construir la imagen de un Presidente maduro, que las sabía todas y que gracias a su ideología liberal había desechado la cuarentena y con libertad sin restricciones derrotar al coronavirus en Uruguay, lo que no había podido hacer ni Merkler en Alemania, ni Trump en E.E.U.U., ni Boris Jhonson en Inglaterra ni Macron en Francia.
EN LA OLA DEL TSUNAMI
Un año después, la realidad nos pone ante un panorama desolador. El 71 % de los uruguayos siente la devastadora situación económica sobre todo en los sectores más vulnerables. Los más vulnerables no son ya sólo los pobres y los indigentes, los desocupados y trabajadores informales sino todos los asalariados, investigadores, médicos, enfermeros, maestros, profesores, cuentapropistas, los que tienen pequeñas o microempresas, los jubilados y pensionistas, las mujeres solas con hijos pequeños, los profesionales y los pequeños productores y comerciantes. Ni que hablar también son dañados las Intendencias, las alcaldías, las Instituciones de Salud , los sectores vinculados al Turismo, las instituciones y empresas que organizan espectáculos y fiestas y las empresas de transporte, el comercio y la industria.
El informe del SINAE del día de ayer es como un parte de guerra. Ayer como todos los días tenemos más de 1500 bajas, una docena de muertos y se va colapsando la capacidad de los CTi, alcanzando en los próximos diez días el máximo de camas de que puede disponer todo el sistema sanitario. Esto es una tragedia nacional.
Los hechos evidencian que la pandemia está fuera de control y las medidas que adopta el gobierno son escasas, irrelevantes e ineficaces frente a un tsunami sanitario devastador.
Yo creo que nadie hubiera imaginado esto. Al menos no creo que los que votaron a Lacalle Pou se hubieran imaginado esta situación dramática desde todos los puntos de vista, en la que enterramos en los últimos tres meses a doscientos uruguayos por mes y despediremos para siempre otros doscientos en los próximos quince días.
De aquí hasta el cinco de abril en que el Presidente convocó a sus asesores, ministros, legisladores para evaluar la situación, habrán muerto 200 uruguayos más, algunos jóvenes y la mayoría abuelos y abuelas, sin que al presidente se le mueva un pelo de los pocos que le quedaban antes de estrenar un quincho nuevo y sin que les adjudicaran siquiera un turno para vacunarse.
Hoy, un núcleo de entidades científicas anuncian diversas reuniones de prensa para informar de sus advertencias, sus análisis y sus reclamos. Informaran lo que veníamos avisando y el Presidente pretendió ignorar. La Mutación brasileña del virus está ya entre nosotros.