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Editorial

La peor parte

Por Leandro Grille.

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Aunque avanza la vacunación, en un orden peculiar de aplicaciones que tiene menos que ver con el riesgo de enfermar gravemente de las personas y más con el tipo de vacuna que llegó primero, Uruguay transita el peor momento de la epidemia. Como cabía esperar, el fin de la temporada veraniega y el regreso pleno de las actividades laborales y escolares se acompañan con un aumento notable de los contagios, que por estos días orillan los mil casos diarios, valor que subestima la realidad, si tomamos en cuenta los pocos miles de tests que se están haciendo cada jornada.

 

Mientras esto sucede en nuestro país, cuyo mapa se va volviendo rojo departamento por departamento, del otro lado de la frontera, Brasil se ha constituido en el epicentro mundial de la pandemia y registra más de 2.000 muertos por días y cerca de 80.000 casos, este último número muy por debajo de lo que verdaderamente debe estar pasando. Para colmo, en Brasil ya son muchos los estados, incluyendo a Río Grande do Sul, el estado limítrofe con Uruguay, donde flamea la bandera negra y el sistema sanitario ya está colapsado o al borde del colapso, porque la epidemia se enseñorea, acalambrante, impulsada por una variante más transmisible y capaz de reinfectar personas que ya tuvieron Covid-19, conocida como P.1 o variante de Manaos.

 

En el interior de Brasil, donde el presidente Jair Bolsonaro ha minimizado desde el principio la pandemia, impedido que se tomen medidas, obstaculizado la adquisición, producción y aplicación de vacunas, y militado con fervor todas las teorías conspiranoicas y oscurantistas, la situación alcanza el extremo de genocidio por negligencia temeraria de las autoridades, pero lo que pasa en Brasil ya no es solo un problema para los brasileños, lo es también para el exterior, la región en primerísimo lugar y todo el mundo después, porque Brasil es como un laboratorio de cultivo donde están dadas todas las condiciones para que florezcan nuevas variantes y, entre ellas, variantes más contagiosas, más virulentas o menos susceptibles a las defensas presentes en la población que se recuperó de la infección o inducidas por las vacunas en plaza.

 

Hasta la fecha, Uruguay no ha detectado la presencia de la variante P.1, pero es inevitable su ingreso por la porosa frontera. La vacunación avanza a un ritmo proporcionalmente importante, si lo comparamos con países de mayor población, pero estamos lejísimo de cualquier hipótesis de inmunidad de grupo, incluso si las vacunas que están utilizando fueran eficaces para prevenir el contagio y la transmisión del virus, cosa que no está probada para estas vacunas, a las que solo se les probó la eficacia para impedir la enfermedad sintomática y no la infección en sí misma y, por ende, la capacidad de los vacunados de transmitir a otras personas el virus, si lo contrajeran.

 

 

Si el Estado no toma medidas para reducir los contagios, bien guiándose por las que dejó escritas el Grupo Asesor Científico Honorario en su último informe, o bien por puro sentido de lo que está pasando, lo que se debe esperar es que continúe agravándose la situación, en la medida en que la actividad aumente y la temperatura caiga. En ese caso, la resistencia proverbial del presidente a tomar medidas que impliquen un costo para el Estado -porque no se deben cerrar actividades o reducir la movilidad social sin brindar ayuda a la gente y a las empresas que les permitan sobrevivir- nos va a proporcionar una salida de la epidemia precedida por un tiempo dramático y, a la vez, completamente evitable, a la luz de las experiencias de otras naciones que han logrado contener la propagación con medidas no farmacológicas aplicables a países como el nuestro, pequeños, poco poblados, y sin tanta variedad de medios de transporte.

 

Debería haber un consenso a esta altura, aunque sea en darle pelota a los informes del GACH. Consenso que bien podría alcanzar a los propios voceros del GACH, que militan poco sus propias recomendaciones y más bien parecen limitados a postularlas sin darles demasiado protagonismo, pero después de hechas, que pase lo que Dios quiera o el presidente disponga.

 

Aunque ya han llegado tandas de vacunas, debemos tener presente que recién se comenzó a vacunar al personal de salud, por lejos la población más expuesta al virus, y todavía no se ha comenzado a vacunar al grueso de la población más vulnerable, los adultos mayores de 60 años, a contrapelo de toda la humanidad. Por cierto, no hay ni siquiera una fecha clara para comenzar a vacunar a los adultos entre 70 y 85 años, población que de acuerdo a todos los números del mundo, debería estar entre las recontra-priorizadas, pero para las que queremos vacunas que nunca llegan, porque las que llegan en mucha cantidad no son lo suficientemente buenas para tan encomiable población, y las que alcanzan la excelencia no llegan o llegan en cuentagotas.

 

 

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