Horas antes de comenzar la votación del proyecto de Ley de Urgente Consideración en la Comisión Especial del Senado, la coalición de gobierno presentó 330 modificaciones y retiró 35 artículos. De este modo, a la avasallante estrategia de introducir un programa de gobierno en un instrumento pensado para emergencias reales, se añade la sospecha de que hicieron discutir al Parlamento un globo sonda, porque el verdadero proyecto era otro y lo develaron en la víspera de que comenzara la votación.
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Es evidente que el proyecto del presidente fue perforado por todos lados, porque no solo se le había escondido a la ciudadanía, sino también a sus socios de la coalición y muchos de sus artículos más graves, como los relacionados con las empresas públicas, no tenían los votos de sus aliados. Pero también es notorio que la opinión de las delegaciones que concurrieron o el criterio de los opositores pesaron muy poco a la hora de la hora. El gobierno se dedicó a negociar dentro de su bancada y el resto, que representa a casi la mitad del país, no fue tomado en cuenta.
La ley, o lo que sobrevivió de ella, era un espanto en forma, sustancia, método y oportunidad. Un verdadero adefesio mal intencionado y mal escrito que iba a hacer daño al país, pero ahora además es un espanto desconocido, porque si era imposible estudiar el proyecto original en 90 días, menos posible aún es estudiar 300 cambios en 24 horas. A esta altura, estimo que ni Lacalle Pou sabe lo que dice la ley. El mismo presidente se estará preguntando cómo habrá quedado, y es bien probable que le haya ordenado a su bancada de confianza negociar cualquier cosa menos algunas, y “esas algunas” hay que mirarlas con lupa.
La coalición es una fachada de opositores de la oposición, sus líos internos se multiplican y la crisis social crece por debajo de la aparente estabilidad que impone la emergencia sanitaria. En apenas unos meses, Uruguay ingresó en un declive económico y social que arrasa con cualquier posibilidad de que este gobierno pueda entregar el país un poquito mejor a como lo encontró, que debería ser el objetivo mínimo de cualquier gobierno. Vamos mal, entre la pandemia y la insensibilidad revestida de cinismo, las consecuencias de las medidas de emergencia para evitar la propagación del coronavirus se van a extender mucho más tiempo que el necesario: la crisis llegó para quedarse; el dólar subió para no bajar; los precios aumentaron y seguirán aumentando; el salario real cae y seguirá cayendo; el desempleo saltó y no va a bajar en mucho tiempo; la pobreza creció después de muchos años y, en el caso improbable de que hubiese llegado a su techo, el tiempo para retrotraer los indicadores será superior a todo el período de este gobierno.
Dentro de un tiempo, cuando la crisis sea todavía más notoria y más sostenida y los efectos de la política de ajuste de Isaac Alfie, que es el verdadero conductor del equipo económico, se noten en la calle y en la economía, irá creciendo el malhumor social y la coalición se hará añicos. Si en plena “luna de miel”, con el changüí que da una pandemia para echarle la culpa de todos los males al anterior gobierno, y un sistema de medios cómplices dispuestos a amplificar el discurso gubernamental 24 horas por 7 días, ya hay un sector del oficialismo dispuesto a llamar a sala a cuatro ministros del presidente, imaginemos lo que sucederá cuando todas las encuestas empiecen a dar mal.
Este drama de la Ley de Urgencia se va a multiplicar en el presupuesto, debate en que las disputas por los recursos y, sobre todo, por la puntería del ajuste van a ser para alquilar balcones. Si el propio presidente instruyó a su bancada para que le hicieran preguntas duras a Irene Moreira, ministra de Cabildo Abierto, enojado porque Manini le llama los ministros a sala por UPM, ¿cuál será la conducta del gobierno cuando haya que elaborar la ley presupuestal? Todos los partidos de la coalición van a querer que el ajuste sea para los otros, que los recursos privilegiados se correspondan con sus necesidades políticas, porque a nadie le gusta ser la cabeza de un desmantelamiento y conducir una cartera ministerial sin un mango en caja.
Mientras vemos, grosso modo, cómo avanza el proyecto liberal de desguace de las política públicas, el incremento de la represión, la restricción de libertades y derechos, la desprotección de los trabajadores, a la vez que se gobierna para favorecer sectores económicos concentrados a su demanda, paralelamente se observa la debilidad de los coaligados y el límite cercano de esa confluencia. La izquierda no puede ilusionarse con esa implosión previsible porque en esa trinchera progresista no hay nadie. Pero debe tener en su estrategia muy en cuenta la condición precaria de la coalición de gobierno porque a los multicolores, además de los intereses y las torpezas, se les ven las costuras y eso que solo han transcurrido doce semanas de gobierno.