Estamos invadidos de paranoia inducida (con leve base real) sobre la violencia local e internacional, y de igualmente inducida esperanza en la resolución tecnológica de nuestros males y en la obtención de nuestros deseos e ilusiones por medio de ella. Un tema que, sin dudas, desborda esta columna. Pero pueden decirse varias verdades que contrarían tanto al sentido común como a la opinión pública mundial. Y esas verdades provienen de las ciencias, mientras que sentido común y opiniones son obra de los medios de comunicación de masas. La ciencia, aun dentro de la variedad de las filosofías de la ciencia, considera central en su proyecto el cuestionamiento del conocimiento vulgar (llamado doxa desde los filósofos griegos de hace 27 siglos) y su superación por el conocimiento científico (llamado episteme desde ese entonces). La ‘ruptura epistemológica’ de Pierre Bourdieu obliga a una constante ‘vigilancia epistemológica’ para que esa ‘opinión’ no invada el cotidiano como ‘conocimiento’. Y para ayudar a superarla. Veamos algunos puntos especialmente sensibles de episteme sobre el mundo contemporáneo y su futuro. Sobre la violencia Uno. Contra el sentido común y la opinión pública, la ciencia nos dice que la violencia no ha ido aumentando sino disminuyendo en la historia. Y aceleradamente. Las muertes violentas promediaban 15% de todas las muertes en los últimos 15 siglos. Pero en el siglo XX bajan a 5%, tres veces menos que siempre. Y en el siglo actual descienden abruptamente a sólo 1% del total, 5 veces menos que en el XX, 15 veces menos que en la historia moderna. Concretamente, en 2012, hubo 56 millones de fallecimientos, sólo 620.000, sólo 1,1%, debidos a los diversos tipos de violencia. Dos. También sorprenden los porcentajes entre tipos de muerte violenta, puede ser que también lo contrario a lo creído por los que sólo se informan por la prensa masiva; hasta puede ser justamente lo contrario de los que nos dicen “así está el mundo, amigos”. El menor porcentaje responde al terrorismo (8.000 muertes), 0,14%. Las guerras (120.000) son 0,2%. El crimen, 500.000, 0,8%. Los suicidios, 800.000, 1,4%. Hambre y desnutrición, un millón, 2%. Diabetes, un millón y medio, 2,5%. Obesidad y dolencias conexas, tres millones, 5,5%. Lo que nos creemos es lo que les conviene publicar a los medios de comunicación para vender más, no el orden de importancia de las ocurrencias. Como dice Yuval Harari, la Coca-Cola y McDonald’s matan hoy más que las violencias, el hambre y la enfermedad, los grandes males en la humanidad histórica. Tres. Sin embargo, hay un riesgo en aumento. Nunca antes grupúsculos radicales pudieron volverse tan letales. En efecto, su muy superior acceso a armas bélicamente obsoletas pero civilmente letales, a armas químicas, a organizaciones operativas virtuales, a financiamientos también virtuales, al uso creativo de vehículos y tecnología, convierte a minorías raciales, étnicas, religiosas o políticas en grupos potencialmente letales en el cotidiano, como nunca antes. Cuatro. El progreso tecnológico y la elevada y creciente inversión en armas, episódicamente las carreras armamentistas, han producido enormidad de víctimas en toda la historia (hasta la Segunda Guerra Mundial inclusive). Pero hoy la proliferación de armas es más disuasiva que inductora de guerras, violencia y muerte. Es tan masivo el daño posible consecuente a cualquier ataque bélico masivo o nuclear, que perjudicaría hasta a sus más probables vencedores bélicos, desde que tocaría a aliados, neutrales y amigos, si no a intereses económicos del mismo vencedor. En este sentido es que se afirma que tanto un ataque masivo a Corea del Norte como a Venezuela serían impensables por sus consecuencias colaterales. “Venezuela no es Grenada”, decía el presidente peruano Kuczyinski a CNN. Cinco. Sin embargo, esa espectacular destructividad creciente permite una radicalización retórica por parte de gobernantes o gobiernos bélicamente equipados que crean precisarla. Donde se hace improbable una radicalización bélica práctica se hace más probable una radicalización retórica, que tiene como destino la afirmación político electoral de los ‘bocones’. En efecto, para la inmensa masa mal informada de los que creen en una escalada bélica conmensurable con el progreso técnico bélico, las bravatas de sus líderes políticos cumplen un papel afirmativo. Las compadradas y shows de Corea del Norte, con lanzamientos difundidos y desfiles militares, y muchas de las medidas internas de Maduro, son respondidas desde el bizarro Twitter de Donald Trump con afirmaciones de barrabrava aparentemente celebradas por sus votantes y adictos. Pero nada de eso nos pone más al borde del abismo bélico que antes; por el contrario. Como en el caso de la violencia en general, la mayor información sobre hechos, su magnificación, dramatización y reiteración mediáticas producen en la gente una sensación de multiplicación y agravamiento aun allí donde hay disminución. Cinco. Pero, como decíamos más arriba, el mayor riesgo es el de minorías radicales con más medios como para hacerse notar y ocasionar lesiones y daños. El doble atentado de Barcelona, en realidad implicando también un tercer hecho con la explosión de un artefacto en fabricación, es un ejemplo de la técnica de usar vehículos -símbolos civilizatorios en el Occidente urbano- como armas letales contra público masivo indiferenciado. Técnica que comenzó a utilizarse notoriamente en el ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono en 2001, siempre de acuerdo a la luego cuestionada hipótesis oficial explicativa de los hechos. Seis. Entonces, si la humanidad ha reducido enormemente y está en camino de eliminar las hambrunas, la pobreza y la indigencia; si lo mismo se ha hecho con las epidemias y las pandemias sanitarias; si lo mismo ha sucedido con la violencia en sus formas clásicas, aun cuando haya mucho para hacer en estos rubros, es la violencia ‘terrorista’ la que tiene riesgos de aumentar, aunque sea tan minoritaria en el total de la violencia, y a pesar de su impacto -en parte deseado- en el imaginario público. Y aquí hay mucho para hacer: desde la lucha teológica en los países de origen, pasando por la investigación selectiva de los viajeros con trayectorias significativas entre países, por la inteligencia en las mezquitas (seguramente ampliamente minoritarias las sospechables) junto con un buen estudio y conceptualización de los mal llamados ‘lobos solitarios’, múltiplemente frustrados socioeconómicamente, cuya posible radicalización hemos focalizado reiteradamente desde esta columna. Siete. Pero para el futuro, la humanidad deberá enfrentar embriones peligrosos que están empezando a estudiarse y a difundirse y a los que deberemos prestar creciente atención: las obsesiones por la inmortalidad, la felicidad bioquímicamente buscada, la ‘divinización’ humana, inmortal y feliz, mediante la ingeniería biológica, la ingeniería cyborg y la ingeniería de seres no orgánicos (robótica incluida). La ingeniería biológica podrá reescribir el código genético, rediseñar los circuitos cerebrales, modificar el equilibrio bioquímico y hasta hacer crecer extremidades nuevas. La ingeniería cyborg conectará el cuerpo orgánico a dispositivos no orgánicos (manos, piernas -recordar al atleta sudafricano Pistorius-, ojos), nanorrobots que pueden recorrer el cuerpo por el torrente sanguíneo modificando el organismo a su paso. Finalmente, la ingeniería inorgánica (robótica incluida) sustituirá redes neurales por programas informáticos, con capacidad de navegar mundos virtuales y no virtuales, hasta con peligrosísima virtualidad de autonomía decisoria, hasta rediseñable por hackers, ya denunciada por pioneros de estas mismas técnicas en los últimos días. ¿Qué nos espera en la loca carrera por eliminar la vejez, la muerte y la infelicidad? ¿Qué podemos anticipar cuando los suicidios crecen con la civilización y la abundancia material; cuando la diabetes y la obesidad matan mucho más que el hambre y la desnutrición; cuando la estructura bioquímica, la duplicidad cyborg y la ingeniería no orgánica pueden ser controladas y rediseñadas por minorías (o mayorías), hackeadas en su funcionamiento y hasta autónomamente decisorias? ¿Y si la bioquímica fundara adicciones múltiples y acumuladas en pos de una felicidad ya condenada por estoicos y budistas, si no cierto catolicismo? Empecemos a preocuparnos por estas cosas que se nos vienen, si es que ya no están instaladas sin que percibamos su importancia casi inmediata, nublados como estamos por falsas creencias y convicciones mediáticamente inducidas, aunque no sean en absoluto inexistentes, pero redimensionables para no generar falsas jerarquizaciones de problemas.
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