Textos: Alfredo Percovich
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Producción: Viviana Rumbo
Pata Eizmendi es muchas cosas. Todo menos indiferente. Alguien que nació un 1° de mayo de 1973 posiblemente estaba signado a respirar la rebeldía de la historia. Creció en el Cordón, porfiadamente entre vascos y vascas, en una familia de gente acorralada por los cívicos y militares que hablaban de moral y orientalidad mientras arrasaban la patria. Creció rápido y mucho por casi todas partes. Fue burócrata de oficina hasta que entendió que la vida le estaba esperando a la intemperie de todo. Aprendió fotografía en Aquelarre y salió a embarrarse las patas, y se metió en cárceles, marchas, teatros y hospitales. Se hizo amigo de presos y carceleros, de sobrevivientes y resilientes del más acá, y de familias enteras en los asentamientos por los que anda buscando sonrisas y sueños y soluciones y todo lo que pueda hacer. Vive la fotografía como un arma, como «una herramienta de inclusión masiva». También es operador terapéutico en adicciones y eso lo ha llevado a recorrer otros ámbitos de la resistencia. Donde las miradas se retuercen de silencioso dolor, intentando recuperar las sonrisas y los abrazos perdidos. Con el abogado Juan Ceretta lograron torcer la historia y lograron visibilizar a los eternos olvidados. Ellos fueron capaces de ser escuchados por la ONU con la causa del asentamiento Nuevo Comienzo.
¿Cómo es posible desarrollar un trabajo fotográfico como el tuyo, con tanto énfasis en lo social, en los olvidados de casi siempre, en un tiempo de tanta frivolidad, en que las redes y los grandes medios promocionan la cultura del consumo y la exaltación de las apariencias?
En mi fotografía siempre está la búsqueda de lo contrario a esa lógica. Apunto a la crudeza, pero con un mensaje que aporte algo más. Mi fotografía siempre tuvo que ver con la denuncia y como herramienta para visibilizar lo que no siempre se ve. La contracara de lo que está predominando, como bien decís. Me dediqué a trabajar con colectivos generalmente discriminados, con la diversidad, con mujeres que tuvieron que enfrentar el cáncer de mama, con las personas privadas de libertad, mi laburo siempre está relacionado con colectivos o situaciones donde se precisa la herramienta de la fotografía para mostrar o denunciar situaciones que necesitan ayuda para que la gente se entere que están sucediendo. Eso me permite cumplir mi parte y después la gente decide qué hace. Eso es lo que creo genera la fotografía.
Tal vez tu trabajo fotográfico revela y deja al descubierto lo que los grandes medios y nosotros como sociedad en general, por distintos motivos no estamos viendo. ¿Puede ser?
Personalmente lo tomo como una responsabilidad. Creo que es lo que tengo que hacer, tengo que estar en los asentamientos, ni me lo cuestiono. Para mí es una responsabilidad hacer los trabajos que me piden de manera solidaria. Y especialmente lo tomo porque creo que la causa que está detrás necesita ser contada. Es como un instrumento, una herramienta, que fue creciendo. La gente me fue identificando con ese trabajo y confía en mí. Y eso me permite un montón de cosas, desde meterme a charlar y a sacar fotos en un asentamiento, poder trabajar con ellos, hasta trabajar con otros colectivos que también confían en mí y en mi laburo. Para mí es fundamental, porque antes que la foto está la empatía.
¿Cómo se logra esa confianza?
Con honestidad y supongo que también tiene que ver con un cambio personal mío de muchos años por una especie de búsqueda de vida. En determinado momento esa búsqueda me llevó a dejar una empresa en la que trabajé 27 años, con un sueldo seguro y pasé a vivir de lo que me gustaba. Eso que mucha gente lo hace a los veintipico a mi me llevó unos años más, lo logré casi a los cuarenta. Creo que está relacionado con una postura frente a la vida, de la forma en la que tomamos las cosas, qué defendemos y también qué cosas cuidamos. En determinado momento de la vida sentís que si no lo hacés ahí, no lo vas a hacer nunca más. Y en mi caso sentí que era el momento. Había que jugársela y a partir de ahí viene el salto al vacío y esa decisión con plena libertad te permite salir a buscar la vida y a hurgar en el mundo. Yo creo que uno en la vida está siempre buscando y también hay momentos en los que muchos se cansan de buscar. En mi caso esa sed sigue siempre presente, no me canso de buscar y sigo buscando. Sinceramente, cada laburo que hago es una forma de comprender cómo y dónde estoy parado, cuál es mi actitud frente a eso, y me cuestiona. Sino no fuera así, no lo haría.
Cuando renunciaste a la estabilidad laboral de aquella empresa, ¿te imaginabas que luego te ibas a sentir tan pleno por recibir el agradecimiento por lo que hacés en tu trabajo?
Laburando con Juan [Ceretta], aprendí algo y es que los agradecidos somos nosotros. Es algo que repito cada vez que voy al asentamiento. Esas familias me ayudan a no quejarme. Al igual que en las cárceles donde sigo trabajando, todas las cosas que veo y aprendo, me reposicionan y me enfrentan a la realidad de otra persona que pese a que tiene dificultades mucho más grandes que las mías, es capaz de tener esa resiliencia, esa búsqueda y esas ganas de seguir adelante y de no rendirse. Eso me mantiene en alerta porque digamos que uno siempre corre el riesgo de aburguesarse o conformarse y decir, estoy cumplido, llego hasta acá. Yo agradezco todo lo que puedo vivir día a día. Y lo vivo y disfruto con mis hijos. Como padre también me están enseñando, mis hijos me acompañan y vivencian un montón de cosas que la gente del asentamiento me enseña; me la hacen fácil de verdad, me muestran la diversidad y que frente a la carencia se puede salir adelante. Desde la práctica me demuestran muchísimas cosas y en ese caso puntual, me ayudan a ser padre. He tenido la posibilidad de charlar con gente que le va muy bien económicamente pero que se crió en contextos muy humildes. Y me han dicho que con mis fotos del asentamiento han recordado sus infancias y han encontrado la posibilidad de hablar con sus hijos para explicarles del lugar de dónde vienen. Nuevamente, la fotografía hace pensar, cuestiona y en tal caso, la misión está cumplida.
Vos capturás muchas sonrisas de niños y niñas en un contexto de vulnerabilidad y de carencias notorias. Pero te detenés en las sonrisas, en la felicidad. Más allá de que muchas veces la fotografía se suele detener en el sufrimiento, el dolor y las caras tristes. ¿No?
Sí. A veces parece que el trabajo del fotógrafo está asociado a ver tanto sufrimiento, tanta carencia, tanta imposibilidad que tienen, y que la fotografía debe ser una cuestión gris, entre tanto rancho y pobreza. Pero los niños son la inocencia. Eso es lo que les identifica. Mi hijo es amigo de muchos de esos niños del asentamiento y sus vínculos son simples, naturales y libres. Y me doy cuenta que los prejuicios y la forma en la que se discrimina con cierta mirada es un tema de adultos. Los gurises son iguales de verdad, comparten juegos, risas, vivencias.
En una charla en este mismo espacio, el doctor Juan Ceretta dijo que gracias a tu trabajo fotográfico ahora hay mayor visibilidad de la vulneración de derechos de mucha gente, por ejemplo, a la vivienda digna.
A Juan lo fui a buscar por intermedio de una amiga, hace muchísimo tiempo y la sintonía fue automática. Yo digo que fue un amor a primera vista. Estamos convencidos que nuestros trabajos se complementan y creo buscamos lo mismo, a través de nuestras profesiones. Juan ha dicho en alguna oportunidad algo muy lindo: que nunca antes había ejercido la abogacía a través de la imagen. Y que haber logrado eso le ha servido. Y yo digo lo mismo. Tenía un concepto elaborado de la abogacía absolutamente asociado a lo más estructurado, en un despacho con un escritorio. Y Juan, su trabajo y su equipo, me han demostrado que estaba equivocado. Su lucha -que no es de ahora- siempre estuvo enfocada en la defensa de los derechos de las personas con menos posibilidades de ser escuchadas. Lo que ha logrado en la Clínica del Litigio Estratégico de la Facultad de Derecho, el poder reunir a tantos jóvenes estudiantes y que en la práctica antes de recibirse vayan a territorio a vivenciar la profesión, con tanta pasión, es tremendo. Con Juan hicimos una amistad muy fuerte y siempre estamos tratando de pensar algún proyecto nuevo. Él sabe que cuenta conmigo para lo que necesite y es recíproco. Hemos logrado cosas increíbles como ser escuchados en la ONU por el derecho legítimo de las familias del asentamiento Nuevo Comienzo, denunciando algo que está a la vista de todos. Con el paso del tiempo, se fue conformando un equipo de trabajo con estudiantes, arquitectos, trabajadoras sociales, mucha gente que lo que hacemos vale la pena, es honorario y lo hacemos por amor, porque creemos que es lo que tenemos que hacer. Juan desde su lugar de trabajo y su prédica siempre ha luchado por los que menos tienen. Y lo hace desde la práctica. Y eso genera muchísimas respuestas positivas. Es un camino muy gratificante.
Con la fotografía abordaste la realidad de las personas con cáncer de mama, con VIH, con privados de libertad, ahora con quienes viven en asentamientos. ¿Ellas y ellos eran conscientes del impacto y la visibilidad que podían lograr?
Creo que no. Y capaz que yo tampoco. Mi pareja me pregunta si me doy cuenta de lo que hemos logrado y yo creo que siempre es poco. Nos han llegado devoluciones divinas, especialmente de los y las protagonistas de estas fotos, que me importa mucho para no defraudar la confianza y la empatía de la que hablábamos hoy. Ahora estamos trabajando en un nuevo lugar, en el asentamiento San Miguel y es como volver a empezar. Es todo un proceso maravilloso y ya lo estamos aprendiendo a disfrutar. Hoy cuando voy y camino por las calles del Nuevo Comienzo con mi hijo de la mano, me van saludando y me cuentan cosas cotidianas. Hay algún vecino que todos los días me manda un mensajito de «buen día Pata» y a mí me emociona mucho porque sé que se gasta los pocos cómputos que tiene en el celular para mandarme los buenos días.
Estamos viviendo un tiempo en el que hay gente que dice -en voz alta e incluso delante de micrófonos- que los pobres viven así porque no se esfuerzan. ¿Qué pensás de eso?
Bueno, yo trato de manejarme con una línea donde prime el derecho de las personas en situación más vulnerable y que sus reclamos sean atendidos. Hay que ser muy honesto, hace más de 40 años que hay asentamientos o cantegriles como se decía antes. Lo que he podido ver a través de mi trabajo es que más allá de los partidos políticos, hay una cuestión humana que no ha tenido resolución. Muchas veces se subestima a esas personas y casi que se considera que como han estado eternamente olvidados, no debe extrañar que vivan en esas condiciones. Hace unos días denuncié una situación particular en el asentamiento y a los pocos días me llamó el ministro Martín Lema (Mides), se interiorizó y rápidamente lo solucionó. Lo que me deja esa situación es que cuando uno toma cartas en el asunto, se preocupa y toca puertas, aparecen las soluciones. Pero no siempre sucede. En cuanto a lo concreto de la pregunta, claro que existe mucha gente discriminadora y aporofóbica. Creo que en general hablan desde el desconocimiento. El presidente de la República dijo en un acto que estaba muy al tanto de lo que sucede en Nuevo Comienzo porque seguía y conocía el trabajo «del fotógrafo». Es decir, por el trabajo que hago pudo ver algo que tal vez no había visto antes, entonces, la herramienta funcionó a la perfección. Claro, también tiene como contracara la lectura de que si no hubieran estado las fotos, posiblemente mucha gente -incluido el presidente- no estarían al tanto de esa realidad. En todo caso, lo que tratamos de hacer es de estar atentos y abiertos y no nos cerramos a hablar con nadie porque lo que queremos son soluciones.
Está por comenzar la Cacería Fotográfica, Mi mundo, mi foto, en el Municipio G. ¿Cómo está pensada la movida?
Sí, estoy trabajando en el Municipio G con la alcaldesa Leticia de Torres, que es maestra comunitaria, militante social y sindical. Ella me invitó a acompañar el proyecto junto a Micaela Berocay, la hija de Roy, Lucía Carriquiry y Leticia Aguiar, formamos un equipo muy lindo con muchas ganas de hacer cosas. Hay lugares divinos en el Municipio G, lugares culturales increíbles y lo que estamos intentando es darles vida. En mi caso, aportando desde la fotografía. Mirá, en el asentamiento Nuevo Comienzo conocí a una gurisa que se llama Camila, que adoro, y es hija de Silvana. Ella es adolescente que vive con muchas carencias y situaciones dificilísimas. Una vez se me acercó y me dijo que le encantaba la fotografía. Bueno, pudimos conseguirle los boletos, y gracias a la directora de Aquelarre, Annabella Balduvino, Camila va a poder estudiar fotografía allí con una beca. ¿Por qué no podría llegar a ser una gran fotógrafa? ¿Por qué no puede estudiar? ¿Por qué no tenía celular? Bueno, una persona donó un celular para que ella pueda sacar fotos. En la Cacería Fotográfica aspiramos a que mucha gente se arrime, que vaya con lo que tenga, una cámara, un celular, lo que sea. Que disfruten el barrio, que saquen fotos y luego se expondrán en una página web. Y que logren su propia búsqueda y descubrimiento. Es algo similar a mi búsqueda y el proyecto de mi vida. Una foto puede disparar un montón de sentimientos y emociones. Y una foto te puede llevar a una búsqueda. Cuando ves la imagen, ahí está lo que a vos te salió, o lo que tu ojo vio, pero sobre todo, está lo que tu corazón te señaló.