Nunca he sido partidario, frente a una acusación penal, de sostener a priori que el acusado es inocente si es de izquierda o que es culpable si es de derecha. Sostengo sí el principio de inocencia, base de cualquier ordenamiento jurídico civilizado y por el cual toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario. De igual manera, tengo claro que no es lo mismo estar procesado que condenado, así como las diferencias entre indicios, pruebas y semiplenas pruebas.
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Tras dejar puntualizado lo anterior, debo confesarles que nunca estuve seguro ni de la inocencia ni de la culpabilidad de Lula en Brasil y de Cristina en Argentina, pese a estar clarísimo que eran la mayor amenaza electoral para la derecha en ambos países. Algunas acusaciones, como la del exfiscal Nisman contra CFK sobre la causa AMIA, eran tremendos disparates. Leí detenidamente cada hoja y no podía creer que alguien pudiera escribir todo aquello pretendiendo que algún juez lo tomara en serio. En cuanto al intento del suprapoder argentino de hacer ver su muerte como un homicidio cuya autora moral era la expresidenta (cuando el corrupto se suicidó), fue una burda maniobra sin otro objetivo que la desacreditación de Cristina. Sin embargo, en causas como la de Hotesur, no estaba tan dispuesto a poner las manos en el fuego por ella porque todo apuntaba a una causa sólida o, por lo menos, una causa en la que Cristina debía decir algo más que las palabras “complot” o “persecución”. Lo mismo me pasaba con Lula: no me alcanzaba con defensas al estilo víctima, sino argumentos y pruebas que pulverizaran las acusaciones. Lo único que hacía inclinar mi juicio para el lado de la inocencia de los acusados era el conocimiento de quiénes eran sus acusadores y adversarios y las nuevas formas de dominio de la derecha.
El derrumbe de las mentiras
Como sea, no hay nada más contundente que los hechos. El castillo de mentiras que el suprapoder fue levantando contra ambos líderes está comenzando a desmoronarse y la luz se va imponiendo sobre las sombras.
A mediados de junio se ha rebelado algo que ya sospechábamos y millones de brasileños gritaban en las calles: que el juez Sérgio Moro (actual ministro de Justicia) y varios fiscales complotaron para acusar, ensuciar y encarcelar a Lula para evitar que se presentara como candidato a la presidencia. Había que evitar de cualquier manera que el Partido de los Trabajadores ganara y este propósito quedó de manifiesto en los mensajes que Moro intercambió con los fiscales del Lava Jato. Las conversaciones mantenidas por los complotados fueron hackeadas por The Intercept Brasil y dadas a conocer por este portal que tiene entre sus fundadores a Glenn Greenwald, el mismo periodista que en 2013 puso en conocimiento de la opinión pública las filtraciones obtenidas por Edward Snowden sobre los programas de vigilancia masiva que realizaba el servicio secreto de la NSA.
Parte de las conversaciones grabadas prueban que en octubre de 2018 los fiscales impidieron que Lula (condenado a 8 años y 10 meses de cárcel) fuera entrevistado en su lugar de reclusión, ya que podría incidir a favor de Fernando Haddad y en contra de Jair Bolsonaro. En otras conversaciones, el principal fiscal del Lava Jato, Deltan Dallagnol, confesó su preocupación por la falta de solidez de las pruebas contra Lula, al cual mantenían encarcelado desde abril del año pasado acusado de corrupción por haber recibido un apartamento por parte de una constructora a cambio de contratos con Petrobras. Este Dallagnol, que ha acusado públicamente a Lula Da Silva de ser el cerebro de una organización criminal, es el mismo que en privado confiesa a otros complotados que, en realidad, no tienen pruebas serias para sostener la acusación; pero sigue adelante y manifiesta su alegría por la publicación de varios artículos en que la prensa cómplice les termina de hacer el trabajo sucio al vincular a su víctima con dicha propiedad.
Obviamente, no toda la operación Lava Jato, iniciada en 2014, se manejó de manera artificiosa. Muy seguramente, la mayoría de los políticos y empresarios señalados tenían las manos sucias; pero en lo que refiere al líder del PT, no hay lugar a dos lecturas, o mejor decir, a dos escuchas. Los complotados dejan claro su accionar ilegal. Incluso, al tratar de refutar lo publicado por The Intercept Brasil, desde el Ministerio Público se acepta que fueron hackeados, no se defienden diciendo que otras personas fingieron sus voces, y su contraataque se afirma en la invasión a su privacidad.
Cabe recordar que el juez Sérgio Moro (el verdugo de Lula) fue designado ministro de Justicia y Seguridad Pública por el presidente Jair Bolsonaro, lo que llevó al expresidente ecuatoriano Rafael Correa a expresar en un tuit: “Que registre la historia lo inmoral de los tiempos que vivimos, con el silencio cómplice del mundo, Sérgio Moro, el juez que encarcelando a Lula permitió a Bolsonaro ganar la presidencia, será su ministro de Justicia. Bien ganadas las 30 monedas”.
Por su parte, Luiz Inácio Lula Da Silva ha declarado recientemente: “Siempre tuve la seguridad, desde que empezaron los discursos y el proceso de la operación Lava Jato, de que había un objetivo central, que iba a llegar a mí”.
Creer o reventar; ya no lo dice solo él; lo dicen los propios magistrados que lo tienen encarcelado. Dispuestos a pulverizarlo por completo, se le iniciaron nueve procesos penales, uno de los cuales derivó en una condena (en febrero de 2019) de 12 años y 11 meses. La sentencia se encuentra pendiente de revisión en cortes superiores; pero, de confirmarse, le quitaría a Lula la posibilidad de ser excarcelado o pasar a un régimen semiabierto, tal como se prevé actualmente. Mientras tanto, y por las dudas, la décima causa está en marcha.
Apenas transcurridos dos días del anuncio de que podría llegar a cumplir su condena en régimen de libertad vigilada, la “Justicia” brasileña autorizó de apuro una nueva causa en su contra por haber recibido un soborno de la constructora Odebrecht a cambio de favores políticos.
No quieren riesgos. Culpable o no, Lula no debe volver a salir de la cárcel. No con vida.
¿Operaciones gemelas?
Y mientras en Brasil el suprapoder está decidiendo si hace rodar algunas cabezas de cómplices como Sérgio Moro para tapar el ojo (bajo la consigna “si te atrapan, no te conocemos”), en Argentina está cayendo la cabeza del periodista estrella de Clarín por armar causas con los kirchneristas.
Daniel Santoro sería el cómplice de Marcelo D’Alessio, un espía ilegal que amenazaba con escándalo público a sus víctimas. Santoro era el encargado de cumplir las amenazas publicando en el diario las acusaciones. El juez ramos Padilla ha indicado que ambos trabajaban en dúo para armar causas contra exfuncionarios kirchneristas, en particular, la “causa del gas natural licuado”. Por un lado, Santoro formaba parte de una organización delictiva que realizaba operaciones de inteligencia ilegales; por otra parte, ejecutaba las amenazas con los medios que le proporcionaba Clarín.
Téngase en cuenta que ni una letra se escribe en dicho diario sin la aprobación de sus directivos, por lo que la trama involucra de lleno al grupo que Cristina jamás se cansó de acusar como líder del complot en su contra. D’Alessio ha llegado a referirse a Ricardo Roa (jefe directo de Santoro) como “su nuevo amigo”. Los mensajes cruzados entre el periodista y el chantajista no dejan dudas sobre cómo operaban.
Al igual que en Brasil, el suprapoder se valió de jueces y fiscales que, apuntalados por la prensa corrupta, cumplieron la función de destruir la imagen de la peor amenaza electoral para la derecha. La misma historia, la misma jugada: sacamos a Lula y ponemos a Bolsonaro; sacamos a Cristina y ponemos a Macri.
En Ecuador, las cosas se hicieron de otra manera, ya que contaron con la complicidad de Lenín Moreno, el cual llegó a la presidencia gracias a Rafael Correa y luego le clavó varios puñales en la espalda. ¿Quién podría ver con malos ojos a un hombre en silla de ruedas que, adelantándose al final de Game of Thrones, encarna a Brandon Stark, el Cuervo de tres ojos? Era el traidor ideal; una jugada magistral de la derecha.
La justicia ecuatoriana ha emitido una orden de arresto contra el expresidente (2007 y 2017) por haber estado detrás del secuestro de un opositor en Colombia en 2012. Correa se encuentra en Bélgica debido a que su esposa es belga y espera que Interpol rechace la circular roja por tratarse de persecución política. Lo cierto es que la causa carece de pruebas serias; pero si nos atenemos a lo que pasa en Brasil, eso no será obstáculo para encarcelarlo y liquidar su liderazgo en Ecuador.
Rafael Correa apunta a Lenín Moreno como el articulador del complot: “Él está detrás de todo esto”. Sin embargo, es una verdad a medias, porque Moreno es simplemente otro peón, la cara visible del poder detrás del poder, como lo era Peña Nieto en México. Anteriormente, Moreno se había reunido con un fiscal para llevar a la cárcel a Jorge Glas (exvice de Correa), usándose también a Odebrecht como el hacha que cortaría su cabeza.
La derecha ha refinado sus métodos. Antes usaban militares para derribar gobiernos populares como el de Salvador Allende en Chile; ahora prefieren usar periodistas, jueces y fiscales. Tienen el poder, tienen el dinero y la falta de escrúpulos necesaria para lograr sus objetivos y, sin dudas, van ganando la partida. Sin embargo, este mes, les toca dejar caer algunos alfiles y peones.
La verdad, a veces, es como el agua que se intenta atrapar en un puño.