Los sucesos que vienen desarrollándose en Argentina y en Brasil confirman rotundamente que lo peor que le podía pasar a nuestro país es que en las elecciones de 2019 triunfen los partidos y sectores afines a la ideología neoliberal, oligárquica y corporativista que domina a los gobiernos de Argentina y Brasil.
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Mientras que en Brasil tienen que desconocer directamente a la Justicia para mantener preso al candidato más popular, Luiz Inácio Lula da Silva, y permitir que continúe gobernando un grupo de siniestros empresarios empeñados en desguazar lo que queda del Estado para beneficiar sus propios intereses mientras militarizan el país; en Argentina, en el marco de un crescendo de la crisis económica provocada por sus medidas económicas (como la “urgente” eliminación de las retenciones a las exportaciones agropecuarias, que ahora se ha visto obligado a reimponer, si bien en forma más atemperada y presuntamente acotada), el conjunto de oligarcas pitucos comandado por Mauricio Macri hace como que va a cambiar, pero no solo mantiene sus principales funcionarios de mayor confianza (en particular el impasible Marcos Peña y Nicolás Dujovne), sino que no toma ninguna medida de auténtica solución económica y sus instrumentos se limitan a rogar más fondos y más rápido al Fondo Monetario Internacional, y subir la tasa de interés a un impagable 60%, mientras el dólar sube un 114% en lo que va del año, y la inflación (que superará el 48% anunciado por el ministro) corroe los ingresos de trabajadores, jubilados y sectores vulnerables. Por supuesto, los exportadores (y los que tienen sus fortunas en moneda dura en el exterior, como el presidente Macri y la mayor parte de sus ministros) ven aumentados fabulosamente sus patrimonios, mientras la población pauperizada ya organiza piquetes en los que ya ha habido muertes.
Así es la lógica de estos CEOs puestos a gobernar directamente el país, prescindiendo del personal político, como ocurre en el caso de Donald Trump y como ocurriría en Uruguay si gobernara el tándem Luis Lacalle Pou–Ernesto Talvi. Este último, dicho sea de paso, visitó a Macri y Dujovne el 30 de agosto y manifestó que “sus medidas son las adecuadas” y que constituyen “un equipo formidable”. Ya sabemos lo que ocurriría si este “batllista” (al estilo de Ramón Díaz y sus Chicago Boys) tuviera alguna injerencia en el poder, en alguna eventual alianza de sectores de derecha. Que nadie piense que esta gente cree que Macri y Temer gobiernan mal. Todo lo contrario: la desigualdad y el desempleo (que bajan los salarios mientras aumentan sus riquezas) y la crisis polarizante constituyen la base de su modelo de gobierno: así fueron los colorados por lo menos desde Jorge Pacheco Areco, y ese fue el modelo que quiso imponer Luis Alberto Lacalle Herrera, ideólogo del enfrentamiento del Filtro, que lo iba a convertir en el sucesor natural del Bocha.
Para la oligarquía es todo ganancia pero no así para la gente común, incluyendo las clases medias. Repasemos el drama argentino.
Las cosas por sus cifras
Christine Lagarde recibió a Nicolás Dujovne, pero no hay más dinero para la Argentina. Donald Trump tuiteó dos veces que apoya al gobierno de Macri pero no movilizó un dólar. Justo es decirlo, nada evoca el gesto de George W. Bush hacia Jorge Batlle en el año 2000. No hay confianza en el gobierno argentino. Ni la gente, ni “los mercados” (nombre que se da a los grupos de poder económico real) confían ya en el gobierno argentino debido al descontrol del mismo sobre la economía.
Tras una serie de jornadas de escalada imparable, el dólar cerró el martes a $A 39,79 (con picos de $A 47); y la respuesta gubernamental fue pedir más adelantos al FMI, subir la tasa del Banco Central a un imposible 60%, y anunciar un mayor ajuste fiscal. Si este rumbo continúa ya sabemos lo que le espera al gobierno de Macri y, desgraciadamente, a la Argentina y sus vecinos.
El dólar, la variable fundamental en nuestra región, cerró el martes (después de la consabida venta de última hora por parte del Banco Central de la República Argentina, BCRA) a $A 39,79 -luego de tener picos de $A 47- lo que significa una devaluación de 40,6% en lo que va de agosto y de 113,9%, teniendo en cuenta que la divisa cerró a $A 18,60 al 31 de diciembre de 2018.
Nada indica que esta espiral no continúe indefinidamente cuando, terminada la confianza, toda la liquidez se dirige a la divisa norteamericana. Esta espiral a la larga favorecerá la competitividad de la economía argentina, mejorando sus exportaciones y su turismo, en detrimento de los nuestros.
Debe señalarse que el Real se devaluó un 22% en lo que va del presente año, en tanto que nuestro país depreció su moneda nacional un 13%. Argentina fue nuestro quinto comprador de bienes en 2017, y representa el 81% de los turistas que nos llegan del exterior.
El “riesgo país” de Argentina subió nuevamente a 783 puntos básicos, o sea que si los mercados financieros le prestaran a Argentina (y no lo hacen, por lo que su gobierno recurre solamente al FMI), a la tasa debe adicionarse 7,83%.
La primera medida del presidente fue solicitar la reformulación del acuerdo standby con el FMI, adelantando los desembolsos. Obviamente es para poder atender los compromisos ya asumidos, un gesto desesperado.
Con el FMI se comprometió llegar a un déficit fiscal primario de 2,7% por ciento del PIB para 2018 y 1,3% por ciento para 2019, variables alcanzables solamente al precio de un ajuste fiscal que sería políticamente y socialmente intolerable. También se comprometió una inflación de 32% para 2018, cuando la oficial llegó ya a 35,5%.
La segunda gran medida tomada el martes 30 de agosto fue llevar la tasa de interés del BCRA a 60%, para contrarrestar la fuga hacia el dólar y frenar la inflación. Cabe consignar que se trata de una tasa totalmente impagable para cualquier actividad lícita, e incluso debe serlo para cualquier actividad ilícita. No hay economía que pueda trabajar, y menos crecer, con semejante costo del dinero.
Los grandes empresarios, como José Ignacio de Mendiguren y Cristiano Ratazzi, entre muchos, que el martes 2 se reunieron en el Council of the Americas, criticaron fuertemente la totalidad de las medidas y exigieron “cambios profundos”.
Las previsiones de crecimiento, que ya se habían vuelto negativas, fueron fijadas en una caída del PIB de Argentina del 2,4% del PIB por el propio Nicolás Dujovne, quien previó también una inflación de 42%.
El futuro y los vecinos
Es verdad que este escenario no ocurre despegado de otros acontecimientos: el contexto externo se ha complicado para América Latina con la apreciación del dólar y la suba de las tasas de interés impulsadas por la administración de Donald Trump, que aspiran los capitales de regiones inestables como la nuestra. Asimismo, Argentina está envuelta en un alud de escándalos de corrupción que afectan al kirchnerismo y al macrismo, y que obviamente llevan a desconfiar de todo el sistema político.
Pero ninguno de estos factores elimina la responsabilidad del gobierno de Mauricio Macri, cuyo carácter oligárquico, corporativo, primarizador y voraz por definición; su falta de sentido de la realidad, y hasta la falta de sentido del peligro para tomar medidas que «sorprendan a los mercados» (como le aconsejan sus periodistas obsecuentes, apuntando al alejamiento de Marcos Peña) lo hace total responsable de esta carrera hacia el vacío, que nuevamente asombra al mundo y aterroriza a la región.
Esa carrera que nos arrastra a nosotros, porque atraso cambiario, devaluaciones regionales sin contrapartida, y confianza ilimitada en nuestras propias posibilidades no son buenos consejeros, cuando estamos en medio de la negociación de la última Rendición de Cuentas de esta Administración y a meses de una feroz campaña electoral.
El gobierno uruguayo, protegido por su seriedad y sus fortalezas, hace todos los esfuerzos por despegarse de la debacle argentina, devaluando suavemente y protegiendo en lo posible el turismo. Las inversiones sabrán dónde acudir en la región, viendo lo que ocurre en Argentina y Brasil.
Mientras tanto, la oposición clama por ajustes fiscales como los de Macri y Temer, porque esa es la política que quieren.
Una política que por todos los medios debemos evitar que llegue al gobierno en 2019.