Un mismo día se conocen dos resoluciones. La del Frente Amplio (FA) expulsando a Luis Almagro y la solicitud de este a los gobiernos de Trump y de Duque para que auspicien su reelección. Parecería que estuviera esperando. Es raro que la prensa internacional (CNN a la cabeza) informe en forma confusa la noticia. “El partido al que pertenecía Almagro en su país le expulsó de sus filas”.
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Es verdad. Pero sólo una parte de ella. No dicen que durante los tres gobiernos del FA Almagro fue un influyente dirigente, sobre todo en política exterior. Fue asesor internacional de un ministro, que poco después sería electo presidente de la República: Pepe Mujica. Cuando este asume, se desempeña como canciller. En el tercer período ocupa una banca en el Senado. Su discurso obviamente era otro, no el que exhibe hoy como su razón de ser.
Fue un buen canciller. Hizo cambios en la estructura del Ministerio de Relaciones Exteriores. Se oponía a lo bloqueos, a las rupturas de relaciones entre países de la región y, alineándose en la tradición histórica de los “blancos” de Oribe, Herrera, Haedo, Wilson, se oponía radicalmente a todo tipo de intervención al amparo de los Tratados de Asistencia Recíproca (TIAR) de nuestro Sistema Interamericano.
Si habremos conversado de las intervenciones famosas de Uruguay en la ONU cuando ocupó dos veces (antes de la de 2017) la presidencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Primero, el Dr. Pedro P. Berro, cuando el conflicto en Gibraltar de 1967. Nos fascinaba recordar el discurso del embajador Carlos M. Velásquez cuando la invasión a Santo Domingo. “Formalmente” los yanquis utilizaron el TIAR en la llamada operación “Power Pack”; fue una decisión personal del presidente Lyndon B. Johnson que la OEA resolvió como propia cuando ya había dominicanos muertos por marines.
Era un placer oírlo hablar de esto a Luis antes de su conversión; como todos los conversos, cuando cambió su discurso 180 grados hacia una visión de América Latina compartida por Donald Trump. Fuimos muy amigos. Tomábamos un café de vez en cuando, en su despacho. Creo haber sido el único extranjero que viajó a su asunción en la OEA. Fue también la última vez que le vi.
Cuando fui jefe de misión (JM) en las elecciones en Haití, escribió “pasarán muchos años antes de que la OEA pueda agradecer tu invalorable gestión”. Pero cuando brindé mi informe final ante el Consejo Permanente de la OEA, no se hizo presente y había cambiado el final. Los JM se supone que son independientes. Yo había dejado en claro que no se podía hablar de “paz”, sino de “elecciones sin violencia”. En mesas de votación murieron niños de hambre. No había paz.
La observación electoral empezó a mostrar muchas fallas. En el caso de Honduras, la misión OEA consideró que las elecciones no eran válidas y llamó a realizarlas de vuelta. Pero Almagro nunca criticó al presidente de Honduras, ni pidió que se le echara de la OEA ni lo incluye en las listas de dictaduras. En Brasil había una misión grande de observación, pero antes de que esta hablara, Almagro ya había declarado a Bolsonaro ganador: “Aplaudimos su mensaje de verdad y paz. Cuenta con compromiso del secretario general de la OEA de trabajar en forma conjunta”.
Lo más triste es que no sorprendió a nadie. Ya su credibilidad democrática había desaparecido el día en que en las fronteras entre Colombia y Venezuela había llamado a una intervención militar contra este país. Ese día renuncié a integrar misiones electorales de la OEA, lo que venía haciendo desde antes de que él fuera secretario general.
Éramos amigos. Pero cambió. El poder ciega. Me pidió que presentara su biografía en 2013. En la dedicatoria me llama “amigo y consejero”. Obviamente de estas barbaries yo no aconsejé nada. Estaba orgulloso del libro en el que dice cosas como: “Algo estaba cambiando en la región, con el acceso de Chávez al gobierno en Venezuela, el de Lula en Brasil, el de Kirchner en Argentina”. Hoy golpea las puertas de Trump. Pero dice en el libro: “Hoy la tecnología permite la omnipresencia el imperialismo y de sus pautas culturales, políticas, y económicas”. No sé cuándo mintió, cuando escribía estas cosas o ahora; en cualquiera caso, es un mentiroso.
Quiere la reelección. Propuesto por el gobierno del Frente Amplio, que lo echa, ahora busca el respaldo de Estados Unidos. Por ahora sólo han abierto opinión, apoyando su reelección, Trump y Bolsonaro. Si designado a instancias de Mujica, ha hecho culto al cipayismo, ¿qué podría pasar si es electo en este escenario? Me pregunto si estaría bien que otros países voten a un uruguayo que no goza del respaldo de su propio país.
Apoyar su reelección no es un juicio sobre su actuación ni coincidir o no con sus nuevas ideas. Es un acto hostil hacia Uruguay. No hay precedentes en la OEA de un secretario general electo que fuese ciudadano de un país que no lo apoya. Por otra parte, desde el viernes 14, el secretario general de la OEA viene criticando y pegándole duramente al FA desde su cuenta oficial de la organización. También desde la misma ha lanzado su campaña por la reelección. La cuenta de la OEA es para hablar en nombre de los Estados miembros y no megáfono para defender sus intereses personales. ¿Puede alguien que polemiza sobre la situación interna y agravia un partido político de su país, que es además el de gobierno, ser secretario general de la OEA? No.
Si tuviera un mínimo de sensibilidad ética, él mismo debería dar un paso al costado, pero no tiene suficiente grandeza para ello. Con todos sus defectos, la OEA da más que eso. No lo puede, ni debe ni va apoyar. Será uno de los tantos colaboradores de Trump que, como los de la Casa Blanca, se irá por la puerta chica.