Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Editorial

María Auxiliadora

Por Alberto Grille.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

El fallecimiento de María Auxiliadora nos sorprendió a todos cuando nos despertamos el miércoles en la mañana. Tal vez, su modestia y su bajo perfil hicieron que los que sólo la conocíamos por la imagen moral que transmitía, recibiéramos el impacto de su muerte con sorpresas y muchísimo dolor.

Para todos, era una persona muy querida. Su humildad llamaba la atención de quienes no la conocían o la conocíamos muy poco.

Una mañana, hace algunos años, la acompañé conversando mientras  caminaba con paso lento desde el supermercado Devoto hasta su casa con una escoba recién comprada bajo el brazo.

Otro día vimos cómo unos japoneses descendían de un autobús de turismo para fotografiar a la esposa del presidente, quien barriendo la vereda irradiaba  sencillez republicana.

María Auxiliadora falleció en la madrugada, tras compartir con Tabaré 56 años de matrimonio y una numerosa familia compuesta por cuatro hijos y una multitud de nietos que eran su pasión.

Fue ejemplo de vecina, de trabajadora, de esposa, de madre y de militante social.

Vecina de La Teja, Progreso y luego de Bella Vista y el Prado, fue durante su vida generosa desparramando solidaridad y esperanza, particularmente para los más necesitados.

Su trabajo social estuvo casi siempre vinculada a la causa salesiana, en cuyo colegio Maturana educó a sus hijos.

Según el Boletín Salesiano, María Auxiliadora nació el 11 de marzo de 1937. Fue la menor de 11 hermanos que crecieron en el barrio La Teja, y perdió a su padre tempranamente, cuando apenas tenía tres años. Los únicos ingresos de la familia Delgado venían de la actividad laboral de él, que trabajaba como cobrador del Círculo Católico del Paso Molino. La madre se había dedicado a criar a sus 11 hijos –tres varones y ocho niñas– y a trabajar de manera honoraria en organizaciones católicas que asistían a personas enfermas.

El catolicismo tuvo un papel central en la vida de María Auxiliadora.

Para ella, este nombre tenía un peso simbólico vinculado a la Virgen y a su misión para con los demás.

Trabajó duramente toda su vida. Entró por concurso en la Caja de Jubilaciones y Pensiones de Profesionales Universitarios, donde durante años le fue negado un ascenso, seguramente por sus ideas políticas que nunca ocultó. En 1992, cuando le concedieron la jefatura de Departamento, luego de que su esposo fuera electo Intendente de Montevideo, renunció y se jubiló.

Rehuía las cámaras aunque no dejaba de sonreírles, transmitiendo esa bonhomía y buen carácter que trasuntaba.

En la entrevista del Boletín Salesiano le pidieron que jerarquizara los roles que ocupaba, y ella –entre risas– eligió el siguiente orden: “Esposa, luego abuela y después madre”.

Ideó, impulsó y lideró, junto a su hijo Nacho, el Programa Nacional de Salud Bucal, dedicado sobre todo a los niños carenciados del interior del país. “Algo que heredé de mi madre -decía- es mirar a todos de forma horizontal. Nadie es más que nadie. Y algo que siempre sentí que quebraba esa horizontalidad eran las sonrisas sin dientes, porque ese niño o esa persona a la que le falta un diente, o más de uno, tiene una desventaja frente a los otros”.

Los que pasábamos caminando frente a su casa la veíamos podando  sus rosales y charlando con los vecinos.

Dicen que su colección de rosarios incluía cinco que habían sido regalos de los Papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.

María Auxiliadora siempre fue y habló de sí misma como una servidora: “Si la vocación de Tabaré es, para mí, la medicina, mi vocación se resume en una sola palabra […]: servir”. A Vázquez lo veía como “romántico”: “Creo que para asumir grandes desafíos en la vida, en la medicina, en la política, se requiere una dosis de romanticismo, de creer que se pueden lograr cosas aparentemente imposibles, si no, no creería que las enfermedades ‘incurables’ se pueden curar”.

Ayer vimos cómo se expresó en sus exequias el reconocimiento de toda la sociedad a esta silenciosa militante de la vida.

Todos queremos acompañar a Tabaré y también  a sus hijos y nietos en este momento de desolación.

Particularmente a Tabaré, de quien, egoístamente, siempre esperamos más.

Tal vez ella y Tabaré se sonreirían oyéndome decir: “Que Dios te bendiga”.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO