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Sociedad

Milton Fornaro: «Los románticos vivimos en un coqueteo con la muerte más que con la vida»

El escritor y guionista uruguayo habla de pasado y presente, repasa los recuerdos más anhelados de su vida y confiesa que piensa en la muerte desde sus primeros años de juventud. Además, dice que la literatura es la razón de su existencia y que escribe para tratar de entender un mundo que no lo conforma.

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Textos Daniel Alejandro

 

Entre Hoy fue uno de esos días y La vida por delante está la historia de un hombre que ha nacido para escribir. Un tipo que ha tenido grandes amores pero que, sin lugar a duda, el más grande fue, es y será la literatura.

Milton Fornaro me recibe en su casa, más precisamente en su escritorio, una habitación con muchas más historias de la que alguien si quiera puede imaginar. En esas cuatro paredes hay infinitos retratos: una caminata por las callecitas de Buenos Aires previo a una entrevista con Jorge Luis Borges, un mano a mano con el gran Juan Carlos Onetti, Hemingway junto a Fidel Castro, viejos amigos de la editorial Arca, portadas de todas sus novelas… En esas pequeñas grandes fotografías se va la vida y está la vida, porque, así como en sus paredes, todas esas anécdotas habitan en su memoria.

 

Roberto Bolaño decía que robar libros no tendría que ser un delito. ¿Comparte eso?

No, no lo comparto. Creo que es mejor pedirlos prestados porque los libros, para su propietario, significan muchas cosas. Es como robarle un pedazo del alma.

 

Pero, en la mayoría de los casos, cuando se presta un libro es muy difícil que vuelva.

Sí, yo no presto libros porque sé de la tentación de no devolverlos.

 

¿Nunca le ha pasado pedir un libro prestado y no devolverlo?

Si pido, devuelvo. Soy muy respetuoso. Creo que el que tiene libros, salvo que sea un acumulador de cosas, es porque siente placer de comprarlos y le significan algo. Nadie puede usurpar eso.

 

¿Cuál fue el libro que pidió prestado?

La crítica del gusto de Galvano della Volpe. Era un libro de filosofía muy difícil de conseguir y se lo pedí a Jonio Montiel, un pintor amigo, mucho mayor que yo. Me lo prestó con mucho gusto y luego, como siempre ocurría con él, me hizo preguntas sobre el tema. Él me recomendaba lecturas, me prestaba muchos libros y después me hacía preguntas. Te estoy hablando de los años 60. En ese momento, yo tenía una biblioteca que tendría unos 100 volúmenes. Vivía en Minas, donde no había librerías y los libros que me interesaban eran muy difíciles de conseguir. Para comprarlos había que venir a Montevideo.

 

¿Existe la amistad entre escritores?

Tengo muy buenos amigos entre los escritores. Fernando Butazzoni, Mario Delgado Aparaín, Claudio Invernizzi, son algunos de los tantos. Incluso, a veces intercambiamos los originales. Ellos me hacen el honor de leer mis libros y hacerme correcciones. También, cuando terminan un libro me lo envían y hacemos el intercambio.

 

¿Qué significan los retratos en su vida?

Son mojones de mi existencia. Todos tienen que ver con todo. Tengo fotografías de gente que he conocido y también de gente que nunca conocí, pero que me hubiera gustado conocer.

 

¿Y para qué sirven?

A mí me sirven como un anclaje. Es decir, tengo fotografías de gente que admiro, que de alguna manera me ha inspirado y servido como guía.

 

Pero en muchos de esos retratos está el dolor.

En algunos casos sí, por supuesto. La vida tiene eso, no es solo placer.

 

¿Eso no perjudica su alma?

No, vivo la vida como se presenta. Tengo momentos de placer y alegría, y la contraparte, que es el dolor y la tristeza. Pero creo que es la manera que tengo de vivir plenamente. No se podría vivir solo en el placer, así como tampoco se podría vivir solo en el dolor.

 

Usted dice que debe haber un equilibrio.

Sí, aunque a veces se da y otras veces no.

 

Hoy en su vida, ¿qué está ganando? ¿La alegría o el dolor?

Yo tengo una vida muy placentera porque hago lo que me gusta. Y para mí el placer surge de poder hacer lo que uno quiere.

 

¿Cómo se lleva con la noche?

Soy noctámbulo. Duermo muy pocas horas desde que era niño. La noche es parte de mi vida. Si me desvelo, que ocurre a menudo, no me quedo en la cama, me levanto. Vengo al escritorio o me siento en algún otro lugar, esperando que me venga el sueño, siempre leyendo.

 

¿Qué significa el escritorio en su vida?

Es mi lugar de trabajo. Es el lugar en el que me siento más cómodo y protegido. Estoy rodeado de cosas que quiero, que me gustan, lleno de recuerdos. No hay nada en este sitio que no tenga un recuerdo.

 

Acá, en su pared, veo muchos personajes que no conoció personalmente. De todos ellos, ¿con quién le gustaría ahora tomarse un café?

Con Hemingway. Supongo que era un personaje insoportable en el trato diario, pero, sin lugar a duda, una conversación con él sería una experiencia muy estimulante.

 

Ahora yo soy Hemingway y le pregunto a usted: ¿por qué me quité la vida?

Creo que, en los últimos años, se le habían acentuado una cantidad de síntomas que los tuvo desde muy joven. Eso explicaría, por ejemplo, todos los actos arriesgados de Hemingway. Casi diría que tenía un desprecio por la vida. Hay una anécdota suya muy particular. Un día se tomó un vuelo en África, la avioneta capotó y tuvo un accidente. Ninguno de los tripulantes ni sus familiares sufrieron daños, subieron a otra avioneta que los fue a buscar y volvieron a tener otro accidente. Y resulta que Hemingway se escapa de la avioneta rompiendo la puerta con su cabeza. Siempre me pregunté por qué con la cabeza, cuando cualquier otro ser humano lo habría hecho con los pies. Ese era él, un tipo de actitudes extremas, por eso escribió Un verano sangriento. Creo que ese cúmulo de experiencias hicieron que él tomara la determinación de suicidarse; además de la manera que lo hizo, que fue con una escopeta.

 

¿A usted nunca le pasó pensar en sacarse la vida?

No, jamás. Tomar la vida en mis manos no, sí tenía como la sensación de que no iba a vivir más allá de los 20 años.

 

¿Por qué esa sensación cuando era un romántico?

Precisamente porque los románticos vivimos en un coqueteo con la muerte más que con la vida. No hubo ningún hecho en particular, tenía esa sensación instalada de que no iba a vivir más de 20 años. Y, tal vez, eso me sirvió para escribir y generar una obra contra el tiempo que yo suponía que tenía. Mi primer libro de cuentos lo publiqué a los 20 años. Tenía que hacer algo antes de morirme y me había puesto ese plazo.

 

De alguna manera quería quedar en la inmortalidad.

No sé si a la inmortalidad…

 

¿Por qué hacerlo tan rápido, entonces?

Quizás, porque era la manera de engañar a la muerte, de burlarme de la muerte. Es decir que mi vida no iba a pasar en vano.

 

¿Extraña a ese romántico que perdió?

No, sigo siendo el mismo. Pasados los 20 años, todo lo demás vino de regalo en esa presunción. Sigo pensando lo mismo desde todo punto de vista y me sorprendo cuando me veo en el espejo transformado en un viejo, porque por dentro sigo siendo aquel muchacho.

 

¿Cómo se lleva con la vejez?

Bien, fenómeno. El otro día le decía a una amiga que a medida que la vida se acorta, se alarga la lista de medicamentos que debemos tomar. Ese es el cambio. Esa es la medida del envejecimiento.

 

¿Piensa en la muerte?

Sí, permanentemente. Es de los temas que me ha obsesionado. En mis cuentos y novelas hay mucho de eso. Tal vez buscando una explicación a la vida.

 

¿Y la encontró?

No. Es un ejercicio. Sería muy presuntuoso de mi parte decir que encontré la razón de vivir. Uno hace lo que puede en esta existencia.

 

¿Qué hace los fines de semana?

Hago casi lo mismo que el resto de la semana. Escribo, escucho música, leo. También miro la televisión, algo de fútbol.

 

¿Tiene un lugar preferido para irse y fugarse de todo?

Con mi mujer tenemos una casa en Punta del Diablo a la que vamos cuando podemos. Queda muy lejos, pero cuando estamos con fuerzas de hacer 300 kilómetros vamos. Es un lugar mágico, una casa frente al mar, donde hay tranquilidad y silencio. Solo el ruido del mar. En Un señor de la frontera hago una descripción de Punta del Diablo, pero en invierno, cuando se convierte en un lugar inhóspito, con su característica de viento permanente.

 

Este fin de semana, se va con su señora a Punta del Diablo y debe elegir dos libros: uno suyo para releer y otro de algún autor que le guste. ¿Qué títulos se lleva?

De mí autoría llevaría La Madriguera porque es el más complejo, el que tendría que releer. Son varias historias y no es fácil. Y de otro autor elegiría Bajo el volcán de Malcolm Lowry, porque es un libro que releo. Borges decía que el placer que dan los años es la posibilidad de la relectura y uno tiene la chance de releer aquello que fue decantando.

 

¿Quién le dio más hasta ahora: la vida a usted o usted a la vida?

La vida me ha dado a mí mucho más de lo que yo le di. Soy un agradecido de la vida que me ha permitido hacer lo que quiero, tener la familia que tengo, con mis hijos y nietos.

 

¿Qué significa la literatura en su vida?

Es la razón de vivir. Si no escribiera, al menos, sería muy diferente.

 

¿Se imagina cómo?

Viviría en permanente lucha con el mundo que no me conforma. Por eso escribo, porque no tengo un lugar en este mundo que me ha tocado. Y si yo no tuviera esa herramienta, tendría que estar permanentemente enfrentado con el mundo. Y te diría que ferozmente enfrentado.

 

¿Qué hay de cierto en que un libro puede cambiar una vida hasta salvarla?

No lo sé. No sé qué poder puede llegar a tener un libro en determinadas circunstancias. Creo que una vida la puede salvar un médico, pero un libro tengo mis dudas. No le asigno un papel importantísimo a la literatura. No es una terapia. Yo, particularmente, no concibo la vida sin ella. Pero eso no quiere decir que piense que lo que escribo le puede salvar la vida a alguien.

 

¿Entonces por qué escribe?

Porque es lo que sé hacer, es la manera que tengo de vivir en este mundo que no me conforma. Escribo para tratar de entender lo que pasa.

 

¿Y para los lectores?

Sí, por supuesto, permanentemente. No creo que haya alguien que diga que no escribe para los lectores. El propio Onetti, que se jactaba de decir que escribía para sí, en sus últimas novelas apela a personajes de novelas anteriores. Entonces, ¿a quién está dirigida esa guiñada? Al lector. Y eso desvanece toda su posición de “yo escribo para mí”. Todos escribimos para que nos lean, porque no hay literatura si no existe el lector. Hay un caso muy claro: hace unos años, ahora ya no se estila, sobre todo las muchachas llevaban diarios íntimos. ¿Qué ocurría con los diarios íntimos? Eran íntimos, pero casualmente siempre se han descubierto en algún momento. Eso no es casualidad. Tal vez, inconscientemente, los dejaran en un lugar en el que pudieran ser encontrados. ¿Por qué? Porque nadie escribe para sí.

 

Digamos de alguna manera que no podemos ser tan egoístas de escribir y guardarlo en el cajón.

Claro. Un texto no está completo hasta que otros ojos lo ven. Lo que hace el escritor es un 50% y el otro lo hace el lector, que se apropia de ese libro y lo crea de acuerdo a su visión. Ningún lector lee de la misma manera un mismo libro. La esencia de lo que escribió el autor va a ser transformada con la lectura de cada uno que lo lee.

 

¿Cree en el destino?

Creo, sí.

 

¿Por qué cree en el destino?

Porque vine a este mundo a escribir y porque lo estoy haciendo.

 

Biografía
Nació el 16 de setiembre de 1947 en Minas, Lavalleja. Es escritor y guionista. Fue parte del equipo fundador de las revistas de humor político El Dedo y Guambia. Durante la presidencia de José Mujica, fue asesor de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.

 

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