Por Sofía Pinto Román
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9 de septiembre: un hombre fue apuñalado en el centro, está en situación de calle y no quiso radicar la denuncia. Las noticias aseguran que tiene antecedentes.
8 de septiembre: una mujer no identificada fue asesinada de un disparo en La Boyada. Los vecinos le contaron a la policía que ella estaba en situación de calle. Las noticias aseguran que consumía drogas.
7 de septiembre: un hombre fue asesinado de varios disparos en Malvín Norte. Los vecinos le contaron a la policía que él estaba en situación de calle.
28 de julio: un hombre en silla de ruedas murió por hipotermia, estaba en situación de calle. Las noticias aseguran que no quiso ir a un refugio.
25 de julio: tres jóvenes fueron formalizados por golpear y prender fuego a Patricio Valentino, que estaba en situación de calle, en Paso Carrasco.
22 de julio: femicidio en Paso Molino. La víctima era una mujer en situación de calle.
16 de julio: un hombre fue atacado con un fierro y hospitalizado por tener el tabique roto. Estaba en situación de calle. Las noticias aseguran que tenía antecedentes y que no quiso ir a un refugio.
14 de julio: Andrés Vargas, hombre en situación de calle, fue prendido fuego en Ciudad Vieja. Las noticias aseguran que, según los vecinos, Andrés siempre fue solidario.
1 de julio: Gustavo Castro murió por hipotermia en la calle porque no había lugar en los refugios del Mides.
15 de junio: Reynaldo Godoy murió por hipotermia, estaba en situación de calle.
2 de junio: Daniel Nuñez fue asesinado de varios disparos. Las noticias aseguran que estaba en situación de calle y tenía antecedentes.
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Los jóvenes que salieron a violentar personas en situación de calle con bates fueron pintados por algunos medios como justicieros. Lo poderoso (y peligroso) de las palabras es que todo puede justificarse, hasta los asesinatos. Es cuestión de construir un chivo expiatorio, un enemigo que porta todos los males (drogarse, ser pobre) y ya tenemos pase libre para ir a reventarlo. No es violencia, es justicia. Incluso se puede esgrimir como un acto de legítima defensa, como si la mera existencia de la persona fuese un ataque y eso diera un marco de garantías para ir contra ella (perdón, defenderse de ella).
Cuando Andrés Vargas fue prendido fuego en Ciudad Vieja lo importante era que los vecinos decían que no era mala persona, que siempre andaba con su perro. Es decir, se podía construir un relato sobre su identidad que generara empatía. Esa costumbre de preguntarle a la gente qué piensa como forma de validación o condena de una persona es cuestionable: ya sabemos cuántos «padres de familia» están procesados por abuso sexual o por estafa.
Ser una persona en situación de calle es una cruz que nadie se puede sacar tan fácil. De repente a algunos periodistas les parece esencial contar esa circunstancia (que sí, es importante, pero no como atenuante, sino como agravante), listar los antecedentes penales de la persona y qué consumía. Esa violencia verbal, discursiva, simbólica y de poder no se denuncia, pero existe. ¿Hacen lo mismo con una persona que tiene casa? Me animo a afirmar que ni siquiera se les cruza por la mente que para quien va a leer/escuchar/ver sea importante saber si un empresario asesinado fumaba Nevada o no podía parar de tomar whisky antes de ir a trabajar. Tampoco van a una comisaría a pedir antecedentes de buena conducta, ¿tendría alguna denuncia de violencia de género? ¡Qué importa! Era un hombre con casa.
Retomo esta idea: es relevante que sepamos que están violentando y asesinando personas en situación de calle. Es un agravante terrible. Los ataques sistematizados contra esta población explotaron luego de que llegara al Parlamento un partido militarista y al Gobierno nacional un partido que tiene en sus filas y en sus ministerios personas que machacaron de forma incesante con la inseguridad, con “los pichis delincuentes” y con lo mucho que les importaba “la gente de bien”. Incluso hoy utilizan estas expresiones que separan a “ciudadanos honestos” de «los otros» que son, lisa y llanamente, pobres. Porque esa es su línea: no tener plata.
Es inadmisible para mí como periodista ver medios que construyen la identidad de una persona según sus antecedentes, lo que consume o dónde duerme, y lo hacen porque es pobre o está fuera del sistema. Cuando una persona es asesinada, ¿qué aporta esa construcción discursiva? Atenúa, justifica, nos aleja de su realidad para que no empaticemos.
¿Dónde está el Estado? ¿Va a reconocer el Ministerio del Interior que hay ataques direccionados, sistematizados y odiantes hacia las personas en situación de calle? ¿Va a investigar o va a dejar que se instale el discurso de que se están “matando entre ellos”? Ellos. Nosotros. ¿Qué tan distintos somos?