En febrero de 1848, hace 175 años, se imprimía en Londres un folleto en alemán, de apenas 23 páginas, como definición de principios y programa de una pequeña sociedad clandestina, la Liga de los Comunistas, nombre que adoptó en su II Congreso la Liga de los Justos. La integraban obreros, artesanos y algunos intelectuales, muchos de ellos exiliados. Su elaboración se encomendó a Carlos Marx y Federico Engels, de 29 y 27 años respectivamente.
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Tal es el origen de este texto, cuya influencia en la historia de la humanidad es comparable solo a la Biblia, el Corán o la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, pero, con mayor amplitud, si cabe, ya que el Manifiesto influyó en la conciencia de hombres y mujeres formados en todas esas tradiciones y muchas otras, sin distinción de nacionalidades, culturas y etnias, como lo reconoció el economista y filósofo liberal Ludwig von Mises.
Traducido a todos los idiomas e incesantemente reimpreso, la apreciación del Manifiesto varió con las épocas y, aunque muchas veces se decretó su obsolescencia, otras tantas se lo redescubrió como guía de las luchas sociales y políticas. Como señala Atilio Borón, son las épocas de crisis económica y social las que descubren la validez y la vigencia del Manifiesto. Y en cada relectura sentimos, con asombro, que su voz no está ajada, sino que es vital y fresca. Quizás, según Hobsbawm, porque “Marx y Engels no describieron cómo el mundo había sido ya transformado por el capitalismo en 1848, sino que predijeron cómo estaba lógicamente destinado a ser transformado por él. Ahora vivimos en un mundo en el que esta transformación tuvo lugar ampliamente».
En aparente paradoja, cuando se nos impone un pensamiento y un lenguaje monocordes, cuando la realidad inapelable parece ser la globalización neoliberal y el posmodernismo declama su desdén por los “grandes relatos”, las palabras del Manifiesto se rejuvenecen en el cumplimiento puntual de sus anuncios. Es que el capitalismo hoy muestra, sin maquillaje, su intrínseca naturaleza.
La reestructuración del capitalismo bajo el signo neoliberal demuestra la famosa frase “el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”, barriendo las ilusiones del Estado neutral, mediador entre las clases o paternal protector de los débiles. La que Samir Amín llama “ley de pauperización de Marx” se expone crudamente, aun en los países centrales, en la creciente desigualdad en la distribución de la riqueza, la desocupación masiva y el descenso del nivel de vida de los trabajadores, acentuando las contradicciones internas del capitalismo y acelerando la recurrencia de las crisis. La proclamada novedad de la globalización está enunciada en el Manifiesto, así como la tendencia a la uniformización cultural bajo la égida de la ideología dominante. “Mediante la explotación del mercado mundial la burguesía le dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países […] La burguesía […] se forja un mundo a su imagen y semejanza”.
Las ideas y las palabras
Surgido de la pluma de Marx, el lenguaje del Manifiesto atrapa y deslumbra. Con sus frases lapidarias tiene una fuerza comparable a la de los profetas bíblicos. De no ser por el imbatible temor al viejo “fantasma”, debería ser incluido en los programas de literatura como un clásico.
“El Manifiesto posee un estilo que asocia, en una síntesis lograda, géneros y actitudes tan diferentes como la historia, el panfleto, la pedagogía, la colección de consignas, la utopía y hasta la profecía. Inaugura un nuevo género de escritura [...] En cuanto precisamente manifiesta, pone de manifiesto, desenmascara, atrapa in fraganti. Este texto político es un texto teórico. Este texto histórico es un texto literario […] La unidad de estilo representa ante todo una unidad de escritura, la de un Marx especialmente inspirado, más volteriano que hegeliano; concisión, brevedad, densidad, cuajado de fórmulas a la vez penetrantes, chocantes y brillantes, que han pasado al dominio público”. (Georges Labica)
Y agrega Labica: “A su vez tal unidad de escritura -y esto no es una paradoja- saca su fuerza de haber sido dual, producto de dos itinerarios estrechamente convergentes, el de Marx y el de Engels, en el momento en el que acababan de ‘liquidar cuentas con su conciencia filosófica anterior’ y por tanto de ‘esclarecer sus propias ideas’”.
Aunque con su habitual modestia Engels atribuye a Marx las ideas centrales del Manifiesto, su contribución no fue menor. No es por condescendencia amistosa que Marx dice que el Manifiesto fue “redactado por Engels y por mí”. Vale la pena señalarlo, por cuanto Engels ha sido y es frecuentemente menospreciado como intelectual y teórico. A él se debe el título de este texto. El Congreso de la Liga resolvió la redacción de una profesión de fe comunista. En diciembre de 1847, a propuesta de Engels, el II Congreso adopta el término “manifiesto”. Poco antes escribía a Marx: “Reflexiono un poco en la profesión de fe. Creo que sería mejor abandonar la forma de catecismo y titular la cosa Manifiesto Comunista. Como habrá que tratar más o menos de historia, la forma que se había adoptado hasta ahora no conviene en lo absoluto”. (Engels a Marx. 24/11/184)
Engels había ya escrito sus Principios del comunismo, así como un Bosquejo de una crítica de la economía política y La situación de la clase obrera en Inglaterra, entre otros trabajos que llamaron la atención de Marx. Este, por su parte, había producido obras fundamentales como El trabajo alienado, Tesis sobre Feuerbach, Crítica de la filosofía del derecho de Hegel y Miseria de la filosofía. Habían trabajado juntos en La sagrada familia y en La ideología alemana. Tales son las fuentes que alimentaron esta extraordinaria síntesis, junto con las ideas discutidas en la Liga de los Comunistas, que aprobó los lineamientos fundamentales. El preámbulo dice: “comunistas de diversas nacionalidades se han reunido en Londres y han redactado el siguiente Manifiesto...”.
El Manifiesto no fue una conclusión ni un testamento político; no cerraba la reflexión teórica ni la acción militante. Era -y sigue siendo- un inicio, una apertura. En él se realizaba el postulado de la Tesis XI, con la reunión de la teoría y la praxis, mediada por la organización y autoeducación del proletariado, la clase social llamada a transformar el mundo. Será definición programática y bandera de lucha para los obreros revolucionarios y no solo para los grupos marxistas. Bakunin lo tradujo al ruso y los bakuninistas lo difundieron en España.
En el caldero revolucionario que era Europa en los años 1846-1848, en medio de una profunda crisis económica, la urgencia por publicar el Manifiesto indica que se proponía influir en los acontecimientos. No sucedió en Francia pues el estallido revolucionario fue casi inmediato a su publicación y el proyecto de traducirlo a varios idiomas se vio postergado, en algunos casos largamente. Tuvo mayor repercusión en Alemania, donde, según Hobsbawm, la Liga de los Comunistas “desempeñó un papel nada insignificante en la revolución alemana, no menos que el periódico Neue Rheinische Zeitung, que editó Marx entre 1848 y 1849».
Como dice Engels en un prólogo, “el Manifiesto tiene su historia propia” y ella “refleja en gran medida la historia del movimiento obrero moderno”; con mayor precisión, los flujos y reflujos del movimiento revolucionario, los ciclos de expansión y recesión del capitalismo, los avances de la industrialización en los países periféricos, la elevación de la conciencia del proletariado. Todos estos elementos son valorados en los prefacios a las sucesivas reediciones para plantear algunas actualizaciones al Manifiesto.
El valor de los prólogos
Los prólogos redactados por Marx y Engels tienen interés por sí mismos y son complemento imprescindible del Manifiesto. No solo porque pueden ubicarnos en el carácter e intención del texto que presentan sino porque lo “actualizan”, hacen su relectura crítica, “llenan lagunas”, sugieren “retoques”. Si lo declaran “un documento histórico que ya no tenemos derecho a modificar”, no es para elevarlo a la categoría de texto sagrado, de dictamen inapelable. Al mismo tiempo consideran que no les pertenece: fue expresión de un colectivo y se ha convertido en patrimonio social.
Los prefacios muestran el desarrollo de un pensamiento que no es estático, sino en permanente construcción. La elaboración teórica prosigue, se refina, ajusta y enriquece con nueva información. Los prólogos son parte de ese proceso, mas el original no es modificado ni mutilado. Disimular o escamotear los errores propios no es sino una variedad del dogmatismo, de la pretensión de infalibilidad. Dramatizarlos y tirar al niño junto con el agua del baño es voluble adaptación a las circunstancias. En una época en que la izquierda tanto ha corrido en pos de la “actualización ideológica”, Marx y Engels nos dan una lección de honestidad intelectual y moral, pero también de un verdadero enfoque científico en el terreno de la política.
En cuanto a los contenidos de los prólogos al Manifiesto en su conjunto, podríamos señalar, un poco taxativamente:
- datos sobre la génesis y la historia del Manifiesto, junto con pinceladas personales, autobiográficas;
- modificaciones, agregados o actualizaciones.
Un capítulo que ya desde 1872 se declara “anticuado”, es el tercero, “La literatura socialista y comunista”. Empero, es bastante divertido reconocer, bajo nombres diferentes, pero con el mismo empaque “serio” y “respetable”, “toda suerte de curanderos sociales” que aspiran a “suprimir, con sus variadas panaceas y emplastos de toda clase, las lacras sociales sin dañar en lo más mínimo al capital ni a la ganancia”. (Engels. Prólogo a la edición alemana de 1890)
Parte de las actualizaciones informan de los procesos y acontecimientos que han tenido lugar desde la redacción del Manifiesto, con especial atención a las luchas populares. Por ejemplo, la Comuna de París significó un sustancial desarrollo de la teoría del Estado, que el Manifiesto presenta de manera muy general. El Prólogo a la edición alemana de 1872 da cuenta de esa elaboración, remitiéndose al reciente trabajo de Marx La guerra civil en Francia.
Hay gran cuidado por abordar las preocupaciones de los destinatarios de cada traducción, con interesantes aportes, en particular en la edición rusa. Engels mantuvo vínculos personales con revolucionarios rusos exiliados, como Vera Zasúlich y Kravchinski. (Ediciones rusa, polaca, italiana)
El Prólogo a la edición alemana de 1872, luego de la reafirmación de “los principios generales” que “siguen siendo hoy, en su conjunto, enteramente acertados”, señala: “El mismo Manifiesto explica que la aplicación práctica de estos principios dependerá siempre, y en todas partes, de las circunstancias históricas existentes”. Por lo tanto, proponen una revisión de las “medidas revolucionarias” planteadas al final del Capítulo II, aunque originalmente no se formulaban con carácter universal ni absoluto.
Es una premisa básica del marxismo que excluye el traslado mecánico de postulados o prácticas a contextos diversos, en el espacio o en el tiempo. Según Arismendi, en ese sentido de historicidad radica uno de los cimientos de la fecundidad creadora del marxismo para sortear el doble peligro del dogmatismo y del revisionismo.
Engels seguramente se alegraría -“¡Oh, si Marx estuviera a mi lado para verlo con sus propios ojos!”- de que la historia de nuestra América lo corrigiera: él decía en 1888 que el Manifiesto era “un programa común reconocido por millones de trabajadores, desde Siberia hasta California”. Dos décadas después podría haber agregado: hasta Tierra del Fuego.
Textos: María Luisa Bategazzore