Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Mundo papa | Francisco | iglesia

La sucesión

La Iglesia católica después del Papa Francisco

El papa Francisco le imprimió a la Iglesia católica un espíritu progresista, limitado pero necesario. Con su sucesor, todo indica que ese impulso corre el riesgo de desvanecerse. Por Pablo Castaño (Jacobin).

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Puede que llegue un momento en el que miremos atrás y consideremos a la última década como una anomalía en la historia moderna de la Iglesia católica. El papa Francisco, figura emblemática de estos años, un radical según los estándares de la jerarquía católica, ya no está y es probable que ahora asistamos a un cambio importante en la orientación política de la Santa Sede. En última instancia, y de forma inquietante, la muerte de Francisco podría significar que el papado acabe alineándose con la extrema derecha global.

No tenía por qué ser así. Elegido en 2013, Jorge Mario Bergoglio, el primer papa latinoamericano de la historia, trajo al Vaticano una preocupación por la justicia social arraigada en la radical teología de la liberación de su región natal, junto con un enfoque sin precedentes en las cuestiones medioambientales y los derechos de los migrantes. Se trató de un cambio drástico de prioridades tras los pontificados conservadores de Juan Pablo II y Benedicto XVI, ambos más preocupados por defender la moral tradicional que por revivir los valores cristianos básicos de igualdad y fraternidad.

En contraste, Francisco dedicó dos de sus encíclicas —las declaraciones papales de mayor rango— a cuestiones explícitamente políticas.

Laudato si (2015) abordó la crisis medioambiental, mientras que Fratelli tutti (2020) se centró en la justicia social. Esta última afirmaba de manera famosa «el derecho de toda persona a encontrar un lugar que satisfaga sus necesidades básicas», una muestra del apoyo inquebrantable de Francisco a los migrantes en un contexto de creciente sentimiento antiinmigrante en Europa y Estados Unidos.

Francisco se mostró bastante abierto en su desprecio público hacia los líderes populistas de extrema derecha como Donald Trump y su compatriota argentino Javier Milei (Milei respondió llamando a Francisco «zurdo asqueroso»).

El papado de Bergoglio también supuso un cambio en la actitud de la Iglesia hacia el género y la sexualidad, aunque no en la medida inicialmente esperada.

Su postura sobre la sexualidad fue considerablemente más liberal que la de sus predecesores, como demostró cuando respondió «¿Quién soy yo para juzgar?» cuando se le preguntó sobre la homosexualidad en la Iglesia. Francisco también enfureció a los ultraconservadores cuando abrió la puerta a que los sacerdotes bendijeran a «parejas en situaciones irregulares» (incluidas las parejas del mismo sexo) y sorprendió a muchos al nombrar a mujeres para puestos clave en el Gobierno del Vaticano.

Por otro lado, defendió la ortodoxia católica al oponerse al derecho al aborto, incluso en casos de violación. Sorprendentemente, Bergoglio llegó a calificar de «sicarios» a los médicos que practican abortos.

En materia institucional, el balance de Francisco fue igualmente desigual.

Desde el principio, se propuso poner orden en la burocracia vaticana, salpicada por los escándalos de corrupción revelados en las «Vatileaks». Llevó a cabo una profunda reforma de las finanzas del Vaticano, que se tradujo en el cierre de 5000 cuentas bancarias sospechosas, la creación de órganos de supervisión y la adopción de normas contra el blanqueo de capitales.

Sin embargo, en 2015, durante su mandato, se produjo otra filtración de documentos comprometedores («Vatileaks 2») y la publicación de los Papeles de Panamá en 2016 reveló la inversión generalizada de la Iglesia en paraísos fiscales. Décadas de venalidad en el Vaticano no se iban a revertir de la noche a la mañana.

Aún más graves fueron los miles de casos de abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes en todo el mundo, muchos de los cuales habían sido deliberadamente encubiertos por Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Francisco trató de poner fin a la impunidad de los delincuentes con medidas enérgicas, como lo demuestra la destitución del cardenal estadounidense Theodore McCarrick, declarado culpable en 2019 de cometer y encubrir agresiones sexuales. También en 2019, el Vaticano celebró una cumbre sobre pedofilia, en la que se establecieron nuevos protocolos para denunciar los abusos.

Sin embargo, apenas cinco años después, el primer informe de la Comisión para la Protección de Menores reveló graves deficiencias en la tramitación de las denuncias. Estas reformas se enfrentan ahora a un futuro incierto bajo el mandato del sucesor de Francisco.

Lejos de los turbios dramas que se esconden tras las puertas del Vaticano, la ascensión de Francisco al papado también supuso una ruptura con la orientación geopolítica de sus predecesores, ya que alineó a la Santa Sede mucho más con el Sur Global.

Mientras que Juan Pablo II había sido un firme aliado de Washington en la llamada lucha contra el comunismo, Francisco se aseguró de distanciarse de los gobiernos occidentales en cuestiones como las relaciones con China, Ucrania y Palestina.

En 2018, la Santa Sede firmó un controvertido acuerdo con el Gobierno chino que provocó una dura reprimenda por parte de la primera Administración Trump. Más tarde, cuando Rusia invadió Ucrania, llamó al presidente ucraniano y visitó la embajada rusa para expresar su preocupación por el conflicto, un gesto interpretado en Occidente como una excesiva simpatía hacia Vladímir Putin. Por último, el pontífice calificó de «terrorismo» las masacres de civiles perpetradas por Israel en Gaza, en marcado contraste con el silencio (o la complicidad) de la mayoría de los gobiernos occidentales al respecto.

Lo que sucederá tras la muerte de Francisco es una incógnita.

El cónclave que elige al próximo Papa combina la pompa religiosa con la intriga política (una característica distintiva de la historia del Vaticano). Cuando muere un Papa, se declara la sede vacante, lo que da inicio al proceso del cónclave, una reunión de todos los cardenales con derecho a voto menores de ochenta años, que tiene lugar entre quince y veinte días después de la muerte del Papa.

Se trata de una reunión secreta en la que los cardenales están aislados del mundo exterior: no tienen acceso a Internet y solo salen de la Capilla Sixtina para comer y dormir en la Casa Santa Marta. El cónclave dura hasta que un cardenal obtiene dos tercios de los votos, lo que suele requerir varias rondas, momento en el que la famosa fumata blanca señala la elección de un nuevo pontífice. Las últimas sucesiones papales se han resuelto en dos o tres días (cada día se celebran dos votaciones).

Entre la muerte del papa y el inicio del cónclave se celebran las Congregaciones Generales, en las que todos los cardenales debaten la situación de la Iglesia. La mayor parte de las maniobras políticas para predeterminar el resultado de la votación tienen lugar aquí. Esta reunión fue clave para la elección de Bergoglio. Como relata Gerard O’Connell en su libro sobre el cónclave de 2013, The Election of Pope Francis, el entonces arzobispo de Buenos Aires ganó popularidad entre los prelados por su firme postura en materia de transparencia financiera, un tema delicado tras las revelaciones de Vatileaks.

Es difícil predecir el resultado del próximo cónclave. Sin embargo, hay razones de peso para creer que el sucesor de Francisco será un Papa más conservador. En primer lugar, su pontificado ha sido muy transformador, tanto a nivel institucional como en su mensaje público, lo que hace poco probable que los cardenales elijan a otro candidato igualmente inclinado hacia la reforma. La Iglesia tiende a resistirse a los cambios radicales y sostenidos.

Quizás lo más importante es que, aunque la Capilla Sixtina tiene muros gruesos, el Vaticano está invariablemente influenciado por las tendencias políticas mundiales. Con Trump en la Casa Blanca y la extrema derecha en auge en todo el mundo, elegir a otro papa tan progresista como Francisco sería nadar contra corriente, y el Vaticano tiene una larga historia de adaptación a las realidades cambiantes en lugar de enfrentarse a ellas. Por eso es probable que la próxima fumata blanca anuncie una figura más conservadora que Jorge Bergoglio. De hecho, el estado de ánimo actual sugiere que bien podría ser una antítesis radical del Papa «izquierdista».

_______________

Pablo Castaño: Politólogo y periodista independiente, es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha escrito para Ctxt, Público, Regards y El Independiente.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO